«...Más tarde me diría que no supe verlo. Yo me hacía una pregunta detrás de otra, buscando respuestas en sus palabras, riéndome. Pero no supe ver.
Lo que había escrito en ese banco, en el suyo. Esa fecha, esa frase. Grabada con una hoja afilada en la madera. Como se hacía antes. Como una confesión de amor.
La fecha decía: el día X, del mes X.
Y luego: el fin del mundo vendrá.
Estaba escrito, puedes creerme. Pero yo no dejaba de hacerme preguntas cuando la respuesta estaba justo delante de mis narices.
No supimos verlo, nadie.
Ese es el problema de la estupidez. Que es exponencial».
Siempre he sentido pasión por las historias. Creo que cada una, a su manera, lo cuenta todo. Que esconde en sus rincones los secretos que hacen que seamos como somos. He devorado un libro tras otro desde que aprendí a leer y siempre llevo uno conmigo, en mi mochila, en una bolsa o en mi bandolera. Me gusta decir que soy lo que soy por ellos, por todas las historias que se amontonan en mi cabeza.
No puedo presumir de carrera universitaria alguna. Pero, ya antes de aprender a escribir, contaba historias a mis padres para que las plasmasen en un papel. Apenas cumplí la mayoría de edad empecé a trabajar y, al poco, decidí sumergirme en la vida rural. He manchado mis manos de tierra y he practicado el antiguo oficio de pastor. Y creo haber aprendido entre cabras lo que no he aprendido dentro de un aula: mi escuela ha sido leer de manera compulsiva.
Me crié en Bilbao (nacido en Gurutzeta, Barakaldo, en 1988), pero actualmente vivo en Moreda de Álava, un pequeño pueblo de La Rioja Alavesa. Trabajo ocasionalmente en una bodega que produce vinos ecológicos, pero la mayor parte del tiempo la paso escribiendo.
Recientemente gané el segundo premio en el concurso de relatos breves Libre Mente, organizado por Agifes. Además de Para que el mundo sea de los lobos tengo otras dos novelas esperando para ser publicadas, y una tercera en preparación.
«Para que el mundo sea de los lobos es un insulto a la esperanza.
Ahonda en las raíces del dolor hasta convertirlo en un personaje sin nombre acosado por las dudas. No es una novela al uso; es poética a la vez que panfletaria, su prosa se difumina y es cruel hasta sus últimas consecuencias. Es una luz al final del túnel que resulta ser cegadora, es una broma macabra, pero sobre todo, es el reflejo perfecto de todos y cada uno de nuestros miedos.
Para que el mundo sea de los lobos es un monstruo. Solo queda saber si, en realidad, todos los somos».
«—La decadencia de una civilización es equivalente a la basura que produce.
Eso lo ha dicho Rebeca, pero le gusta que la llamen Reb. A mí me parece un nombre un tanto ridículo pero nunca se lo he dicho. Mejor no meterse con Reb. Puede tragarte de un solo bocado.
Me está mirando. Sus ojos azules, metálicos, sobre los míos.
—Para que los sepas —me dice—, estamos al borde del colapso.
Me encojo de hombros y arrugo los labios. Es mi forma de darle la razón. Pero para ella no es suficiente, nunca lo es.
—Mola —me dice—. Tú sigue como si no pasase nada.
Con un gesto de su brazo tira a la basura los restos que ha recogido de las mesas. Pedazos de hamburguesa y pan, servilletas manchadas de ketchup y mostaza, trozos de pollo frito brillante, cubierto de aceite. Latas de Coca-Cola, de Pepsi, de Red Bull. Hasta un tubo de pintalabios gastado.
Hasta trozos de uñas.
—Te estoy dando la razón —le digo.
—Ya —su cuerpo revolotea, se gira hacia mí, todo pose su cuerpo—. Me das la razón como a las locas. Mola —me dice.
Reb dice mucho eso de mola. Solo que no lo dice, lo escupe.
Para que lo sepas: Reb odia el mundo en el que vivimos. Odia llevar esa camiseta ajustada que le obligan a ponerse. La que lleva escrita el nombre del restaurante, con letras rosas y chillonas. Si es que puede llamarse restaurante al lugar donde trabajamos. Ella no lo llama restaurante. Ella lo llama Montón De Mierda Rápida. O Sacia Cerdos. Pero nunca restaurante.
Para que lo sepas: Reb tiene la cara llena de agujeros. Pendientes, piercings, aros y barras clavadas a la piel. Esa piel casi naranja, ni morena ni pálida. Tiene los dedos cubiertos de anillos y el pelo oscuro muy corto, casi rapado. Esa boca enorme nunca deja de moverse, de cagarse en el mundo. Habla de los derechos de los animales, de los derechos de las mujeres, de los derechos de los indígenas. Yo no sé muy bien a qué indígenas se refiere cuando habla, pero le doy la razón.
Puede que la tenga. Y, además, puede arrancarte el cuello de un mordisco.
—Ya no rodamos cuesta abajo —me dice—, caemos en picado. Y con los ojos cerrados. Hacia el desastre».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Adur Raita os lo agradeceremos.