En Estambul, en los años 80, en el Gran Bazar, brillan dos tiendas colindantes. Una, de juegos de ajedrez de artesanía, pertenece a un hombre bondadoso, convencido de las medidas de modernización para Turquía que había ideado el presidente Ataturk. Tiene una sola hija, Adila, educada en estos valores. Se realiza una boda con el hijo de la tienda vecina y se amplía el negocio. Pero dueño e hijo son devotos de las tradiciones más ancestrales. El problema en unión tan desigual se agravará con el nacimiento de un único hijo, Salim, que muestra claras tendencias de homosexualidad. La realidad, aun es más grave; el niño no se siente a gusto con su cuerpo. Abuelo y padre culpan a la madre y a la educación supuestamente femenina, que causa gravísimo daño al honor familiar. La mujer es repudiada; nada hay por encima de dicho honor y si no puede reconvertirse el hijo, todas las opciones estarán sobre la mesa. Sin excepciones.
Adila, sin más herramientas que su inteligencia y su estrategia, el amor a su hijo y la colaboración de algún amigo incuestionable, deberá iniciar una partida de ajedrez que no puede perder bajo ningún concepto. Su hijo, Salim, es la pieza que puede ser derribada en el virtual tablero. Es mucho lo que hay en juego y no todos respetan las reglas.
Margarita Martínez Marzá nació en Utiel, donde realizó sus primeros estudios. Estos se completaron posteriormente con Magisterio, Pedagogía y diversos cursos de Lengua, Literatura, Filosofía, Historia. Su trabajo siempre ha sido la Enseñanza, primero en la Escuela Pública y posteriormente en un Instituto de Secundaria. Casi todo el tiempo en Valencia, donde reside.
Obtuvo un segundo premio en la Casa de Castilla-La Mancha en 1999 con un relato biográfico titulado «Antonio». Ha colaborado también con la Universidad Literaria de Valencia, que publicó en 2014 un libro, de varios autores, con motivo del centenario de la Gran Guerra: Letras desde la trinchera. La colaboración, que sirvió de presentación del texto, se titula «El recuerdo indeleble», fruto de la experiencia de un viaje testimonial por los lugares del frente del Oeste de dicha guerra. Aquel viaje marcó un antes y un después en afianzar su compromiso con la paz y contra la intolerancia, sea de la índole que sea; habiendo publicado cinco libros con estos valores como telón de fondo: Kiakatuia y otras vidas (2013), Carta de amor a Emily (2015), Abrazar el agua (2016), La casa de Don Juana (2018) y, esta, Jaque, corrientes subterráneas (2019).
Asimismo, ha colaborado en el libro homenaje al 75º aniversario dle Club de Ajedrez de Utiel; su padre fundó dicho club y la puso en contacto desde niña con dicho juego. La presente novela es metáfora de él. También participa activamente en los blogs Leer y escribir e Imaginación y escritura.
«Imaginas que, poco a poco, te vas dando cuenta de que no reconoces tu cuerpo como tuyo? ¿Que vives en un mundo que no acepta cuanto te ocurra, y no hay salida? ¿Que tan solo tu madre y un amigo te aceptan y quieren ayudar, pero tú ni estás en condiciones de aceptar
¡Qué soledad!
Pero esa mujer es una Dama; en la vida y en la partida de ajedrez que plantea para que el jaque no sea para ti. Tienes pocas piezas y mal situadas. Y no sabes jugar al ajedrez... pero tu madre sí. El final de la partida es definitivamente Jaque Mate, y todo por haber nacido en un cuerpo que te resulta extraño. ¿Quién es cruel? ¿La vida o nosotros con nuestros prejuicios?
Para adentrarse y averiguar algo de todo esto se escribió Jaque, corrientes subterráneas. Quizá reconozcas mucho si lo lees. O no. Tal vez caigas ahora en la cuenta. Lo que no te digo es el final; en una partida puede ocurrir lo más insospechado. No puede haber errores, y es tan difícil evitarlos, con tantas piezas y todas con autonomía... ¡Seres vivos!
Solo si lo lees podrás saberlo».
«Cayó en la cuenta de los millones de personas que habían muerto a lo largo de los tiempos por causas: Dios, Patria, Reyes, Honor, Libertad… Causas de diversa índole, que se habían llevado a los más jóvenes. Muchos, con honores posteriores. Otros, eliminados como traidores a esa causa suprema. No, no era la vida el bien superior, ni lo sería nunca. Quizá para una madre… En ese momento pensó en la suya y sintió un pellizco. A ella también la habían convertido en víctima de la causa familiar. El buen nombre, que pasaba porque él se mostrara como hombre muy viril. Quizá su padre, si nadie se enterara de lo que en realidad le ocurría, lo llevaría con resignación, pero jamás podía hacerse público.
En aquellos momentos de soledad, pensó que había sido injusto con su madre. Pero es que tampoco la Justicia era un bien supremo. Él había visto y oído defender muchas causas justas, para caer en la misma injusticia con el adversario. Porque casi nunca se le denominaba así, sino enemigo.
Las palabras son importantes: El deporte enseñaba que puede haber un enfrentamiento con todas las fuerzas, pero siempre es contra un adversario (no enemigo) y bajo la Ley del Reglamento. El ajedrez, que tanto había practicado con su abuelo y con su madre, va a por todas, pero cara a cara y siempre con respeto. ¿Qué respeto había en el Mundo si la posición de un partido político, el poder, el dinero, el llamado buen nombre y cientos de cosas más estaban por delante de la vida? ¿Qué clase de Justicia era esa que otorgaba atenuantes a los llamados crímenes de honor, como una forma de justificación?».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Margarita Martínez Marzá os lo agradeceremos.
