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EL OJO DEL LEON -NOVELA- por Leopoldo Bolaños

El Ojo del Leon es una novela que narra las vivencias de un grupo de personas de diferentes orígenes en el contexto del ultimo cataclismo, el armaggedon de la ultima de las guerras. Un misterioso personaje emerge en medio del caos, un ser creado geneticamente usando el ADN de un personaje clave de la historia humana. Sin embargo,nadie puede predecir las consecuencias del extraño experimento, y el futuro del llamado Joshua es incierto. Por otro lado, fuerzas oscuras planean imponer su ley sobre los sobrevivientes del cataclismo, buscando al mismo tiempo apoderarse de los secretos de Joshua.


EL PROYECTO LANZANOS

A traves de la ventana de oportunidad que ofrece LANZANOS, el público y el autor pueden entablar una nueva dinámica en la que es el lector quien puede apoyar el lanzamiento de la obra y al mismo tiempo obtener el beneficio de tener en sus manos una edición especial, rara y exclusiva, y haciendo posible con su apoyo que un tiraje limitado y una campaña de promoción, haciendo posible así una distribución mayor de la obra. Todo gracias al apoyo del lector.


EL AUTOR

Leopoldo Bolaños es un artista multifacético. Ha incursionado en éxito en campos tan diversos como la musica, el cine, el arte 3d, el guión y la novela. Trabaja actualmente en el tomo tres de EL OJO DEL LEON, así como en la escritura de su decimo guión para cine. Se encuentra tambien consiguiendo financiamiento para su película independiente CONEXIONES. Una de sus metas en el futuro es la de llevar a la pantalla grande la trilogía de EL OJO DEL LEON.


RECAUDACIÓN

Con objeto de realizar un tiraje limitado y una campaña de promoción se espera recaudar la cantidad de 3000 euros. Dicha cantidad será destinada a imprimir una cantidad de ejemplares, la cuál se dividira entre los miembros de LANZANOS que apoyen el libro, y miembros de la industria editorial. Otra parte se destinara a una campaña promocional de la novela.


RECOMPENSAS

por una aportacion de 10 euros: un ejemplar del libro autografiado por el autor. Por una aportacion de 50 euros: Los tomos uno y dos en pasta dura, dedicados y autografiados por el autor. Por 100 euros: Los tres tomos de la trilogía en pasta dura y edición especial, dedicados y autografiados por el autor.

OS DEJO CON EL PRIMER CÁPITULO:

I - RENDEZ VOUS IN PARIS

Aún hoy puedo recordar como si fuera ayer el aroma de los cerezos en flor, el aire prístino y los sonidos matinales de París en la terraza del café “Genaro´s” en Les Champs Ellises.

Era otoño, y la sensación de humedad en las palmas de mis manos, a causa de los nervios, aún acude a mi memoria, así como la vaga amenaza de reuma en la pierna derecha, que volvía impertinente a molestarme como cada año.

El clima de Paris de septiembre siempre me causaba ese efecto en la rodilla, pero esa tarde era lo que menos me preocupaba. Era preso de una tensión creciente y hacia un gran esfuerzo por disimularlo mientras pretendía leer el diario.

“Le Monde” creo que era, si mi memoria ya tan cansada no me traiciona, aunque bueno, a mis noventa y ocho años creo que los futuros lectores de este diario podrán excusarme. Todo eso como ya podrán imaginar al leer estas gastadas líneas, fue hace ya muchos años. Antes del colapso. Antes de Yoshua. Antes del final...

Pero ya estoy divagando, perdón. Hablaba de París y de los cerezos. Cómo decía, me hallaba nervioso y pretendía leer esperando que en cualquier momento la vocecilla tecnológica susurrara de nuevo a mi oído a través del audífono, indicándome que el momento había llegado.

Éramos seis en el equipo, cinco hombres y una mujer. Podría parecer demasiada gente para seguir a un solo hombre, pero eso hubiera sido solo de ser visibles. Pero no lo éramos.

Con más de 200 misiones exitosas en 7 años y contando con cuarenta y tres años, yo era el líder del equipo. No teníamos un nombre para el grupo, ni tampoco sofisticados apodos en clave para cada miembro, pero éramos, digamos, una maquina engrasada y eficiente que hacía honor a una muy bien ganada reputación en el mundo de las agencias de investigación privadas.

La mayoría de nosotros proveníamos de la milicia ó de agencias federales de varios países y habíamos sido invitados por el coronel Carter para integrar, tras su retiro del ejército, lo que había sido su sueño por muchos años: la empresa de investigaciones y seguridad privada más efectiva y cotizada del mundo.

Carter lo había planeado todo cuidadosamente, y por largos años tras su retiro se dedicó a la tarea de reclutar a lo mejor de lo mejor. Y lo logró. Todos los muchachos del grupo, y yo mismo, teníamos tras de nosotros un fogueo intenso en todo tipo de situaciones imaginables y no era presuntuoso afirmar que no había trabajo que pudiera llegar a intimidarnos. Nada hasta ese día.

Todos sentíamos que ese día era diferente.

Lo habíamos sabido desde una mañana, un mes y tres días antes cuando el Coronel nos habló sobre la naturaleza del nuevo trabajo que nos había sido encomendado. Al inquirirle yo acerca de la identidad del contratante, Carter permaneció en silencio unos segundos, mirándonos a todos en la sala de juntas de su antigua casa victoriana, y se limitó a responder en un tono extrañamente aprensivo en él: “Esta vez es mejor que no lo sepan”. Palabras que nos dejaron a todos con la sensación de que ésta no iba a ser una misión ordinaria ni sencilla.

Y no lo había sido.

Durante tres difíciles semanas habíamos seguido muy de cerca al doctor Elías Waiss, el famoso y enigmático catedrático de CalTech que había abandonado su cátedra en la universidad para formar NetGen, su ya célebre empresa de tecnología genética.

A Waiss se le había vinculado con los dramáticos eventos de la Cripta de Kelly, un año atrás, y por lo que descubrimos en el transcurso de las dos semanas de constante y agotadora vigilancia electrónica, todo parecía indicar que no solo había estado involucrado, sino que era él quien había organizado aquel famoso suceso que sacudió por semanas al mundo y que llevó a la muerte a Ed Kelly.

Mucho sabíamos ahora, pero era más lo que ignorábamos y que esperábamos develar en la cita que Waiss había programado para ese día, tras una semana de cambios y postergaciones, con un elusivo personaje al que solo conocíamos por “V”.

Waiss y “V” habían intercambiado correspondencia electrónica por espacio de 12 días (interceptada por nosotros gracias a una carta de autorización firmada por el ministro del interior (¡!), la cual llegó de pronto, dejándonos helados. En que se había metido el coronel Carter? ) Correspondencia en la cuál habían llegado por fin a un acuerdo en cuanto a fecha y lugar de su encuentro.

Habíamos llegado muy temprano ese día al café Genaro´s, el sitio acordado por Waiss y “V” para la cita, y emplazado discretamente en las mesas de la terraza el equipo electrónico: una media docena de diminutos micrófonos digitales que transmitían su señal a nuestra camioneta, a unos cien metros del lugar.
Nos dispusimos a esperar el encuentro con ansiedad y nerviosismo, ambos provocados por la ominosa sospecha sobre la identidad de “V”, la cuál había sido ya ampliamente especulada por nosotros, y la que nos temíamos estar por confirmar.

Me encontraba sentado en una mesa de la orilla de la terraza que daba hacía los hermosos jardines, disfrazado de viejo paisano y fingiendo leer el diario, cuando una voz en el audífono susurró en mi oído, cuál tierna amante, las esperadas palabras.

“Waiss está llegando, señor.”

No pude evitar sentir algo extraño en la boca del estómago.

“Verificada su identidad?” - murmuré entre dientes.

Transcurrieron unos segundos en los que una cámara, conectada a una computadora en la camioneta enfocaba el rostro de Waiss -quien se aproximaba a pie por la terraza con un portafolios en la mano-, accesaba nuestra base de datos y comparaba su imagen con la de su ficha, antes de escuchar la respuesta en mi oído.

“Autentificado.”

Desvíe discretamente la mirada del diario y miré. Waiss caminaba acercándose a las mesas. Miraba con recelo el lugar. Al fondo pude ver a dos hombres de traje oscuro tratando de no llamar la atención, pero cuyo evidente aspecto gritaba: “Guardaespaldas”

“No está solo. Tiene cola.” Escuché en el audífono.

“Los veo. Que hay de ellos?”

Una pausa, Waiss llegó a una mesa y se sentó mirando furtivamente hacia mí.

“No están en la base de datos.” Escuché en mi oído.

“Y hay un vehículo con otros dos más, estacionado a las seis, como a 80 metros.”

Asentí casi imperceptiblemente.

“Lo veo.”

Un mesero se acercó a Waiss con el menú. Los gorilas de traje oscuro miraban atentos bajo sus gafas polarizadas. Waiss pidió un café americano y crema. Escuchábamos todos los sonidos que hacía como si estuviera justo a nuestro lado.

Miró su reloj y acarició el portafolios puesto sobre una silla a su lado. Yo fingí volver a “Le Monde”.
Pasaron dos largos minutos en silencio entre los chicos y yo en los que traté de aparentar que bebía despacio mi moka capuchino mientras leía la tira cómica de “Garfield” sintiendo que mi tensión podría llegar a ser evidente a los demás.

Una pareja mayor se sentó a dos mesas de mí, pero yo no levanté la mirada. Mi gente callaba. A los 3 minutos, una voz profunda me sacó de mis pensamientos. Era John, desde el extremo norte del jardín de los cerezos.

“Un vehículo negro, blindado y con escolta está acercándose.”

“Lo vemos.” Contestaron en la camioneta.

“Atentos.” Murmuré a mi vez, sin levantar la mirada.

Era el momento que todos esperábamos. Por fin se aclararía el misterio. Dejé el diario a un lado y di un trago a mi café, pretendiendo distraerme con la vista de los cerezos. Una pareja de turistas se sentaba en esos momentos en una mesa próxima con un rubio bebé en brazos.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para fingir mirarlos con tranquilidad y no volverme a mirar hacia el
estacionamiento donde los vehículos estaban estacionándose, y de dónde vendría el misterioso “V” a encontrarse con Waiss.

El audífono me habló en ese momento, aumentando mi tensión.

“No va a creer esto, señor...”

El bebé me sonreía. El cuello me dolía por la tensión de obligarme a no voltear. Le sonreí a mi vez. Una pareja de chicas cruzó frente a mí lentamente y sin prisa, las mire pasar, tratando de que se viera casual.

“Es Voquessi.” Dijo la voz en mi oído. Está confirmado, señor.

En ese momento lo ví venir y sentí frío en los intestinos.

Comprendí de golpe el nerviosismo del coronel y su escueta respuesta, y no pude evitar estremecerme al darme cuenta de que estábamos por saltar a una piscina llena de combustible, sosteniendo alegremente fósforos encendidos con la mano.

El hombre alto, delgado, de pelo entrecano y aspecto taciturno, los ojos cubiertos por lentes negros, que vestía impecablemente con un traje italiano negro y que se aproximaba por la terraza acompañado por un fornido guardaespaldas, era Bruno Voquessi.

Bruno Voquessi. El hombre duro detrás del trono del Vaticano. El brazo derecho de Juan XXIV y que según se decía le había allanado el camino a este hasta la silla dorada de San Pedro.

Su Excelencia el Cardenal Voquessi, cabeza del Banco Ambrosiano y control supremo de las finanzas del Vaticano, cuyo brazo formidable controlaba empresas y capitales a lo largo y ancho del planeta.
Monseñor Voquessi, en quien se afirmaba estaban centradas las apuestas para suceder a su santidad, ya cansado y enfermo, en el trono pontificio de la santa Iglesia Católica y Romana.

Bruno J. Voquessi, el hombre al que Kelly había desafiado, en publico y en privado en más de una ocasión por su intrusión en el asunto de la cripta, y quien, se rumoró en voz baja, había tenido que ver con su desaparición.

El hombre se acercaba en esos momentos hacia mí, pálido y con el semblante duro que le había visto muchas veces en la televisión. Estaba ahí, en vivo frente a mí, sentándose con parsimonia a la mesa de Elías Waiss y no pude más que pensar que algo muy inusual, por decir lo menos, estaba ocurriendo, y que nos estábamos metiendo en aguas muy turbias y profundas.

Toda mi atención se enfocó en esos momentos en aquella mesa a unos pocos metros de mí, donde Waiss y Voquessi intercambiaban una mirada suspicaz y gélida.

“Es más alto de lo que me lo imaginaba.” Dijo Waiss en Inglés, sonando con total claridad en mi audífono.

“¿Apetece algo de tomar?”

Voquessi dibujó una sonrisa fría y forzada.

“Gracias, pero no es eso a lo que he venido, señor Waiss.”

“Doctor Waiss.” Corrigió a su vez Waiss, dejando de sonreír y endureciendo la expresión al descubrir cual era el tono en el que iba a desarrollarse la entrevista.

“...Si no le molesta, Monseñor.”

Un mesero que se aproximaba fue en esos momentos interceptado cortésmente por el guardaespaldas de Voquessi, quien le indicó con una seña que su jefe no quería ser molestado en esos instantes.

Waiss y el Cardenal se escrutaban mutuamente. Waiss señaló con la cabeza hacia el guardaespaldas.

“Es necesario que esté él aquí?”

Voquessi le hizo una seña de mala gana al hombre.

Este se aproximó y le entregó al Cardenal un pequeño maletín de aluminio y se retiró a otra señal de Monseñor.

“Espero que estén grabando esto.” Murmuré disimuladamente en mi micrófono, cubriéndome la boca con la mano, como para toser.

“Nunca paramos.” Contestó la voz en mi audífono.

El Cardenal dirigió una furtiva mirada hacia el lugar donde los hombres de Waiss permanecían mirando atentos, hacia la terraza. Miró a Waiss y dibujó una lacónica sonrisa.

“Veo que usted también ha tomado sus precauciones, Doctor Waiss.”

“Nunca están de más, Monseñor.” Contestó a su vez Waiss con un dejo de ironía en la voz. “Sobre todo después de lo de Kelly.”

Voquessi la tomó en el aire. Sus ojos adquirieron un aspecto amenazador aunque su voz continuó templada.
“Nosotros no tuvimos nada que ver con lo que le haya pasado a ese hombre.” Aclaró el Cardenal, tratando de controlar su evidente incomodidad ante el tema. “Y usted, mejor que nadie, debería saberlo a estas alturas.”

Waiss miró unos segundos los grises ojos del Cardenal, tratando de sondearlo, pero la dura mirada de Voquessi era impenetrable. Desvió su mirada hacia otro lado, vencido por el peso de aquellos ojos de lince.
“Si está sugiriendo que yo pude tener algo que ver, también está perdiendo el tiempo. Yo no sé nada de ese asunto...Ni me importa. Pero en fin, no es a eso a lo que hemos venido.”

Voquessi asintió y se recargó en su silla lentamente, sin dejar de examinar el rostro de Waiss. Con lenta parsimonia tomó el maletín plateado y lo puso sobre la mesa. Luego sus ojos glaciales volvieron a mirar al Doctor.

“Puedo verlo?” Preguntó finalmente el cardenal.

Waiss asintió y colocó a su vez su portafolios sobre la mesa, frente al del Cardenal. Sus dedos oprimieron la clave del código electrónico de las cerraduras, y los broches se abrieron. Las manos de Waiss giraron el portafolios hacia Voquessi mientras sus ojos azules lo miraban expectantes.

El cardenal miró hacia el interior del portafolios. Dentro de este, --y esto lo supe horas después, al estudiar las imágenes de la entrevista-- un estuche metálico con una cubierta de vidrio se hallaba rodeado de equipo electrónico de aspecto complejo y conectado a un tanque de gas en miniatura. Cerca del cristal destellaban unos minúsculos leds verdes y pequeños números de cuarzo mostraban lecturas parpadeantes.
Pero lo más importante se hallaba tras el cristal.

Para mi mala fortuna, desde mi sitio en la mesa a tres metros no podía ver de qué se trataba, y pensé que tampoco la cámara que habíamos instalado cerca de la mesa, aún con sus lentes zoom no podría obtener una toma clara. Pensé inmediatamente en que la otra cámara, aunque más sofisticada, dentro de la camioneta tampoco podría captar nada con claridad desde la distancia a la que se encontraba.

Voquessi miró a Waiss con ojos interrogantes.

“En el cristal.” Indicó Waiss.

Voquessi se inclinó sobre el portafolios y miró hacia el cristal. Observó con interés por largos segundos que nos parecieron eternos. Luego miró a Waiss. Había una mezcla de emoción contenida y desconfianza en su voz.

“Cómo podemos estar seguros de su autenticidad?”
Waiss no se alteró.

“Por la sencilla razón de que si ustedes no creyeran que tengo algo auténtico, esta reunión jamás hubiera ocurrido.”

Luego agregó mirándolo a los ojos. “..Y, porque sabemos que ustedes tienen una copia de la relación de la cripta de Kelly.”

El Cardenal lo miró sin hacer un gesto. Si yo hubiera podido mirarlo al rostro directamente, podría afirmar que palideció. Estuvo así unos segundos y luego dibujó una sonrisa irónica en su rostro.

“Lo felicito, Sr. Waiss, me impresiona. Es obvio que ha hecho su tarea.” Y sonrió abiertamente.
Waiss asintió con la cabeza.

“Así como ustedes la suya para obtener la copia de la relación cuyo original nosotros tenemos.”

“Estamos al tanto de ello, Sr. Waiss.” Asestó el Cardenal. “Si uno de nuestros hombres no hubiera visto el original antes de hacer la copia, yo no estaría aquí. Tenemos razones para creer que lo que contenía ese documento es autentico.” Y remató con un dejo de suspicacia. “O, podría serlo.”

“Si no lo fuera, dudo que alguien se hubiera tomado la molestia de matar al Dr. Kelly, ó desaparecerlo.”

Mi cabeza trabajaba a toda maquina tratando de encontrarle sentido a la valiosa información que estaba recibiendo, pero la tensión y mi excitación no me permitían armar lógicamente las piezas del rompecabezas.
“Abreviemos.” Dijo Waiss con un tono impaciente en la voz. “Tengo un avión que tomar.”

Voquessi lo miró con gesto despreocupado.

“Muy bien.” Dijo, mirando el cristal del estuche en el portafolios de Waiss.

“Supongamos que el artículo es genuino. Y, supongamos que las 12 piezas de las que habla la relación son éstas, dentro de su... caja mágica..”

“Cámara criogénica.” Corrigió Waiss con atrevimiento.

“..Quién me garantiza,” Continúo el Cardenal, haciendo caso omiso a la corrección de Waiss. “..Que usted no tiene en su poder otros objetos de la relación y que, en ultima instancia, estos que tiene aquí sean los auténticos?...”

“Uno..” Empezó Waiss con tono de seguridad en la voz.

“Sospecho que usted ya está enterado de que todos los demás artículos fueron destruidos durante el incendio de la cripta.”

“Dos...” Agregó con gesto de saberse en control de la situación. “Estamos seguros que el Dr. Vajpayee será más que capaz de realizar las pruebas necesarias para sacarlos de dudas...”

Monseñor Voquessi pareció por primera vez desconcertado y estaba a punto de hablar cuando Waiss se anticipó.

“..Y tres, creo que no les queda otra opción mas que confiar en mi.”

El aire de suficiencia de Waiss, parecía por fin acabar con el control del Cardenal, pero increíblemente, este logró rehacerse. Sonrío. Se reclinó en su silla y apoyo las manos en el maletín plateado.
Yo hacía un esfuerzo endemoniado para no verlo a la cara. Mi curiosidad me demandaba que hiciera algo para lograr ver aunque fuera de pasada lo que había en el portafolios de Waiss, a riesgo de volverme loco de no hacerlo.

“Me impresiona de nuevo, doctor Waiss.” Dijo Voquessi entre dientes con una voz que me pareció siniestra. “No cualquiera tiene las agallas para tratar de chantajearme.”

Traté de no mirar a Waiss, pero alcancé a ver que su rostro adquiría un marcado rubor. Miré hacia el extremo de la terraza frente a mí y mientras observaba a una cigarrera que se acercaba vestida con un trajecito sacado de “Moulin Rouge”, pensé que Waiss estaba cruzando una línea muy peligrosa.

“Esto no es un chantaje, Monseñor.” Afirmó Waiss, recobrando el control. “..Sino negocios. Necesito fondos para continuar mis investigaciones. Fondos que el gobierno me ha cancelado. Y ustedes...” Su mano acarició el cristal del estuche criogénico. “..Ustedes necesitan esto.”

La cabeza me daba vueltas. Miré de reojo a Voquessi quien permanecía con las manos apoyadas en el maletín metálico. Miró a Waiss con sus ojos penetrantes por un tiempo que se me hizo eterno. Finalmente habló.
“Muy bien, Waiss.” Murmuró. “Cuál es el precio?”

Waiss pareció sobresaltado por la brutal franqueza de la pregunta, pero no tardo en recobrarse. Buscó algo en su saco y extrajo un pequeño papel. Sin vacilar se lo extendió a Voquessi quien lo tomó. Lo miró unos segundos y luego los grises ojos de lince miraron a Waiss. Este, a pesar de su aparente calma, contenía la respiración. Finalmente el Cardenal contestó en italiano.

“Molto Bene.”

En ese instante, justo cuando lo ví pronunciar su respuesta, alguien se me cruzó enfrente tapándome al Cardenal. Era la cigarrera francesa.

“Desean tabaco, señores?” Preguntó en francés.

“Un puro, padre?”

Voquessi la miró un tanto sorprendido. Miró luego la caja que ella llevaba y le sonrío. Estiró la mano y tomo algo de la caja. Al retirarla pude ver que era un encendedor. Con gesto despreocupado lo encendió bajo el papel que sostenía aún en su mano derecha y le prendió fuego, dejándolo caer encendido dentro del cenicero de cristal sobre la mesa. Acto seguido se guardó el encendedor en el saco y le pagó a la chica con un billete de diez euros, negándose a recibir el cambio. Al irse, la chica le besó la mano.

Waiss se impacientaba. Sacó otro papel de su saco.

“Este es el banco y número de cuenta.”

El Cardenal abrió el maletín plateado y tomó el papel. Pude ver dentro una computadora lap-top cuando Voquessi la abrió y encendió. Las miradas de ambos volvieron a cruzarse con desconfianza.
“Está conectándose al Internet.” Susurro mi audífono. “Vamos tras él.”

Yo asentí con la cabeza y me toqué la nariz de modo casual, que en nuestro código de señas quería decir: “No lo pierdas”.

Voquessi tecleaba en su computadora y miraba a Waiss a intervalos. Luego le entregó de nuevo el papel al Doctor, quien se lo guardó en el saco. Segundos después, el dedo del Cardenal presionó el botón de “Enter” mientras miraba fijamente a Waiss.

“Está hecho.”

El doctor asintió nerviosamente. Luego cerró el portafolios sobre la mesa, sacó un sobre amarillo de su saco y lo puso sobre el portafolios, empujando este hasta acercarlo frente al Cardenal.

“En este sobre está el código para abrir las chapas y las instrucciones para manejar el equipo criogénico.” Dijo sin poder ocultar la tensión de la voz al hablar. “La pila del equipo criogénico durará diez días más sin problemas.”

Voquessi cerró la pantalla de la laptop y luego la tapa del maletín de metal. Tomó la manija del portafolios de Waiss y lo miró con seriedad.

“Bien, Doctor Waiss..” Dijo con voz glacial. “..Ha sido un placer hacer negocios con usted, pero espero no tener que volver a verlo de nuevo.”

Iba a levantarse de su silla para irse, pero la voz del Doctor lo detuvo.

“Una cosa más, Monseñor.”

Voquessi lo miró entrecerrando los ojos.

“Solo por si acaso.” Dijo Waiss, levantándose.

“Si algún extraño y desafortunado accidente llegara a ocurrirme a mí, a mi familia, o a mi empresa, un sobre depositado en un banco, en una caja de seguridad, llegaría a manos de los medios de comunicación más importantes.”

El ceño de Voquessi empezaba a arrugarse.

“El sobre contiene una explicación detallada de la naturaleza y procedencia de las muestras, así como los resultados de los análisis practicados a estas. Todos avalados por varios expertos en la materia. Así que... No creo que tenga nada de que preocuparme, no es así?.”

El Cardenal dio muestra de un control admirable. Solo sonrió. Yo pensé desde mi mesa que se necesitaba de tal carácter para llegar a donde ese hombre había llegado, y a donde planeaba llegar.

Tomó las dos maletas.

“Claro que no, doctor. Porque que tendría que preocuparse?” Sonrió y continúo.

“Pero, dígame algo. Solo por curiosidad. Que clase de investigación piensa realizar con sus nuevos fondos?”

Waiss metió la silla bajo la mesa disponiéndose a irse. Miro a Voquessi y contestó encogiéndose de hombros con una sonrisa enigmática.

“Clonación de corderos.”

El Cardenal lo miró sintiendo que se burlaba de él, pero Waiss completó, como para sacarlo de la duda.
“Como con “Dolly”, la oveja.” Añadió sonriendo.


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