Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Córdoba, mes de marzo. Seis antiguos compañeros de clase son invitados al XX aniversario de su promoción. Carlitos, Samu, Juanqui, Romeo, Rami y Sandro, se enfrentarán a ilusiones y miedos que han salido a relucir tras haber sido convocados al evento. El remordimiento, los amores platónicos, el fracaso, la falta de motivación, el rencor, el paso del tiempo, los sueños de futuro olvidados, la derrota ante la rutina, o las últimas oportunidades, harán acto de presencia durante los días previos; y cada uno tendrá luchar contra todo aquello que cree que puede solucionar, de una vez por todas, el día de la fiesta. Todos esperan, con mayor o menor capacidad de éxito, cerrar viejas heridas, conseguir aquello que se les resistió y perdonarse a sí mismos un día de mediados de mayo.
Manuel GMata nace en Córdoba en agosto de 1985. Estudia en un colegio de la institución teresiana, hasta que da el salto al instituto y a la FP, donde se aventura con una formación profesional de Sonido. Tras trabajar como técnico en una empresa de equipos de música, azafato, paseador de perros, animador infantil, actor no remunerado, vendedor de cedes pirata o camarero; deja su empleo en la recepción de una conocida cadena internacional de gimnasios para estudiar Realización Audiovisual, lo que le permitirá establecerse como videógrafo de bodas, profesión que ejerce desde hace once años y que le permite compaginar su trabajo de editor de vídeo con la escritura. Debuta en la novela con Los pupitres no cambian de color, en la que el autor rememora vivencias pasadas y anécdotas personales y cercanas a su círculo para darle forma a los protagonistas del libro.
«Los pupitres no cambian de color no es sólo una novela sobre un grupo de antiguos compañeros de colegio a punto de cumplir cuarenta años que se reúnen durante un día para emborracharse y recordar anécdotas del pasado; la novela habla de los sueños de la infancia que abandonamos, de las decisiones tomadas que nos marcaron, del amor que se fue y que nunca volvió; de los caminos que tomamos que nos han convertido en lo que hoy en día somos…y también de aquellos que no. La novela habla sobre la amistad, la paternidad, el matrimonio, la soledad. Sobre la necesidad de pasar página y de perdonarse a uno mismo; también a los demás. Los pupitres no cambian de color te invita a que busques en el fondo de tu memoria aquello que siempre quisiste hacer y que nunca hiciste, al igual que hacen, con mayor o menor fortuna, los seis protagonistas».
«La verdad es que hace tiempo que no escribo. Me halaga que una persona como Enrique me haya dicho que me expreso bien, y tengo la sensación de que no me ha mentido, que realmente lo piensa. Siempre me gustó escribir, de hecho, yo tendría que haber estudiado Filosofía, o Filología, o alguna carrera de letras o relacionada con el cine, que era lo que me gustaba. No fui capaz de plantarle cara a mis padres, emperrados en que estudiase algo con más futuro; económicas, que decía mi padre. Y ya ves de lo que me ha servido. Es jodido a esa edad poder tomar tus propias decisiones sin tener respaldo económico. Ahora no es como antes, que todos los niños están consentidos y hacen lo que quieren. Nosotros fuimos los últimos que recibieron collejas y amenazas de profesores. Levanta ahora un profesor una mano a un alumno, y adiós a su vida para siempre. Esta generación no sabe lo que tiene. No sé qué me deparará la adolescencia de mis niños, pero no van a cometer el mismo error de su padre. Estudiarán lo que quieran. Perseguirán sus sueños. No les cortaré las alas, no como hicieron conmigo, aunque tampoco fui yo lo suficientemente fuerte como para pelear por mi sueño de ser escritor, o cineasta. Tengo un trabajo con un buen horario y pasta para estudiar a distancia poco a poco; sin prisa, pero sin pausa. Pero es ser padre y adiós a todo. Es egoísta pensar eso, porque si quisiese, seguro que podría sacar tiempo, aunque sea media hora diaria, para mí; para escribir mis mierdas o para sacarme un par de asignaturas al año. Saco tres horas a la semana para el gimnasio. Seis, entre pitos y flautas; una tarde de fin de semana cada quince días para el Córdoba. Pero es más fácil echarle la culpa a los demás. Es más sencillo culpar a Juancarlitos y a Isabel de estar en una asesoría jurídica de nueve a dos y de tres y media a seis y media y trayendo y llevando a los niños día sí y día también a Fútbol Sala o al parque; o viendo el Cantajuegos de las narices todo el día, en vez de firmando mi última novela en la Fnac de Callao o en un Ilustres Ignorantes como invitado contando gilipolleces.
Me asomo a la ventana de mi dormitorio y veo a la gente cada vez con menos ropa. La primavera ya está aquí, cada día anochece más tarde. Me pregunto si estas personas harán con sus vidas lo que realmente querían hacer cuando eran niños. Vuelvo a aquella excursión a Hornachuelos en la que escuchábamos Devil came to me en los altavoces portátiles de Fran Redondo. Recuerdo que le había quitado el libreto al CD original por miedo a que alguna profesora se lo confiscase, pensando que esa música era diabólica, o satánica. Ese día queríamos ser estrellas del rock. Queríamos tocar la batería y la guitarra y tener una melena que nos llegase al culo, y pulseras de pinchos, y camisetas sin mangas con la A mayúscula dentro de un círculo y tener alguna sobredosis, cuando todavía no sabíamos lo que eran esas dos cosas, pero lo habíamos visto en fotos de alguna revista, o en algún catálogo de tiendas Tipo que se traía alguien a clase, y tenías que tener eso para ser una auténtica rockstar. Qué inocente es la pre adolescencia. Y qué divertida. Y qué puto asco crecer. Cuando descubres las pajas todo se echa a perder. Ya solo te importa perder la virginidad y meterla tantas veces puedas. Y sin darte cuenta has pasado de los doce a los diecisiete siendo conejillo de indias de una movida que se llama LOGSE con el rabo en una mano y los apuntes en la otra, sin saber si ese sistema educativo era lo que merecíamos o no. Y un día follas y piensas que eres Dios, y crees que los que no lo han hecho son todavía unos niñatos inmaduros que no saben lo que es bueno, porque cuando echas un kiki antes que la mayoría de niños de tu clase, ya te crees que eres un adulto; y que tienes responsabilidades de adulto. Piensas que follar te hace adulto y que debes comportarte como tal; no como un chaval con la cara y la espalda llena de granos, que es lo que realmente eres, que deja de soñar porque piensa que soñar es de tías y de niños pequeños.
Y así se pasa la vida. Como un suspiro mientras suspiras.
Y entonces te llama un tío que estaba contigo en el colegio, que te invita a una fiesta que conmemora el veinte aniversario de tu promoción, y piensas que qué rápido pasa el tiempo, veinte putos años ya, veinte putos años de la excursión a Hornachuelos en la que estuvimos escuchando Devil came to me en los altavoces que se trajo Fran Redondo ¡Qué coño veinte! veinte han pasado de nuestra graduación. Puede que de esa excursión hayan pasado más de veinticinco. Ya no quiero ser una estrella del rock ¿O sí? No soy lo que realmente quería ser ¿Qué quería realmente ser? ¿Escritor? ¿Cineasta? ¿Tal vez médico? ¿Profesor? Puede que mi sueño no estuviese definido realmente. O puede que los sueños no existan, y sean como los de verdad; como los que tenemos por la noche. Efímeros. Que rara vez se recuerdan.
Así que Enrique quiere que escriba algo que rememore nuestra infancia y nuestro paso por el colegio, y piensa que soy el hombre ideal para ello.
Nunca voy a publicar. Nunca voy a vender miles de libros. Nunca voy a ser un cincuentón alcohólico que se folla a veinteañeras locas por empaparse de su literatura. Claudiqué con todo eso. Pero puede que ahora tenga la oportunidad de recordarle a mis compañeros de clase que un día quisimos ser estrellas del rock. Aunque no lo consiguiésemos.
Me conecto a WhatsApp para escribirle a Quique y decirle que sí, que cuente conmigo; porque como empiece ahora a llorar Isabelita, voy a volver de golpe al mundo real; aquel en el que el domingo le escribo agradeciéndole que haya pensado en mí, pero que no va a poder ser.
Me contesta al segundo con un OK y con el icono de la cara guiñando un ojo.
Puto vende motos. Ya tiene lo que quiere».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Manuel GMata os lo agradeceremos.