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Los guardianes de Athir

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Nuestras áreas de acción son amplias, si crees que puedes ayudarnos en alguna de ellas, crees que puedes llevarlas a aquellos a los que nosotros no llegamos, queremos conocerte.

Loogic engloba:

Es un libro de género fantasía-juvenil que trata sobre Alexandra, Alice, Mathew y Nosh. Cuatro niños que junto con sus amigos escapan de un orfanato en busca de un futuro mejor. Se esconden en una casa bajo tierra llamada La morada durante un tiempo y allí descubren que son los guardianes de un mundo que les está esperando. Sus padres murieron asesinados por el que ahora gobierna en Athir y les exilió a la tierra, con la idea de que nunca descubrieran quienes eran. Una antigua profecía dice que ellos son los guardianes que salvarán Athir. Pero no están solos, cuentan con mucha ayuda para formarse y aprender a ser lo que se espera de ellos. Les llevan hasta una academia donde podrán desarrollar sus habilidades, conocerse más a sí mismos y crecer en todos los sentidos. La vida les cambia radicalmente y es difícil seguir ese ritmo. ¿Aceptarán su destino?



Está lleno de tramas interesantes y novedosas, contado de una forma ligera y de fácil lectura. Los personajes están llenos de matices, haciendo que cada uno sea único y especial, con su carácter y maneras propias. El lector quede atrapado desde las primeras páginas, en las que ya se comienzan a dejar intrigas que hagan que sigas leyendo. Trata valores como la amistad, el coraje, la resiliencia... visibiliza la importancia de cuidar de la salud mental... es un gran proyecto, enfocado en una saga de cuatro libros, este sería el primero, con el que necesito la financiación para poder editarlo. Ahí van los tres primeros capítulos.



1



Los Costwordls





 



Era un día de lo más común en un pequeño pueblo de los Costwolds, el ambiente era tranquilo y se respiraba un aire frío y húmedo típico de mediados de octubre. Las colinas estaban singularmente hermosas en otoño pues hojas de todos los colores cubrían la campiña.



Todos se conocían en el pueblo. Cada mañana al salir a la huerta o cuidar los animales, se saludaban entre ellos como si fuera una especie de ritual y casi solían tener siempre las mismas conversaciones. Era sin duda gente tranquila y trabajadora, poco habituada a las novedades. 



 



Un río partía por la mitad el pueblo y tres puentes de piedra unían las dos partes. Justo en el centro, a la izquierda del río, estaba la plaza. Se trataba de una plaza sencilla y grande que se había convertido en el orgullo del pueblo. Una iglesia de piedra caliza color miel  presidía la plaza en la cara norte. Al oeste se encontraba un edificio que hacía las veces de ayuntamiento, hospital y comisaría. En el sur estaba el colegio, al que únicamente acudían los niños de la parte izquierda del pueblo, la más adinerada. Las casas de aquel lado tenían tejados de piedra puntiagudos. Sus habitantes eran comerciantes, solían viajar habitualmente a Londres, donde conseguían objetos o antigüedades o vendían los suyos por cantidades indecentes de dinero.  



A pesar de que aquel lugar era de los pocos exentos del influjo de la revolución industrial que se sucedía en el resto de Gran Bretaña, cada vez era más frecuente ver aparecer a alguno de los vecinos con un nuevo modelo de coche, dejando atrás al aparatoso Lanchester y llegando ufanos con un Ford T.



 



Por el contrario, las casas de la parte derecha del río tenían los tejados de paja y la principal actividad de sus moradores era tejer la lana de las ovejas a las que cuidaban con sumo cariño, la huerta y otras artesanías. 



 



Los días de mercado eran los más interesantes de la zona gracias a que la plaza era la de mayor extensión de los pueblos contiguos. Así, gente de pueblos aledaños iban hasta allí para vender o intercambiar productos. Se formaba un gran revuelo y todos disfrutaban de la compañía de unos y otros, intercambiaban chismes varios y se ponían al día de las novedades. Todos los jueves madrugaban para recoger sus cultivos lo más frescos posibles, y se dirigían a la plaza, montaban sus puestos y exponían con orgullo frutas, hortalizas y verduras, huevos e incluso cestas de mimbre o zapatos de cuero y animales. No sólo acudían allí campesinos y artesanos, también era habitual ver criadas de las más altas cunas de la sociedad, comprando las mejores lanas de Inglaterra, pollos e ingredientes para hacer sopa y combatir la dureza del inminente invierno. 



 



No obstante no todo era armonía en aquel lugar. Al lado de un bosque, alejada del pueblo, se erigía una antigua granja, ahora convertida en orfanato. Aquella granja estaba medio derruida, en su fachada aún se podía apreciar la grandiosidad de otra época, sus muros de piedra se encontraban llenos de musgo e incluso había parte de la granja que resultaba inhabitable a causa de un tejado hundido por la parte de atrás y varias humedades. Sin embargo seguía en funcionamiento y sus ocupantes se afanaban en que así fuera, si no, no tendrían a dónde ir. 



 



La vida tras los muros de piedra que rodeaban la granja era monótona y disciplinada. Todo se regía por unas antiguas y férreas normas que la señora Mince, directora del centro, hacía cumplir.



Eliona Mince era una mujer ya entrada en años, de estatura mediana pero corpulenta, con la nariz afilada y los ojos pequeños, escondidos tras unas gafas redondas. La rigidez de su expresión sólo podía compararse a la de su moño, en el que sujetaba su canosa cabellera.



Sus ocupaciones dentro del centro eran escasas, entre ellas se encontraba la gestión económica del mismo, vigilar a los niños e imponer castigos. Esto último era de lo que más disfrutaba y no perdía ocasión de demostrar ante los otros niños del centro su particular habilidad en lo que a castigos medievales se refiere, especialmente en una habitación del sótano. 



El sótano era el lugar más húmedo y frío de la granja, la parte de atrás estaba vetada, ya que, como el resto de la cara norte, estaba medio derruido y había un alto riesgo de que se desplomase por completo. Apenas consiguieron apuntalarlo lo justo para que aguantara un poco más, al menos hasta la primavera, con la esperanza de que con buen tiempo la obra pudiera realizarse. Además a día de hoy no tenían fondos suficientes para hacerlo, así que sólo les quedaba esperar que sus esfuerzos en la granja dieran frutos.



El resto de tareas se las repartían entre las señoras Ross y Taylor, la primera designaba las tareas del día a los niños y se aseguraba de que las hicieran como es debido, la segunda, impartía clases. No tenían demasiadas clases, apenas una mañana por semana. A fin de cuentas sólo estaba la señora Taylor para instruir a los alumnos y tenía que adaptarse a las edades de los niños. De este modo pasaban la semana entre tareas y clases separadas por edades, de tal manera que había cinco grupos grandes que se dividían.



La limpieza ya era otra cosa, en el orfanato habría unos 37 niños, cada uno se ocupaba de su habitación, que compartía con otros tres. De esta forma el orfanato contaba con seis habitaciones a cada lado de las escaleras que subían a la primera planta. A la derecha las habitaciones de los chicos; tres y tres, unas enfrente de otras, y a la izquierda las de las chicas igualmente dispuestas. 



A parte de las habitaciones de los niños, en la primera planta se encontraban las habitaciones de la señora Mince; la primera a la izquierda y las señoras Ross y Taylor compartían la primera habitación de la derecha.



Las tres mujeres compartían un baño que quedaba justo delante de las escaleras de subida a la buhardilla y de bajada a la planta baja, entre las dos habitaciones. Este baño estaba, por supuesto, prohibido a los niños. Contaban los rumores que incluso tenían una bañera donde la señora Mince pasaba las tardes de los viernes en compañía de una botella de vino y que no permitía utilizar a las señoras Ross y Taylor. 



Los niños tenían los baños al fondo de cada pasillo. Eran bastante nuevos y estaban cuidados. En medio de la estancia había cuatro lavamanos enfrentados; a la derecha dos puertas escondían las duchas y a la izquierda otras dos puertas, los retretes. Enfrente, dos ventanas daban al exterior. 



En la planta baja, justo en el centro del vestíbulo se encontraban las escaleras; las que iban a la primera planta y las que bajaban al sótano, a la izquierda, el despacho de la señora Mince, a su lado, el comedor. De frente se encontraban la cocina y la despensa junto con el escobero. A la izquierda, pegada a la cocina, la guardería y al lado de la puerta, el escobero y la leñera.



 



Todo en la granja tenía un ambiente lúgubre y funerario. Apenas contaba con decoración y las paredes frías y húmedas hacían que se enfriaran hasta los huesos. Lo único que se podía decir del lugar es que estaba inmaculadamente limpio, por cuenta que les traía a los niños.



La habitación de la señora Mince contaba con estufa, era la estancia más cálida de la granja junto con la cocina y el comedor,  donde en los días más crudos también les permitían encender la chimenea.



La habitación compartida de las señoras Ross y Taylor al lado de la de la señora Mince era más pequeña y no tenía estufa, contaban sin embargo con un brasero que les permitía dormir algo más calientes. Sólo dormían la mitad de la noche cada una porque además de sus quehaceres diarios, hacían turnos de guardia por las noches, para asegurarse de que el orden y el silencio de la granja se mantuvieran debidamente. 



 



Los jueves por la mañana algunos niños entre seis y once años, si tenían suerte y se habían portado bien durante la semana, tenían la oportunidad de ir al mercado con la señora Mince. Le gustaba pasearse por el pueblo como si de un alma caritativa se tratase y aceptaba todo lo que la  gente le ofrecía, ya fuera algo de dinero por caridad, comida, juguetes o ropa. Ella lo cogía y acto seguido ponía una sonrisa tímida e inclinaba la cabeza haciendo una especie de reverencia. Obligaba a los niños a hacer lo mismo, ya que tal y como les explicaba antes de salir de la granja, así se veían “más desvalidos y adorables” y de este modo la gente haría más donaciones. Era un truco barato, pero eso a la señora Mince le daba igual y se afanaba en su papel de salvadora de niños.



 



2



 Álex



Eran cerca de las ocho de la tarde y los últimos rayos de sol acaecían sobre las cuadras que una niña de doce años acababa de limpiar.



Ahora, asomada a la verja observando unos pájaros que revoloteaban alegremente, la niña rumiaba sobre el plan de aquella noche.



Ensimismada en sus pensamientos un grito le sobresaltó.



-¡Álex! ¿Se puede saber qué haces ahí parada? ¡Te vas a quedar sin cena!



-¡Ya voy! -Contestó mientras corría dentro de la cuadra para dejar los útiles de limpieza en su lugar.



Cuando volvió a salir vio que el chico que le había gritado le estaba esperando para entrar a la granja.



Aquel muchacho era uno de los amigos que había hecho allí, se llamaba Hugo y era mayor que ella. Tenía dieciséis años y, a pesar de que aún no había terminado de crecer, era bastante alto. Tenía el cuerpo musculado, fruto del trabajo en el orfanato, y la piel morena, curtida por el frío y el viento proveniente de las colinas. Su pelo oscuro lo mantenía corto, al estilo del orfanato y retirado de los ojos, de color azul claro. Era bastante guapo incluso con la nariz torcida, consecuencia de una fractura, por cortesía de la señora Mince. Y de la multitud de cicatrices que recorrían sus manos y brazos.



 



Los niños solían llegar siempre del mismo modo a aquel lugar. La señora Ross o la señora Taylor, recogían niños, de entre dos o tres años, a veces incluso bebés, cuyos padres habían fallecido y no tenían más familiares que pudieran acogerlos. Había otros que se habían perdido y nadie reclamaba o les habían abandonado en el bosque, aunque no era lo más común.



 



Álex no recordaba mucho de cuando llegó al orfanato, ni de cómo era su vida antes. Tenía sólo dos años cuando llegó, y durante los primeros años ni siquiera se había planteado que aquello de los padres o las familias como tal existieran. Simplemente vivía en aquella realidad, sin pensar que eso no fuera así para todos.



Fue precisamente él, Hugo, quien le contó dónde vivía y cómo era “el mundo exterior”.



Al recordar lo mucho que se rió él de lo equivocada que estaba, esbozó una sonrisa nostálgica. Los primeros años allí fueron los mejores, si se pueden llamar así, después todo empeoró.



Álex echaba de menos ir al pueblo de vez en cuando. Nunca le habían regañado demasiado por lo que siempre había sido una de los niños afortunados que salían un poco de allí. Sin embargo ahora, al haber cumplido doce años, ya no le permitían ir. Los niños más pequeños son más monos y venden más, así de fácil. Además sus tareas habían aumentado drásticamente y ni siquiera tendría tiempo de ir al pueblo aunque quisiera.



 



Cuando llegó a la altura de Hugo, éste extendió la mano y ella la tomó de buena gana. Estaba realmente cansada aquel día y así podía cargar parte de su peso en él.



-¿Qué tal tu día? -Preguntó Álex mientras subían las escaleras que salvaban el desnivel del terreno y conducían a la entrada trasera de la granja.



-Bien, bueno, ya sabes. Esta semana me tocaba revisar la chimenea porque tenemos el invierno encima, pero claro, de nada sirve si no terminamos de arreglar el maldito tejado. -Dijo medio refunfuñando-. Pero por suerte, mañana será otro día -Repuso alegrándose repentinamente y lanzando a Álex una mirada cómplice.



Ella se asustó, volvieron a su cabeza los pensamientos que llevaban atormentándole todo el mes. Al principio no les hacía demasiado caso ya que parecía quedar mucho. Allí los días resultaban interminables, pero la última semana había pasado volando.



-Ah ya… -Terminó diciendo ante la mirada insistente de él.



-¿Ah, ya? -Inquirió Hugo bajando la voz y deteniéndose en el pasillo de la cocina.- ¿No te estarás echando atrás verdad? -Preguntó soltándole repentinamente la mano y mirando hacia los lados disimuladamente.



-¡No, no! ¡Claro que no! Es sólo que… -Álex dudó-. No sé si es buena idea, si sale mal… -Esto último fue tan sólo un murmullo.



Hugo miró a su amiga, en realidad sentía compasión por ella, tan asustada y pálida. No parecía mucho mayor que el día que fueron al mercado juntos, así fue como se conocieron, hace ya cinco años. Desde entonces había aflorado en él un instinto de protección con Álex. Estaba seguro de que si hubiera tenido una hermana, se comportaría de la misma manera.



-Ey, Álex, tranquila ¿vale? Todo saldrá bien, ya lo verás. Confía en mí. -Dijo deteniéndose en el vestíbulo y cogiendo su cara con ambas manos.



Ella sonrió sintiéndose algo reconfortada y asintió con la cabeza. 



-Buena chica -Aprobó él con una amplia sonrisa reanudando la marcha hacia las escaleras que conducían a la primera planta-. Ahora corre a cambiarte, pequeñaja, que nos quedan quince minutos para ir a cenar y apestas a cerdo.



Álex le dió un pequeño empujón apartándole de ella y le sacó la lengua, él le hizo una mueca devolviéndole el juego y apurando los últimos escalones antes de llegar al pasillo de los dormitorios.



Le hizo un gesto con la mano a modo de despedida y se fue hacia su dormitorio, Álex terminó de subir las escaleras y giró a la izquierda perdiendo de vista a Hugo que acababa de meterse en su habitación y dándose casi de frente con su compañera de cuarto.



 



Se llamaba Alice, tenían la misma edad y habían entrado juntas en aquel lugar y desde entonces eran inseparables,  como hermanas. Alice tenía un precioso pelo rubio, largo y ondulado que siempre recogía en un moño despeinado. Sus ojos verdes resultaban expresivos y alegres en un rostro cetrino y larguirucho.



-¿Dónde te habías metido? -Preguntó preocupada Alice al enfocar a su amiga-. ¡Te estaba buscando!



-Perdona, he salido tarde de las cuadras y después he estado hablando con Hugo. -Farfulló Álex aún con la mente en otro lugar y sobresaltada por el tropezón.



-¿Con Hugo? -Preguntó Alice abriendo mucho los ojos-. ¿Y te ha dicho algo?



-No, nada. -Contestó. Pero al ver que Alice no se contentaba con eso, continuó diciendo:



-No hay ninguna novedad ¿vale? El plan sigue tal y como lo habíamos pensado. Ahora me tengo que duchar corriendo para bajar a cenar, pero luego hablamos ¿de acuerdo?



-Sí, sí, voy contigo. -Contestó ya más calmada.



 



Fueron juntas hasta la habitación, que se encontraba en mitad del pasillo y abrieron la puerta entrando en su interior.



Era una habitación bastante decente, de las mejores que había en el orfanato. En ella había dos literas pensadas para las cuatro chicas que había allí, además de una cómoda que compartían sin problemas ya que no tenían mucha ropa. La ropa que tenían había sido heredada y prestada tantas veces que el beige original del conjunto apenas se apreciaba. Remiendo tras remiendo habían cambiado un vestido por otro de una talla mayor conforme habían ido creciendo, dejando sus antiguas ropas a las niñas más pequeñas.



Sobre la cómoda había un espejo viejo y desvencijado, que les permitía verse lo justo para recogerse el pelo y que no les molestara para el trabajo.



En una de las literas estaban Susan y Mary, dos niñas con las que compartían habitación, de tan sólo siete años. 



De alguna forma las otras dos le recordaban a cuando Alice y ella eran pequeñas, y le dolía tener que dejarlas allí. Pero si querían tener alguna oportunidad de escapar no podían llevarlas.



-Escapar… -Susurró para sí misma Álex. De nuevo, le sobrevinieron los nervios y la angustia. Las consecuencias podían ser realmente terribles si les pillaban. Estaba segura de que si eso ocurría permanecerían encerrados en el sótano por el resto de sus días.



-¿Qué dices? -Preguntó Alice.



-¿Eh? -Contestó despistada Álex.



-Nada, da igual. -Dijo Alice poniendo los ojos en blanco y sabiendo que no iba a sacar a su amiga del ensimismamiento. 



-¿Y vosotras qué tal estáis? ¿Ya estáis preparadas? -Preguntó dirigiéndose a las pequeñas.



Agradeciendo la tregua, Álex cogió a toda prisa jabón, toalla y ropa limpia y se dirigió a las duchas, al final del pasillo.



 



Al llegar, miró con nerviosismo el reloj que colgaba de la pared y su tic tac le puso aún más histérica, le quedaban diez minutos.



-¡No me va a dar tiempo! -Exclamó desvistiéndose a toda prisa y dejando la ropa que olía a cuadra en el suelo. Hugo tenía razón, realmente apestaba.



Abrió la ducha, normalmente esperaba a que se calentara ligeramente antes de meterse, pues siempre salía helada al principio, pero en esta ocasión no tenía tiempo de esperar.



Contuvo la respiración y se metió bajo el chorro de agua helada. No pudo evitar lanzar un gemido acompañado de un baile de lo más absurdo durante los primeros segundos de contacto. El agua nunca llegaba a calentarse del todo, pero Álex ya se había acostumbrado a ducharse con el agua templada que calentaban en unos bidones en la cocina. 



Mientras se echaba jabón en el pelo, hizo un repaso mental del plan por millonésima vez. 



 



Alice y ella saldrían de la habitación a las tres de la madrugada, a esa hora había un cambio de turno en la guardia que hacían la señora Ross y la señora Taylor y aprovecharían para salir de la habitación sin ser vistas.



Una vez en el sótano esperarían a otros cuatro chicos. Ellos lo tenían más complicado para llegar hasta allí ya que el cuarto de los chicos estaba al lado del de las señoras Ross y Taylor, por lo que tenían mucho menos margen de tiempo. Cuando la primera fuese a despertar a la segunda, podrían salir. Una vez se hubieran reunido todos, se colarían por un antiguo pasadizo que Alice descubrió por casualidad mientras limpiaba. Tras revisarlo, Hugo despejó completamente la entrada, que estaba semitapada. Descubrió que éste conectaba con el antiguo sistema de alcantarillado del pueblo, por lo que no estaban muy seguros de a dónde iban a ir a parar. En cualquier caso se irían de allí y se reunirían con Héctor, un chico que salió hace un par de años del orfanato. Resulta que éste se las había arreglado para enviar mensajes a Hugo de una manera de lo más creativa. A través del muro, estuvo observando las rutinas de las señoras Mince, Ross y Taylor durante meses. Consiguió contactar con Hugo averiguando sus turnos en el tejado y colando mensajes en los paquetes de tejas que habían estado llegando a la granja durante el verano.



 



Álex salió de la ducha y sólo podía pensar en que el plan tenía muchas lagunas. “No va a salir bien, no va a salir bien, no va a salir bien, no va a...”



-¿Cómo lo llevas?



Dio un respingo y vio a Alice detrás suyo.



-Bien, bien. -Mentía fatal. Lo intentó de nuevo-. Bien -Esta vez sonó más segura.



-Ah genial, yo también estoy bien.  -Su amiga también mentía fatal y eso le hizo gracia a Álex ¡Vaya dos! Alice se acercó y le susurró inclinándose hacia ella: 



-Ya tengo la bolsa preparada.



-Sí, yo también. Solo me quedan unas cosas. -Respondió Álex en otro susurro.



-Pues date prisa que tenemos que bajar al comedor en cinco minutos. -Ordenó Alice incorporándose repentinamente.



Álex asintió y se vistió a toda prisa, fue a la habitación para dejar la toalla tendida y que se secara. Luego la guardaría.



-Voy bajando. -Anunció Alice.



-Bien, vale. 



Mientras su amiga le guiñaba un ojo y salía de la habitación con las pequeñas, Álex se miró en el pequeño espejo que tenían sobre la cómoda. Sus expresivos ojos color miel le devolvían la mirada asustados y se concentró en pelearse con su castaña melena, que ya le llegaba hasta la mitad de la espalda.



Terminó por recogerlo en una trenza como solía hacer, se apresuró a salir de la habitación y cruzó el pasillo lo más rápido que pudo. Una vez alcanzó las escaleras, las bajó de dos en dos y aceleró el paso  para entrar en el comedor, ya que si llegaban tarde podían olvidarse de cenar algo.



 



Álex se reunió de nuevo con Alice que ya estaba sentada en su sitio y justo después cerraron las puertas.



Una vez sentada, buscó con la mirada a los chicos que les acompañarían y descubrió a Hugo charlando alegremente con sus compañeros. Ante esa escena se quedó perpleja, sin entender que nadie pudiera estar nervioso. De pronto, Alice le lanzó un codazo que fue directo a las costillas. Álex miró interrogativa a su amiga con ojos llorosos por el dolor.



Con un gesto prácticamente imperceptible, Alice señaló hacia la mesa donde se sentaba la directora del centro con sus dos ayudantes.



Álex miró discretamente hacia allí y se dio cuenta de que la observaban. Intentando no llamar más la atención, fingió colocarse un mechón rebelde tras la oreja y continuó cenando la sopa que tocaba aquel día. Mientras removía las zanahorias por el plato, rezaba para que su pobre intentona hubiera sido suficiente para disolver cualquier tipo de sospecha que pudiera haber surgido. 



-Te has librado por los pelos. -Susurró Alice con la cuchara llena de sopa en la boca.



Álex le sonrió disimuladamente y continuaron con la cena sin mayor sobresalto.



 



3



La huída





 



Mientras recorrían el camino de vuelta a sus dormitorios, la señora Taylor contaba a los chicos asegurándose de que no faltaba nadie y de que el orden y la calma se mantenía en la fila que salía del comedor.



En esta tarea estaba cuando posó sus insidiosos ojos en  Álex, que se había esforzado durante el resto de la cena por aparentar normalidad, pero ahora le observaba con especial interés.



Así que la niña continuó su camino al dormitorio despacio y en silencio como solía hacer siempre. Normalmente era una buena forma de no ser castigada por hablar demasiado alto o correr, ya que era habitual ver a los chicos siendo castigados por los motivos más inesperados.



 



Álex aún notaba la mirada inquisitorial de la señora Taylor en el cogote cuando alcanzó la última escalera que daba lugar al pasillo. Únicamente cuando alcanzó la segunda puerta de los dormitorios fue capaz de relajarse un poco. 



Una vez en frente de su dormitorio, miró hacia las escaleras con inseguridad antes de entrar, esperando que en cualquier momento apareciera la señora Mince dispuesta a llevársela al sótano, donde “instruía” a los alumnos. La verdad es que no le desearía pasar allí ni cinco minutos a su peor enemigo.



Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Álex al recordar su última visita al sótano.



Lo cierto era que no solían castigarla, ya que siempre intentaba cumplir lo mejor posible con lo que le mandaban y nunca se le ocurría refunfuñar ante la tarea. Pero aquel fatídico día estaba llevando unos huevos a la cocina que acababa de recoger del gallinero. De pronto, tropezó con una piedra y se cayó, rompiendo así todos los huevos.



Recordaba perfectamente que estuvo dolorida mucho tiempo tras aquello.



 



Ya en la habitación estaba Alice esperándole, con el camisón puesto y sentada sobre la cama con las piernas cruzadas, como solía hacer.



Álex cerró la puerta tras de sí y se dispuso a ponerse también el camisón. Mientras se desvestía, los pensamientos que habían estado atormentándole durante toda la semana acudieron a su mente de nuevo. Sin embargo ahora, con el momento de marcharse a la vuelta de la esquina, la sensación era diferente.



Claro que quería salir de ese lugar, pero no tenían ni idea de qué iban a hacer una vez hubieran salido de allí.



No tenían a dónde ir, ni dónde conseguir trabajo o comida. En ese sentido estaban mucho mejor allí. Pero no quería dejar tirados a sus compañeros, después de todo, eran su familia, su hogar se encontraba donde se encontrasen ellos y si les pillaban, les pillarían a todos. 



Una vez pusieran un pie fuera de allí, no habría vuelta atrás, tenían que irse. Marcharse rápido y lejos, donde no pudieran ser encontrarlos.



Eso si conseguían salir, cosa que Álex dudaba bastante. La forma en la que la señora Taylor le había mirado, le hacía pensar en que su plan estaba destinado al fracaso.



Cuando hubo recogido su ropa, se reunió con Alice en la cama, tapándose con la manta hasta la nariz. Hacía bastante frío en aquella parte de la casa y la humedad hacía que el agua incluso se escurriera por las paredes, por lo que cuando llegaba el otoño Álex y Alice compartían cama para mantener el calor y poder dormir.



-¡Por Dios, cada día hace más frío! -Se quejó Álex.



-Sí, es horrible. -Contestó Alice distraída-. ¿Crees que esto saldrá bien? -Preguntó mirando a su amiga con expresión asustada por primera vez.



-No tengo ni idea. -Confesó Álex-. Espero que sí porque si no, no me quiero imaginar lo que podría pasar. 



-Lo sé. -Dijo Alice encogiéndose al recordar alguna experiencia poco agradable en el sótano-. Pero debemos mantenernos positivas, saldremos de aquí y nos irá bien, ya lo verás. -Afirmó Alice forzando una sonrisa.



-Sí, nos irá bien. -Concedió Álex sonriendo también.



Las dos amigas se abrazaron para infundirse fuerzas intentando mantener los pensamientos negativos a raya y enfocándose en el plan. No era un plan excesivamente elaborado, tal vez fuera en su sencillez en lo que residía su éxito, o su absoluto fracaso.



-Intentemos descansar un poco, nos harán falta todas las energías que podamos reponer. -Dijo Álex.



-Está bien. -Contestó su amiga-. Espero que no nos quedemos dormidas.



-No creo que pueda dormir Alice. -Repuso Álex.



-Ni yo. -Respondió Alice sonriendo.



-¿Mary y Susan están dormidas? -Preguntó Álex.



-Como dos troncos. -Afirmó Alice-. Hoy han pasado el día en la buhardilla cosiendo trajes para las mujeres del pueblo.



-Alice… ¿No te apena dejarlas aquí?



-¡Claro que sí! -Exclamó Alice- Pero no podemos arriesgarnos por ellas, ¡si las llevamos nos atrapan seguro!



-Ya, ya… es que… -Repuso Álex titubeante-. Sólo es que me da pena, se van a quedar muy solas. Y desprotegidas. -Añadió.



-Ya lo sé. -Dijo Alice-. Pero no nos podemos arriesgar. -Sentenció muy seria.



Ante una respuesta tan tajante de su amiga, Álex no quiso insistir más. Así que simplemente asintió y se dispuso a relajarse tanto como le fuera posible hasta la hora en que tendrían que levantarse.



Desde aquella posición el reloj que colgaba de la pared le quedaba perfectamente a la vista, y sus manecillas quedaban iluminadas por el reflejo de la luna. Habían elegido esa noche para escapar precisamente por eso, porque la luna estaba llena y brillaba en el cielo con una claridad suficiente como para no necesitar de otros sistemas de iluminación. Esto era un arma de doble filo, ya que no necesitaban linternas, pero no podrían refugiarse en las sombras de miradas indeseadas.



Todavía eran las doce y media pasadas, quedaba mucho tiempo hasta que llegase la hora acordada. Álex se giró en la cama, quedándose boca arriba y con la vista fija en la cama que tenía sobre ella.



En aquel lugar nunca le habían hablado sobre su pasado, o más bien sobre quienes eran sus padres. Bueno, más bien fueron, ya que suponía que había terminado en esa granja porque ellos habían muerto y no había otros familiares que pudiesen ocuparse de ella. Prefería pensar eso en lugar de creer que le habían abandonado. Le hubiera gustado saber cómo eran, dónde vivían, si la querían… Muchas veces se sorprendía imaginándose cómo de diferente hubiera sido su vida si ellos siguieran vivos y estuvieran juntos. Se imaginaba saliendo a dar un paseo por el campo con ellos, jugando y tal vez volando una cometa, haciendo picnics... Le hubiera gustado tener una hermana como Alice, y juntas hubieran ido al colegio con otros niños de su edad, despreocupados y felices. Sólo sabía que se llamaba Álex porque llegó envuelta en una manta donde ponía su nombre, Alexandra, ahora aquella manta se encontraba en el fondo de su bolsa.



 



Se había levantado un viento terrible aquella noche, se colaba entre las rendijas de la casa y hacían que todas las grietas silbaran furiosas y amenazantes. La verja del huerto estaba mal cerrada y la puerta golpeaba una y otra vez contra la maltrecha madera que debería sujetarla. 



El aire se colaba por la ventana de la habitación y la temperatura bajaba a pasos agigantados.



Álex volvió a comprobar el reloj, las dos y diez. Faltaba poco.



 



Habiendo pasado media hora, se levantó sigilosa de la cama y empezó a vestirse de nuevo. Sacó de debajo de la cama la ropa que había guardado esa misma mañana. Se trataba de un vestido un tanto más abrigado que el que solían llevar hasta ahora. Era un vestido de invierno que normalmente guardaban en la cómoda, pero lo escondió ahí para no tener que abrir ningún cajón y así evitar posibles ruidos. Toda precaución era poca. Lo cierto es que en aquella noche ventosa cualquier ruido podía pasar por un ruido externo y no daría alarma, ese pensamiento alentó a Álex y consiguió dejar a un lado parte de sus inseguridades.



Cerró los ojos y respiró lo más hondo que pudo. Retuvo el aire durante unos segundos en sus pulmones, sintiendo cómo se expandía el pecho. Poco a poco fue soltándolo e intentando que la ansiedad se fuera con él.



Abrió los ojos y vio que Alice también se preparaba para su aventura. Ya se estaba vistiendo y colocando sus últimas cosas en la bolsa.



 



Álex guardó la toalla que había dejado secando antes y cerró su bolsa. Lo cierto es que aún seguía mojada, pero aunque hubiera estado tres días tendida no se hubiera secado. No tenía mucho que empaquetar, además del cepillo de dientes y algo de ropa. Pero se las había arreglado para sacar del comedor un par de trozos de pan del desayuno.



 



Alice y ella se miraron, ya tenían todo preparado y faltaban cinco minutos para que dieran las tres.



Se cogieron de las manos y observaron la habitación iluminada por la luna.



-¿Preparada Alice? -Preguntó Álex.



-Preparada. -Afirmó con firmeza.



-Bien, éste es el día, hoy por fin saldremos de este sitio. Todo irá bien. -Dijo Álex intentando convencerse más a sí misma que a su amiga. 



-Eso es, hoy nos vamos, todo saldrá bien. -Repitió Alice apretando su mano.



-Es la hora. -Dijo Álex mirando al reloj.



Se abrazaron antes de salir de la habitación, Alice cogió su bolsa y se dirigió a la puerta.



Pero Álex, incapaz de seguir ignorando a las dos pequeñas que dormían plácidamente abrazadas, agarró por la muñeca a su amiga. 



-¡Espera! -Susurró Álex.



-¡Casi me matas del susto! ¿¡Qué pasa!? -Exclamó en voz baja Alice girándose bruscamente.



-Susan y Mary -Dijo Álex-. Vienen con nosotras -Añadió cruzando los brazos.



-¿¡¡Te has vuelto loca!!?- Inquirió Alice completamente alucinada.



Álex no respondió, ni siquiera relajó el gesto. Sabía que si se mantenía firme su amiga terminaría cediendo.



Pero Alice era tremendamente terca y si consideraba que iba a afectar mínimamente al plan establecido, haría lo posible por desechar la idea.



Antes de que Alice pudiera decir nada Álex se adelantó.



-Mira Alice, no me voy de aquí sin ellas, si discutimos, tardaremos más y perderemos la oportunidad de irnos.



Alice puso los ojos en blanco y de inmediato Álex supo que había ganado.



-Venga vale, despiértalas y vámonos !YA! -Respondió por fin, nerviosa.



 



Álex se apresuró a despertar a las pequeñas, que aún adormiladas no entendían qué sucedía.



-¿A dónde vamos? -Preguntó Mary frotándose los ojos con el dorso de la mano.



-Nos vamos de aquí, no hagáis ruido. ¡Venga daros prisa! -Dijo Álex-. ¡Venga rápido! -Insistió al ver que no reaccionaban. 



Las pequeñas se apresuraron en ponerse los abrigos que les tendía Alice.



 



Mientras tanto, abrió la puerta y comprobó que el pasillo estuviera despejado.



-¡Vamos! -Dijo Alice saliendo.



-¡Venga deprisa! -Les dijo Álex a Mary y a Susan-. Id detrás de Alice.



Las pequeñas salieron y Álex fue tras ellas con el corazón latiéndole con fuerza.



Alice fue guiando a la comitiva de forma sigilosa pero ágil hasta la puerta del sótano, que se encontraba al final de la bajada de unas escaleras.



Fue entonces cuando se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave, y que por tanto no podrían salir por ahí.



 



Alice buscó a Álex con la mirada, que acababa de darse cuenta de lo que ocurría y estaba en absoluto estado de pánico.



Tal y donde estaban era imposible volver a la habitación sin ser vistas y era cuestión de tiempo que les encontrasen allí. Estaban atrapadas.



-¿Qué pasa? -Preguntó Mary.



-Nada. -Contestó rápidamente Alice para no alarmarlas. - Es sólo que tenemos que esperar aquí a otros chicos ¿vale?



-Mmmm… -La pequeña dudó-. ¡Vale! -Se conformó finalmente.



-Pero tenemos que estar muy calladas ¿vale? -Dijo Álex bajando mucho la voz y poniéndose a su altura.



Las niñas asintieron y Álex y Alice las abrazaron y se pegaron todo lo que pudieron a la pared.



No tardaron en oír pasos.



 



Contuvieron la respiración hasta casi marearse a medida que los pasos se acercaban a ellas.



-¿Álex? -Preguntó Hugo en un susurro.



-Sí, ¡estamos aquí! -Contestó saliendo un poco a la luz.



-La puerta está cerrada. -Dijo Alice con tono grave saliendo también.



De pronto la expresión de los chicos se ensombreció.



-Estamos atrapados. -Sentenció un chico rubio.



-¿¡ATRAPADOS!? -Chilló Susan saliendo de entre las sombras.



-¡¡¡SHHHHHHHHHHHHH!!!



-¡Cállate!



-¿¡Quién ha sido la imbécil que ha traído a una cría!?



-¡Eh, no te metas con ella!



-¡Pero si hay dos!



-¡Por favor callaros! -Suplicó Álex medio llorando-. ¡Nos van a pillar!



-Has sido tú ¡Seguro! -Increpó furioso el chico rubio dando un paso hacia ella.



-¡Eh, eh, te relajas! -Replicó Alice avanzando hacia él.



-Vale ya, vamos a tranquilizarnos. -Intervino Hugo dando un paso al frente con gesto apaciguador-. Vamos a centrarnos en salir de aquí.



-Pues lo veo complicado. -Gruñó el rubio. 



 



Todos se quedaron en silencio mirándose unos a otros intentando encontrar una solución.



El viento no dejaba de soplar violentamente y el crujido de las ramas no les permitía distinguir si se acercaba alguien o no. Era imperativo que encontrasen una solución rápido, antes de que les encontrasen a ellos.



 



-¿Y desde la cocina? -Propuso Alice



-Está cerrada y además la ventana de la bruja está justo al lado, no gracias. -Contestó mordazmente el rubio.



Alice enfurruñada, se calló la respuesta que en otras circunstancias le hubiera contestado, pero no era momento, ya trataría con el idiota ese en otra ocasión.



Se oyó un golpe en el pasillo, seguido de una serie de improperios. La señora Ross se debía de haber golpeado con algo justo antes de llegar al extremo de la escalera que bajaba al sótano.



Este pequeño infortunio para ella les valió a los chicos la oportunidad de agazaparse a un lado de las escaleras, tras un pilar.



 



Conteniendo la respiración, rezaron para que pasase de largo y se fuera a otra zona de la granja.



Sin embargo la señora Ross comenzó a bajar las escaleras, llave en mano, para dirigirse al sótano. Si llegaba a la puerta no habría forma de que no viera a los ocho muchachos que había allí abajo.



Un golpe seco seguido de un sonido de cristales invadió de pronto el vestíbulo.



-¡Maldita ventisca! -Exclamó sobresaltada la señora Ross dándose la vuelta.



Se dispuso a subir las escaleras imaginando que algún árbol se había partido y había atravesado una de las ventanas del pasillo.



Se alejó maldiciendo mientras una fuerte corriente de aire bajaba por las escaleras y hacía remolino en la puerta del sótano.



 



Los chicos se relajaron un poco cuando la señora Ross se alejó de allí, pero sabían que volvería a lo que sea que hubiera ido a buscar allí abajo.



-Tenemos que irnos. -Dijo el rubio-. Y rápido -Añadió.



-¿Alguna idea, genio? -Preguntó maliciosa Alice, que no estaba dispuesta a perder la ocasión.



-Cállate. -Contestó cortante el chico, lanzándole una mirada amenazante.



Alice fue a replicar pero alguien cortó su respuesta.



-Eh… yo quepo por ahí... -Intervino Susan hablando muy bajito 



Todos se dieron la vuelta y miraron en la dirección que les indicaba la pequeña.



Había un agujero, no muy grande, justo en la pared que daba al interior del sótano, encima de la puerta.



Todos miraron a la pequeña de nuevo, que añadió tímidamente.



-Si me ayudáis a subir ahí puedo saltar y abrir la puerta desde dentro.



Oyeron pasos provenientes del piso de arriba, así que no hubo réplica, a falta de una idea mejor, no tenían otra opción.



Hugo, que era el más alto de todos ellos, cogió a Susan y la subió al agujero.



La niña, con cierta dificultad, logró colar las piernas para poder caer con ellas por delante. Hugo la sujetaba por los brazos y cuando Susan se encontró segura, le indicó que la soltase.



 



Hugo la soltó, y de pronto, pasaron muchas cosas a la vez. 



La niña cayó con gran estrépito al otro lado de la puerta, lastimándose el tobillo derecho y la muñeca al caer.



Un grito proveniente de las escaleras asustó a los muchachos que estaban abajo. 



Era la señora Ross que había vuelto y les había visto de lleno.



El estado de pánico fue absoluto cuando oyeron más pasos en el piso de arriba que iban aceleradísimos hacia el sótano, casi con absoluta certeza pertenecientes a la señora Mince.



Mientras la señora Ross bajaba las escaleras de tres en tres hacia ellos, Susan consiguió recomponerse  y abrir la puerta, que cruzaron todos de forma muy precipitada antes de que la señora Mince se asomara por la barandilla y a dos escalones de distancia de que la señora Ross les cogiera.



No consiguieron sin embargo cerrar la puerta a tiempo, y el pie de la señora Ross se interpuso antes de que consiguieran cerrarla.



Los ocho empujaron con todas sus fuerzas y la señora Ross, dolorida, sacó el pie. En ese momento llegó la señora Mince y comenzó a empujar también junto con la señora Ross.



Durante unos segundos se produjo un tira y afloja en el que ninguno de los dos bandos parecía ganar terreno al otro. La señora Mince soltaba todo tipo de amenazas a diestro y siniestro, la señora Ross maldecía, los chicos sólo pensaban en que tenían que cerrar aquella puerta como fuera.



-Álex y Alice, largaos de aquí con las niñas, nosotros nos quedaremos unos segundos más aguantando la puerta y luego os seguimos. -Ordenó Hugo.



-¡No pienso irme sin ti! -Protestó Álex.



-Álex por favor, vete, ahora vamos nosotros. -Imploró Hugo-. Confía en mí. -Añadió clavando su mirada azul en ella.



Álex miró a su amigo, cerró los ojos, asintió y una lágrima le recorrió la mejilla.



-A la de tres. -Dijo el otro chico-. ¡1… 2… 3!



 



Las chicas soltaron la puerta y se dirigieron veloces hacia el pasadizo, que era angosto pero podían recorrer con cierta facilidad.



 



Álex se giró antes de entrar y vio que los chicos se estaban esforzando al máximo en mantener la puerta lo más cerrada posible.



-¡Álex! -Gritó Alice desde el interior del pasillo.



Álex se dio la vuelta y siguió a su amiga dejando atrás a los chicos.



 



Apenas habían recorrido unos metros cuando oyeron un portazo. Lo habían logrado.



 



Aquello concedió a los chicos un escaso pero valioso tiempo de ventaja. Mientras la señora Mince insultaba esta vez a la señora Ross, ésta se empleaba a fondo en encontrar la llave correspondiente a la puerta y acertar a introducirla en la cerradura.



 



Los chicos alcanzaron rápidamente el pasadizo, y se dispusieron a atravesarlo siguiendo a sus compañeras.



Los ocho muchachos recorrieron el pasadizo, que se iba estrechando a medida que avanzaban, lo más rápidamente posible, aún intranquilos y exhaustos tras el encontronazo.



Notaron el eco de unos pasos que provenían de la entrada del pasadizo, sin duda las dos mujeres habían encontrado el túnel y estaban dispuestas a cruzarlo. No obstante los chicos se dieron cuenta de que los pasos de ellas no eran ni de lejos tan rápidos como los de ellos.



Las mujeres no tenían la agilidad de los jóvenes y la corpulencia de la señora Mince en este caso, jugaba en su contra.



Tras unos minutos, volvieron a escuchar los gritos de la señora Mince, que decían algo así como que se había atascado y que la señora Ross era idiota.





 


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