Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Adán crece en una familia desestructurada y conflictiva. Desde su nacimiento hasta la mayoría de edad, nos expresa una visión interna de la violencia doméstica, cruzándose también con otras problemáticas sociales que le harán emprender un viaje incierto. Sus padres, Antonio e Irene, aportan su propia perspectiva de la vida, junto a su abuela Carmen y otros personajes que marcarán el camino de Adán.
La historia de Adán está basada en hechos reales, exponiendo una visión realista y actual a sucesos que son el día a día de muchos.
Nacida en Barcelona el 26 de febrero del 1992, cursó sus estudios en psicología en la Universidad de Gerona e Integración Social y trabaja como educadora social des del 2016 en salud mental. Se define como alguien nerviosa y de aficiones diversas, siendo la lectura y la escritura su pasión desde pequeña. Sin embargo, no es hasta el confinamiento que decide empezar a mostrar sus escritos, consiguiendo publicar microrrelatos diversos en la editorial Diversidad Literaria, tales como: Inspiraciones nocturnas, Madre no hay más que una, La primavera... la sangre altera y Versos en el Aire. También en la editorial Donbuk, El pedrusco y otros relatos, del concurso Enes 2021.
Así empieza con su primera novela Flecos del abismo, marcada por su trayectoria profesional, dirigida tanto a jóvenes como adultos, siendo una lectura amena y directa que no deja indiferente a nadie.
«Escribí Flecos del abismo deseando dar voz a lo que siempre se calla y a lo que veo día a día en mi trabajo. De alguna forma me desahogué de las injusticias de esta sociedad en mis personajes a la vez que quise ofrecer un rayo de luz para aquellos que puedan sentirse identificados. Esta novela no solamente está basada en historias reales, sino que las respuestas a estas historias están fundamentadas en los protocolos actuales existentes.
Ofrezco una lectura amena cargada de críticas sociales, emociones a flor de piel y giros inesperados. Una redacción sencilla, pensada para llegar fácilmente a los adolescentes y también para todos aquellos que quieran conmoverse, amantes del drama o para los que quieran una visión externa donde, aunque la verdad duela, te acabará sacando una sonrisa».
«“Una simple toma de contacto”, así lo denominó el joven al otro lado del teléfono, cordial y afable. A Irene se le paralizó el corazón y se le partió en dos. Una mitad le decía que aquello era el mismísimo demonio que venía a juzgarla y despojarla de lo más querido; mientras que la otra mitad le decía justo lo contrario, que un ángel le estaba dando la oportunidad de romper el silencio y liberarse. ¿Qué opción escoger? ¿Acaso tendría ella opción de decidir? Habían contactado con ella, ¿y con Antonio? No lo sabía, pero era lo único que tenía claro, que quería que el marido no se enterase de aquello. Le atemorizaba la idea de que Antonio la culpara, de que pudiera estallar en cólera o quien sabe qué, el miedo no hacía más que crear escenas terroríficas en su mente. No le quedaba otra que fingir, hacerse la despistada, sosegar el nerviosismo con lo que fuera hasta que llegara el esperado día de “toma de contacto”.
Se citaron para un jueves por la mañana dos semanas más tarde, sería un trabajador social quien acudiría al domicilio familiar. Solo la madre y él.
Irene pudo comprobar, día tras día, que su marido no sabía nada. No obstante, Antonio presentía que algo pasaba, esa mirada esquiva, ese temblor de más en la voz. Algo se le escapaba de su control y la semilla de la sospecha se plantó, creciendo poco a poco.
El jueves llegó e Irene se presentó totalmente lúcida, con la casa limpia, en orden y con una sonrisa. El trabajador social le hizo varias preguntas rutinarias: sí, se sostenían económicamente; sí, a que ella era el ama de casa y la principal cuidadora del niño; sí, a que su marido tenía un trabajo bastante estable –dada la situación; sí, tenían familia que les apoyaba, aunque fuera poca– la abuela; no, no eran inmigrantes; no, no había problemas de salud más allá de unas migrañas; etc.
El trabajador social buscaba en la entrevista todos aquellos factores de fragilidad, de maltrato o de protección que el caso pudiera tener. No se fijó en la mirada inquisitiva de Irene, ni se percató de lo mucho que evitaba las preguntas en referencia a su marido. Él tenía apenas quince minutos para hacer una valoración y solo vio a una madre que tuvo la mala suerte de salir de fiesta el día que su hijo tuvo el accidente, un poco inmadura y frágil, pero nada alarmante. Ella era el caso ciento ochenta de aquel mes, con una ratio de tres mil habitantes por trabajador social en Barcelona. Estaba cansado y a punto de sufrir de burnout, tan frustrado con el sistema que ya se había anestesiado contra lo peor y era incapaz de ver las señales: la limpieza desmedida, nada acorde con el hogar de un niño de diez años; lo tapada que iba la mujer en pleno verano; la cantidad de alcohol repartido en cualquier rincón de la casa. ¿Qué iba a ver en quince minutos y con tanto estrés?
De todo aquello Irene se dio cuenta y por eso calló.
Porque si no le tendían la mano bien fuerte ella no tenía el suficiente vigor para dar el paso. Esa “toma de contacto” se quedó en segundo plano».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Victoria Guarinos Jodar os lo agradeceremos.
