Roberto Romero, inspector de policía, se despierta una mañana para descubrir que los peores instintos del ser humano habitan entre nosotros.
El juego de Ordalía ya ha comenzado. La cuenta atrás se ha puesto en marcha y los cadáveres se empiezan a amontonar, sin que Roberto sea capaz de desvelar quién se oculta tras esos macabros crímenes. La vida de un inocente depende de la destreza del inspector y su brigada para resolver el caso antes de que se produzca una nueva tragedia.
Las historias personales de los personajes se entremezclan e interfieren en la investigación: relaciones tortuosas, ex parejas periodistas que quieren sacar tajada…
Los escenarios de los crímenes ofrecen pistas dejadas por el asesino, a modo de notas enigmáticas que no consiguen descifrar y que permiten al lector entrar en el juego de desvelar la identidad del mismo.
Begoña Montero Zahonero (Madrid, 1970) se inclinó por la lectura y la escritura desde niña, hasta el punto de conseguir la Licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid en 1993.
Vivió dos años en Inglaterra e Irlanda para afianzar sus estudios de Español como lengua extranjera y, cuando regresó, comenzó su carrera como profesora de Lengua y Literatura española de Secundaria y Bachillerato. A día de hoy, imparte clase en el I.E.S. Barrio de Loranca de Fuenlabrada (Madrid).
Como profesora de Teatro ha escrito Nadie callará mis ojos. Un grito de aliento en dos actos; Escúchame, si te atreves; y Almas de distinta piel; obras que fueron representadas con gran éxito por sus alumnos en el teatro Nuria Espert de Fuenlabrada (Madrid), en un certamen convocado por la Fundación Yehudi Menuhim.
Recientemente, ha realizado el máster de Experto en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de Valencia, así como diversos cursos de escritura.
«Sumergidos en un ritmo trepidante, los personajes se ven envueltos en una serie de macabros asesinatos que recuerdan la manera de actuar del Santo Oficio. Cuerpos mutilados, enigmas sin resolver y una vida en juego que ve cómo se le agota el tiempo.
La autora nos embarca en un viaje de intriga y misterio desde el primer capítulo hasta su final inesperado, a la vez que permite involucrarnos en la investigación, como si fuésemos un miembro más del equipo que intenta resolver el caso».
«Andrés ejercía la cátedra de Historia desde hacía cinco años. Compaginaba su labor como docente con la de conferenciante, escritor afamado en los círculos académicos y director de tesis doctorales. La verdad es que no le sobraba demasiado tiempo para su vida privada, pero intentaba buscar un hueco entre los libros para salir con sus amigos de vez en cuando. No era prolijo en amores y, no por falta de atractivo, sino por falta de tiempo. Se jactaba de tener un amor prohibido entre las páginas de sus libros de historia y, mientras, las mujeres pasaban por su vida sin pena ni gloria. Había mantenido una tórrida relación con una compañera, hacía dos años, pero todo acabó cuando ella pidió el traslado a Barcelona; Andrés no estaba dispuesto a mantener una relación a distancia, sabía que era algo abocado al fracaso a largo plazo.
Estaba preparando una conferencia sobre las doctrinas heréticas del Renacimiento cuando recordó que tenía una cita con Milagros, la alumna a la que dirigía la tesis ese semestre. Se trataba de una obra relacionada con los aquelarres y el papel fundamental de la mujer en las artes ocultas de la Edad Media, un tema que a Andrés le parecía muy interesante, tanto que ya habían quedado para hablar sobre el tema un par de noches en su casa. Todo surgió una mañana en el despacho de la facultad mientras discutían sobre el enfoque de uno de los puntos de la tesis. Milagros se encontraba un poco indispuesta y Andrés había propuesto salir a tomar el aire para ver si se reponía. Salieron a tomar no sólo el aire, sino también un café que le subió la tensión a su pupila. Fue tan placentera la charla que, sin darse cuenta, acabaron comiendo en un italiano cercano a la universidad. Como no habían resuelto sus diferencias sobre la redacción del punto en discordia, Milagros le propuso acercarse a su casa para poder tener acceso al ordenador en cuyo disco duro se encontraba todo su trabajo.
Andrés aceptó y tras revisar los apuntes de Milagros, se quedó a cenar una ensalada y una tortilla, regadas con unas cuantas copas de vino. Esa noche, Milagros pasó a ser Mila, y puso en práctica todo lo aprendido sobre los aquelarres y las prácticas heréticas de sus libros».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Begoña Montero Zahonero os lo agradeceremos.