Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Protagonizada por dos personajes nacidos en 1978, Palabra del año trata de reflexionar sobre algunos aspectos relevantes ocurridos en nuestro país durante la última década. Se dan cita en la novela, por tanto, el desarraigo y la desilusión, la precariedad laboral y emocional, la salud mental, la identidad generacional o el descreimiento político e ideológico.
Articulada a través de una larga conversación, la obra apuesta por un lenguaje áspero y realista, y debe su título a la expresión Brain rot (cerebro podrido), término utilizado en inglés para describir la sensación que se experimenta después de pasar demasiado tiempo navegando sin rumbo por las redes sociales, consumiendo contenidos generalmente banales o insustanciales, y que la Universidad de Oxford eligió como palabra del año para 2024.
Natxo Vidal (Monóvar, 1978). Profesor Superior de Música, en la especialidad de trombón.
Autor de los poemarios Atrás no es ningún sitio, Sal en los ojos, La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios, Ícaros desorientados, Mi parte de la pólvora, Así termina, XL y 106 Palabras, con los que ha cosechado distintos premios y reconocimientos. Ha publicado el libro de relatos Stravinsky en el Birdland y la novela Proyecto Ítaca, obra finalista en el Premio Azorín de Novela 2024. Ha colaborado con diversas revistas de arte y literatura y parte de su trabajo aparece, además, en otras revistas, foros y fanzines. Ha leído su obra en Madrid, Valencia, Murcia, Albacete, Alicante o Nueva York, entre otros muchos lugares. Actualmente es profesor de trombón en el Conservatorio de Música de Murcia.
«Diana y Manuel, ambos nacidos en 1978, mantienen a lo largo del libro una larga conversación, mientras toman cervezas. Amigos desde pequeños, criados en un barrio humilde de una ciudad cualquiera de provincias, hijos del polvo y de la nada, los dos revisan sus vidas en tiempo real a la luz del desarraigo, el descreimiento ideológico y la precariedad económica y emocional a los que la Generación X se ha visto abocada irremediablemente.
Palabra del año es una lectura posible a la última década de nuestro país, formulada con un lenguaje crudo y áspero. Un repaso a todas las promesas que durante muchos años se nos hicieron, sin que casi nadie se haya molestado nunca en cumplirlas. Pero también un canto sin fisuras a la esperanza, al valor de la amistad y a la importancia de la resistencia.
Son las vidas de Diana y Manuel, pero podría ser la tuya. Seguro que tú también lo viviste.»
«—Y esa genialidad tuya, ¿qué es lo que propone? ¿Qué es lo que quieres, Diana?
—Y yo qué cojones sé, Manuelo. ¿Acaso tú sabes lo que quieres? ¿Acaso tú formas parte de esa minoría selecta, de ese reducidísimo grupo de hombres y mujeres que saben per-fec-ta-men-te lo que quieren?
—Pues más o menos. En cualquier caso, no soy yo el que no deja de hablar, criticándolo todo.
—¡Ah!, ya te entiendo. Hay que tener una alternativa para criticar algo. La puta alternativa. Pues me cago en mis muertos, porque yo no tengo alternativa. Y no pienses que voy a dejar de cascar por esta boquita, de todo y de todos, por no tenerla. ¿No has escuchado a Biznaga? ¿A Alcalá Norte? Yo qué sé. Al tío ese de La Polla Records. ¿Qué alternativa proponen? ¿Qué puta alternativa llevan escrita en la frente, cuando se ponen a berrear contra el mundo? Yo te lo voy a decir: ninguna. Solo cantan. Gritan contra el sistema, pero la solución les importa una mierda. ¿Propuesta? Mis cojones. ¿Alternativa? Los Power Rangers al poder. ¿La política? La política no nos interesa. ¿Votar? Depende. Cosas así. Que dan ganas de hostiarlos durante veinticuatro horas seguidas. Que, a ver, puede que ya no sea la de antes, con todo ese idealismo a cuestas, como un puto caracol de colores. Pero vota, coño. ¿Sabes la historia de La Polla Records? Pues resulta que ellos querían llamarse simplemente La Polla, cosa que, bien pensada, es una idea estupenda. Un nombre cojonudo, más allá de resonancias obvias. Somos La Polla. Mola bastante. El caso es que todos creemos que el Records de después hace alusión al tamaño de la dichosa polla. O eso es, al menos, lo que yo pensaba. Pero no. Hace poco escuché al Evaristo ese decir que lo copiaron de los discos que escuchaban cuando empezaron a tocar, en no sé qué caserío vasco, porque lo veían escrito en mogollón de portadas. El Records de discos, no sé si me entiendes. Atlantic Records, por ejemplo. O RCA Records. Que hay que ser gilipollas. Pero gilipollas profundo. La Polla Records, como si fueran una puta discográfica. Así que imagínate con lo demás. ¿Sabes lo que pasó la última vez que defendí un programa político? ¿La última vez que le puse cara a una alternativa? Que acabé fregando platos en Londres durante cinco años. Así que ahora solo berreo. A la mierda con esto. A la mierda con aquello. Y a tomar por culo. ¿Algún problema?
—No. Ninguno. Pero me extraña que seas tú quien diga eso. Precisamente tú, que encontraste trabajo, y perdona que te lo diga, porque uno de tus amigos políticos te recomendó para aquella entrevista.
—Te juro que te voy a cortar la puta lengua, Manuelito, como sigas con eso. Y que luego te la voy a meter por el culo y voy a seguir empujando hasta que te salga otra vez por la boca. Que ni me nombres eso.
—Solo digo que tú eres una pieza más del sistema. Igual que yo. Igual que la mayoría. Y que está muy bien eso de que vayas dando gritos por ahí, tratando de poner las cosas patas arriba. Diciendo todos esos tacos. Siendo el centro de atención aquí y allá, en cualquier sitio, con tus proclamas revolucionarias y tus diatribas contra todo. Y que sepas que a mí me encanta oírte, cuando te vienes arriba. Te lo digo en serio. Pero lo cierto es que, te guste o no, solo eres una hormiga más, una pequeñísima hormiga más, idéntica a las otras hormigas, aportando tu miguita de pan en la construcción del mundo que viene, que no es, por cierto, el mundo con el que soñábamos. Todos a las órdenes de la feromona invisible esa de la que hablabas antes. Que, ya que lo dices, no es tan invisible.
—Qué humillación, Manuelito. Qué puta humillación. La tuya de ahora y la de aquel tipo entonces, cuando me llamó para decirme lo de la entrevista. La última vez que hablé con él, antes de aquella fatídica llamada, yo estaba en Londres. Él estaba de paso por la ciudad, con motivo de no sé qué congreso. Y se acordó de mí, no te jode. Se acordó de mí porque la última vez que estuvimos juntos, pocos meses después de las acampadas, cuando el cielo todavía estaba lleno de estrellas de purpurina, existían los Reyes Magos y todos íbamos a ser hermanos, le pasé la lengua por todos los rincones de su cuerpo. Y cuando digo por todos quiero decir por todos. Así que me llamó. Y yo le dije que estaba en Londres. Y que todo era una mierda. En fin, ya te lo imaginas, lo hemos hablado muchas veces. Él, sin embargo, estaba encantado. Decía que las cosas estaban empezando a cambiar, que no era lo mismo hablar a través de un megáfono, de pie sobre una caja de manzanas, en la plaza del pueblo, que hacerlo desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Que todavía tardaron un poco en llegar, pero ya habían empezado a poner el punto de mira sobre los escaños de tan ilustre hemiciclo. Tú ya me entiendes. Que, entonces sí, empezarían a tener acceso a los despachos en los que se tomaban las decisiones importantes. El puto Congreso, Man. El puto Congreso de los Diputados. Chaquetas y corbatas. Que no me lo creía. ¿Leíste lo de los precios en el bar del Congreso? Ni en las cantinas de los institutos tienen esa lista de precios, con el pastizal que cobran. Para mear y no echar gota. El caso es que la vida le iba muy bien. Ahora viajo mucho, decía, con un acento de niño mimado gilipollas que ni te imaginas, doy discursos por toda España, conferencias. Participo en simposios, cursos de formación y todo eso. Ya sabes lo bueno que soy en ese ámbito, decía, lo bien que se me da eso. Menudo subnormal. Y yo no podía dejar de pensar, de recordar, de hacer memoria. Así que le conté mi vida londinense, porque aquella vida podía contarse en treinta segundos, y no volvimos a hablar nunca más, hasta el día de la llamada.
—El día de la llamada.
—Eso es. El día de la puta llamada. Que hay una entrevista de trabajo en tal sitio, me dijo. Una oficina con vistas al mar, en la ciudad en la que vives. Marcas, patentes, logos, dibujos y esas cosas. Competencia europea, pero muy lejos de Europa. Ya sabes lo que quiero decir. Traducción e interpretación. Tú hablas inglés muy bien. Y tienes el máster y el doctorado. La contratación depende de unos conocidos, antiguos compañeros de movidas, que ahora cortan el bacalao en Europa. Bueno, el poco que nos dejan cortar, porque si tuviéramos acceso a más bacalao, otro gallo cantaría. Eso decía. Cosa indudable, pensaba yo, a la vista de los hechos. Básicamente, basta con que vayas a la entrevista, si quieres el puesto. Ya me he encargado yo de lo demás, decía, haciendo hincapié en ese «yo» con una soberbia inimaginable. Y nada de gracias. Ya me lo agradecerás en persona, cuando nos veamos. Menudo cabronazo.
—Y fuiste.
—Y fui. Como una puta hormiga a las órdenes de una feromona invisible.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Natxo Vidal os lo agradeceremos.