Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Claudia, una psicóloga novata e insegura, acaba de mudarse a Granada para trabajar en un centro de enfermos mentales graves. Sus pacientes imaginan voces y cuentan historias inverosímiles. Sin embargo, entre todos ellos, hay un delirio que a veces suena cierto: el de Camelia, una mujer de sonrisa enigmática que padece esquizofrenia paranoide. O eso dicen. Claudia empieza a obsesionarse con ella y a cuestionar la versión oficial, no solo de la historia de Camelia, sino también de su propio pasado. A través de las distintas sesiones de terapia, Claudia irá conociendo el reverso del «entredicho» en que viven las personas a las que nadie quiere creer, y descubrirá la verdad que esconden sus delirios.
Lidia Juárez Alonso (Madrid, 9 de agosto de 1987) se licenció en Traducción en la Universidad de Granada y se especializó en interpretación de conferencias. Desde 2012 trabaja como traductora e intérprete de inglés, ruso y francés. Se dedica principalmente al ámbito jurídico, aunque también traduce literatura y poesía. Además, habla catalán y un poco de italiano.
Lleva toda la vida escribiendo poesía y cuentos, con los que ha ganado algunos premios en certámenes locales. Algunos de sus relatos y poemas han sido publicados en la revista literaria Alhucema y en la antología Poesía bonita y que se entiende, editada por Pie de Página en 2023. Es alumna de talleres literarios en La Coma Criminal (Barcelona).
Desde 2016 vive en Málaga después de haber residido en Granada, Dublín, Moscú y Barcelona.
«¿Cuánto hay de cierto en la realidad que todos conocemos, la de los “cuerdos”, y cuánto hay de mentira en las voces que nadie más oye? ¿Hasta qué punto es falso un espejismo para quien lo tiene delante? Esta novela explora la verdad que se cuela entre los huecos de la locura, la que ignoramos solo porque nos la cuenta un loco.
A través de sus personajes, el relato aborda la manera en que encajan (o desencajan) en nuestra sociedad los trastornos de la mente, de dónde vienen, qué nos dicen de la persona que los sufre. Se acerca a historias tan dramáticas como auténticas, intercalando toques de humor en un estilo inmediato que nos arranca de la tragedia para soltarnos de golpe en el ahora. Porque el delirio, para muchos, es algo cotidiano: ver lo que nadie ve, decir la verdad sin que nadie la crea».
«Cuando se quedó sola en el recibidor, Claudia contuvo la respiración. Del pasillo naranja emergía una corriente continua de personas de caminar extraño, la mayoría entrada en carnes y con gesto de curiosidad. Muchos sonreían. Recordó el día que se perdió en la Feria de la Mascota, con seis años, y cómo buscaba a papá y a mamá pero solo veía san bernardos y caniches. Y le entraron las mismas ganas de llorar que entonces, casi veinte años después, porque estaba rodeada de desconocidos y no sabía adónde ir y era pequeña, demasiado pequeña para aquel bullicio de palabras nuevas y ladridos de cachorro. “Si te pierdes, quédate donde estás”, advertía siempre papá. “Quieta en el mismo sitio, es muy importante”. Se giró sobre sí misma intentando no levantar los pies, con su perpetua armadura de tranquilidad inútil, con el estómago contraído, con miedo a que nunca la encontrara nadie allí. Y solamente un galgo blanco, atado a una valla al fondo del pabellón, le devolvió la mirada. Unos enormes ojos redondos, llenos de la misma súplica que los enormes ojos redondos de Camelia, que también la observaba de pie en el otro extremo del recibidor. El galgo movía la cola muy sutilmente, y Camelia sonreía sin terminar de sonreír, sosteniendo una botellita de agua entre las manos. Los dos parecían igual de abandonados.
Con seis años, cuando aún no había nacido Quique, Claudia todavía rendía a su padre una correcta sumisión de niña obediente. Por eso no se movió. Lloró calladamente en el sitio, con los pies pegados al suelo, y nunca supo cuánto rato había pasado hasta que papá volvió con la cara roja y sudada y le dio un abrazo de los que después dejaron de darse. Pero ahora no tenía seis años, y las órdenes de papá eran como monedas oxidadas, y los ojos de Camelia eran turquesas, dementes e hipnóticos. Mientras se acercaba a ella con paso decidido, con las manos llenas de carpetas y el abrigo todavía colgado del codo, se permitió observarla al detalle como a un ejemplar de una nueva especie. A estas alturas ya nadie podía decir si era guapa o no, pero sin duda había algo en ella, tal vez el exotismo de sus rasgos nórdicos, que hacía que resultase agradable de mirar. A pesar de los rizos rubios deshechos y de las ojeras como almohadas, incluso a pesar de la tristeza que tapaba con esa sonrisa desmayada. La ropa le quedaba un poco ancha y los brazos le colgaban por delante del cuerpo encorvado. Con las manos en forma de oración, se aferraba a su botella de plástico. Pero no dejó de sonreír cuando Claudia llegó hasta ella.
—Hola otra vez. Camelia, ¿verdad?
—Sí. ¿Tu nombre cómo era, que se me ha olvidado? —Hablaba despacio y con un marcado acento que Claudia no reconocía.
—Claudia.
Camelia arqueó las cejas y sonrió a medias, con las comisuras.
—Me gusta tu nombre, Claudia. Tiene cinco letras iguales al mío.
—Es verdad».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Lidia Juárez Alonso os lo agradeceremos.
