Un niño pintor taciturno y genial. Un cómico fracasado y su amigo, un solitario funcionario del Instituto de la Memoria. Un hombre que colecciona casas en secreto. Un alcalde tranquilo y enamorado. Un bailarín que ha olvidado todo, pero no el espacio que ocupaban sus recuerdos. Una enfermera paciente y su hermana, que siempre aparece tarde en los cuentos. Un malvado militar aficionado al vino. Todos estos personajes habitan la ciudad de Maraña, bajo el influjo de cientos de globos aerostáticos que una vez fueron la ciudad misma. ¿Sobrevivirá este lugar tan pintoresco a los planes imperiales del Reino?
Rodrigo Sancho Ferrer nace en Canals, Valencia, en 1982. Es arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid y ha compaginado la práctica del oficio con distintos proyectos musicales y literarios. Fue premio Adonáis de poesía en 2015 con su obra Vaho (Rialp, 2016) y ha obtenido así mismo el Premio Bárbara-Ansón de Narrativa Breve en 2004 y el Premio de Relato Villa de Iniesta en 2014. Ha sido colaborador en la colección poética ¡ARRE! de Arrebato Libros y en el proyecto poético-audiovisual Los Bárbaros.
«En unos instantes aterrizaremos en Maraña. Abran bien y en todas direcciones sus ojos. Pronto se verán envueltos en una dulce telaraña de palabras y recuerdos y pronto también nacerán las dudas y los misterios. ¿Qué hacen esos globos flotando como ballenas varadas ahí arriba? ¿Por qué hay hombres solitarios caminando en círculos alrededor de la ciudad? ¿Por qué nadie utiliza el tiempo futuro correctamente? ¿Por qué este lugar no aparece en los mapas? ¿Qué demonios es el Histórico Quiasmo?
Toda la Memoria del Mundo es la primera de las novellas del autor que ve la luz. Con vocación de miniaturista medieval o de maquetista de película de Wes Anderson, se narran las peripecias y entrelazamientos de algunos de los habitantes de la ciudad imaginaria de Maraña, la auténtica protagonista del relato. Suspendida siglos atrás en el aire, conformada por cientos de globos aerostáticos detenidos, hizo desarrollarse en sus habitantes y descendientes muy particulares características que atañían a todas las circunstancias de la vida. Amores pasajeros, tiempos verbales más que subjuntivos…Ya aterrizada, y a la sombra de los globos ahora vacíos, convive todavía con su influjo siempre latente, de ingenio aéreo totémico. El mal endémico de la amnesia dará pie al nacimiento de muy peculiares instituciones donde el bien de la memoria y los recuerdos serán tratados con el mayor de los cuidados, participando de una reflexión sobre la manera en la que cada uno de nosotros se construye a sí mismo a partir de nuestros propios pedazos de pasado.
A cada paso en el laberinto narrativo encontrará el lector nuevos artificios, originalísimas ideas y paisajes rara vez imaginados, que irán construyendo el engranaje de reloj que subyace en la estructura del relato y del que nacen, en orden casi matemático, los desenlaces y resoluciones de los distintos nudos dramáticos de la historia».
«Cada jueves, con exquisita puntualidad, Louis Golette acude a la Oficina de Sueños Perdidos y toma asiento en uno de los bancos circulares que flanquean, junto al trasdós del muro de fachada, la entrada. Siempre hay un gran ajetreo en el inmenso recibidor y se observan allá delante las largas colas de solicitantes en busca de ilusiones perdidas. Suelen abrir tan solo tres ventanillas por turno -dos para peticiones, una para recogidas- aunque algunos días señalados abren las doce existentes. A Louis le gusta imaginar qué hay detrás de aquel muro gris de hormigón al pie del cual se encuentran las ventanillas. Es de todos sabido que allí se levantan altas estanterías donde descansan objetos extraviados, niños perdidos y sueños jamás recuperados. Cuentan que el almacén es tan amplio que se pueden tardar horas en recorrerlo entero. Ante la abrumadora demanda por parte de los habitantes de la ciudad, el gobierno de la misma decidió restringir el número de trabajadores, de ahí las largas colas ante las ventanillas y la eufonía de lamentos y súplicas en el atrio de entrada. En éste suelen introducirse los pájaros, y algunos anidan incluso en las esquinas de las grandes vigas de hierro que sostienen la cúpula. Bajan muchas veces al suelo en busca de migajas perdidas y se los ve corretear entre la gente, asustadizos siempre, con una sorprendente pericia para coger los pedazos de pan y escapar a tiempo de las manos curiosas de los niños. El Sr. Golette suele quedarse hasta la hora de cierre, sentado en el banco, sin atreverse a moverse hasta la ventanilla, mirando a los pájaros o a los niños que los persiguen. Luego el guarda le invita amablemente a salir y él se levanta, mira por última vez el muro, y se marcha.
Todos los jueves, con exquisita puntualidad. Todavía no ha reunido las fuerzas suficientes para pedir que le devuelvan lo que siente infinitamente perdido. Y también, infinitamente suyo. Sería más fácil si recordara qué es».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Rodrigo Sancho Ferrer os lo agradeceremos.