Tras muchos avatares en su camino hacia un puerto al sur de Portugal, el joven Adrián se encontró con el cuerpo malherido de Henao. Ignoraba entonces que aquel misterioso forastero, guiado por una extraña determinación, uniría su suerte a la suya y ambos abordarían un mismo objetivo, ser admitidos en la tripulación de la Pinta.
Alguien, entre los marineros de las carabelas, tenía en su poder el singular brazalete que le había sido robado a su nuevo amigo y Henao sería capaz de cualquier cosa por recuperarlo. Tal vez el enigmático secreto que semejaba ocultar fuera la causa de su obsesión por llegar al otro lado del océano, muy superior a la de todos ellos, incluido el propio almirante Colón.
Con la sombra de la incertidumbre siempre consigo, los dos afrontarán las trepidantes peripecias que les aguardaban.
Y solo cuando la esperanza parecía desvanecerse, podría vislumbrar Adrián hasta qué punto la auténtica amistad es capaz de modificar el propio destino.
La trayectoria de Juanjo Tarí (Elche, 1955) siempre ha girado en torno a la creatividad, ya sea como publicitario a nivel profesional o como guionista y dibujante de comics en su juventud, hasta desembocar en la narrativa literaria.
Lector insaciable de cualquier género de novela y admirador declarado de Arturo Pérez Reverte, sigue siendo un gran amante del buen cómic, aunque en la actualidad la escritura forma parte ineludible de su día a día.
Autor de diversas obras, entre las que cabe destacar la Historia de Elche en cómic, difundida tiempo atrás en la prensa local, ha llevado a cabo variadas creaciones publicadas en fanzines y otros medios. Donde las olas me lleven ha sido su primera novela, donde la intriga y la aventura se despliegan sobre un trasfondo histórico muy conocido, pero en el que no todas las claves están resueltas. Actualmente se encuentra en el proceso de redacción de una trilogía en la que se combinan el thriller y la ciencia ficción.
«Donde las olas me lleven habla del ansia incontenible que empuja a algunos corazones en pos de la aventura. También de la fuerza de la amistad, capaz de superar cualquier obstáculo por sorprendente e insólito que parezca.
Adrián, un muchacho de tan solo 15 años, conocerá un mundo inmenso y fascinante con grandes horizontes por alcanzar. Pero también descubrirá que todos nuestros actos conllevan un precio».
«—Borantu Ovanai —dije lentamente— ¿Qué significa?
Fue la primera vez que observé un palpable sobresalto en el rostro de Henao, que sin duda trataba de adivinar de dónde habría sacado yo aquellas palabras. Pero se repuso en apenas un instante, y su réplica acentuó la fascinación que ya sentía hacia él.
—Borantu Ovanai —aquellas palabras adquirieron resonancias lejanas en su boca. Luego clavó sus ojos en los míos y añadió con calma— Significa: No me abandonéis ¿cuándo lo has escuchado antes?
—En Niebla, mientras delirabas al borde de la muerte. Las repetías con vehemencia. También decías: Varten Sanbak.
Sus ojos acusaban el impacto de unas palabras que tal vez hacía mucho tiempo que no escuchaba de otros labios.
—No has podido olvidarlas —concedió entre dientes.
—Algunas noches me he despertado con esas misteriosas palabras resonando de nuevo en mis oídos —añadí sin reparo— ¿Es quizá el extraño idioma de las lejanas tierras de donde procedes?
Por un momento nos observamos mutuamente.
—Sí —dijo— Unas tierras más lejanas de lo que puedas imaginar.
A nuestro alrededor una insondable oscuridad, en la que tremolaban, casi fantasmales, las mortecinas luces de la Niña y la Santa María. Pálidos centelleos que apenas se reflejaban en aquel manto denso y verduzco que parecía atraparnos.
Henao alargó su brazo derecho y me ayudó a introducirme en el reducido espacio de la cofa. Algo así como un barril de poco más de un metro de ancho, atravesado en vertical por el último tramo del palo mayor de la carabela. Así, apoyados cada uno contra el bordillo de madera, nos volvimos a mirar en silencio.
Débiles haces de luz provenientes de la lámpara de bitácora trepaban hasta nosotros sorteando las lonas del velamen y dibujaban sombras vacilantes sobre el rostro de Henao. Por un momento me pareció que aquellas luces evanescentes me descubrían una nueva estampa de mi amigo; tal vez la que escondía para sí mismo. Una breve oscilación de la vela mayor permitió que un huidizo rastro de luz me revelara fugazmente su gesto. Parecía sumido en hondas tribulaciones y acaso dilucidaba si confesarme sus secretos».