Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
¿Y si pudieras eliminar los malos recuerdos?
Santi es un periodista atormentado por su pasado. Se pasa horas metido en el desván de su casa obsesionado por escribir la novela perfecta. No hay lugar más seguro en el mundo. Pero un día una extraña sensación penetra en la estancia y provoca una mutación de la realidad: su libro empieza a pudrirse, las palabras se alteran y los objetos del desván cobran vida propia.
Los tiburones no comen pan es una novela liberadora, un viaje en el tiempo para eliminar los malos recuerdos. Basta con llevar como equipaje el tesoro más preciado del ser humano: la dignidad.
En esta fábula emocional, Fernando Méndez nos ofrece una visión sobre esas innecesarias mochilas que, sin querer, llevamos a cuestas a lo largo de nuestra vida.
Fernando Méndez es uno de los periodistas de investigación más premiados de España. Sus trabajos han sido reconocidos con el Premio Reina Sofía, el Xunta de Galicia de Periodismo sobre Drogodependencias, el Premio Julio Camba o el Premio Internacional María Agüero. En el ámbito literario recibió el Premio de Novela Ciudad de Almería, el Premio Vicente Risco y el Premio Ramón Puga Cadena Ser Ourense.
En más de tres décadas de labor profesional, este periodista ourensano ha sido director de comunicación en instituciones públicas, redactor y jefe de sección en los diarios Faro de Vigo y La Región y colaborador de Televisión de Galicia, Tiempo, Radio Nacional, Interviú, Cambio 16, Cuatro TV y ABC. Actualmente es director de la Fundación Araguaney-Puente de Culturas.
Máster en comunicación social y drogodependencias, es miembro de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y de la Federación Internacional de Periodistas. Es autor de seis libros (ficción y ensayo) y de las investigaciones sobre el Caso Metílico.
«Apreciado lector:
Te agradezco que dediques parte de tu tiempo a esta novela. Más que contarte la sinopsis te diré que estás hojeando una historia sobre nuestros propios recuerdos, sobre la manera en que les damos forma y cómo nos afectan.
Al igual que tú, yo tengo buenos y malos recuerdos, algunos desgarradores y otros a los que acudo a menudo porque hacen que me sienta bien, pero todos, absolutamente todos, han dejado en mí una huella importante. Seguro que a ti te pasa lo mismo.
Y es que, un recuerdo es el tiempo convertido en emoción. Son los segundos que tiene el sentimiento para explicarnos que la vida vale la pena.
Si te apetece hacer el viaje te aseguro que encontrarás respuestas a muchas preguntas y también motivos para relativizarlo todo, lo cual, al final, es la mejor receta para ser feliz.
Fernando Méndez».
«Creo que todos los que ansiamos encontrar algún día un tesoro vemos en los desvanes el sucedáneo ideal, la dosis de aventura que nos mantiene expectantes al revisar cajas tiznadas de polvo, baúles, hendiduras con telaraña, desorden... Todo un museo en penumbra que se convierte en esa escuela de arqueología dominguera a la que acudimos de vez en cuando para saciar nuestra fantasía.
Mi abuelo decía que el nuestro era un nido de ratas: el santuario de las cosas inútiles, lo llamaba; pero no le quedaba más remedio que soportar mis subidas y bajadas casi diarias, entre otras cosas porque la casa no era suya y en cuestiones de organización doméstica pintaba muy poco el viejo.
A mi padre, en cambio, le fascinaba guardar cosas en el desván. Así reñía con Abuelo. Uno que sí, que eran objetos que con el tiempo valdrían más, y el otro que no, que toda aquello era una pura mierda (más clarito, imposible).
De todos modos, cuando Abuelo me veía en el jardín enredando con algún trasto, merodeaba como un perro asustado y con la boca pequeña refunfuñaba: “¿Ya estás con esa basura?”. Y yo, que a los dieciséis sabía latín, me lo trabajaba con sutileza, ponía cara de póker y al final siempre lograba atraerlo a territorio enemigo. Nos sentábamos en el césped y juntos lijábamos el óxido de un cornetín, pintábamos una peonza y engrasábamos mi magnífico “escarabajo” Volkswagen a pedales, fabricado a escala para un niño (de hecho, nunca supe a quien le pusieron primero el nombre, si al coche o al insecto; por cierto, el único objeto del desván que Abuelo nunca aborreció porque él mismo me lo había regalado). Así pues, él iba restaurando en su memoria las cosas y recordándome sus batallitas, esos sentimientos que con los años pasamos por el tamiz de la vida para terminar añorando el pasado, como si la felicidad fuera algo que se gasta con el tiempo».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Fernando Méndez os lo agradeceremos.
