“Seca tus pobres ojos, y resérvalos no para llorar, sino para ver. Pues todo está ahí: ver. Todo está ahí para comprenderlo, y por encima de todo se trata de comprender. Si vieses mejor, sufrirías menos y trabajarías más.”
Flaubert.
Ana Karenina es un intento de definir qué significa amar. Después de una hora y media de función Ana aún dice: El amor es... el amor es... el amor es...
Son sus últimas palabras y, de algún modo, parece que ha fracasado en su intento. El amor como concepto se ha vuelto trivial. Es difícil hablar sobre él o ponerlo en escena sin que haya cliché o superficialidad de por medio.
Me parece que en la versión de Armin esto no ocurre. De algún modo, mi puesta en escena trata de ser una especie de investigación casi arqueológica sobre qué significa amar y de cómo nos comportamos cuando amamos. Digo arqueológica porque los personajes “reviven” momentos de sus vidas y a la vez analizan en el presente sus acciones. De alguna manera llevan a cabo una tarea casi científica. Escena tras escena, no se habla de otra cosa sino de qué hace el ser humano cuando ama y cuando no es amado. Una de las preguntas que me hago con esta puesta en escena es: ¿El amor nos hace más libres? Si pensamos en la amistad, pareciera que ésta fuera una crítica al amor, nos entregamos a ella sin necesidad de beneficios ni de las gratificaciones implícitas en lo erótico.
La amistad, como dice Steiner, podría definirse como el acto gratuito, pero profundamente significativo, de quienes están en libertad.
Francesco Carril, director de la puesta en escena.
¿QUIÉNES SOMOS?