Solo un par de adolescentes, una viuda desesperada y su mejor amiga serían capaces de empezar organizar las piezas de un rompecabezas compuesto de muertes cada vez más demenciales. Conforme vayan componiéndolo, se irán encontrando con un círculo de crímenes aparentemente sin más sentido que demostrar la propia crueldad de sus participantes. Seres humanos tan viles, que se han vuelto despreciables.
Para Perseus Roig (Zaragoza, 1974) escribir no es una opción ya que, desde bien joven, las palabras se le agolpan en los dedos, peleando por salir. Sus historias se mueven entre la fantasía, la novela negra, el terror, la ciencia ficción, y siempre regadas con un sentido del humor ácido y molesto. Sobre todo eso, molesto.
Su primer sueño frustrado fue ser astrofísico, y el segundo, programador de videojuegos. Ya de adulto estudió magisterio, pero tampoco ha sido docente pues lleva casi dos décadas como educador social, trabajando con menores y sus familias. Mas da lo mismo qué estudie o en qué trabaje: ser padre de una adolescente, de nombre Galadriel, y que también escribe, es sin duda su mayor logro.
«Siéntese cómodamente. Tome pluma y papel y escriba el nombre de las personas más abyectas que haya conocido. Asigne adjetivos: egoísta, necio, cobarde, vanidoso, cruel... Explique el porqué de su desprecio. Imagine ahora que tuvieran que matarse unas a otras, sin más elección. Hasta un único superviviente. Concéntrese en las distintas estrategias que emplearán, según su carácter. Reconózcalo: disfruta con esa fantasía. Disfrutará Despreciables».
«Había cometido un error al leer la noticia en Internet. El cadáver había aparecido, por supuesto que sí, y ahora toda la policía de Zaragoza estaba buscando a un asesino que usaba un coche para matar. Desde entonces, no paraba de ver coches de policía por todas partes, le parecía que había agentes de paisano siguiéndola y vivía en un constante miedo a ser descubierta.
—Voy al baño y tendré que irme, ya lo siento, estaba muy a gusto —dijo, levantándose.
—Iré a pagar.
—¡No se te ocurra!
—Me toca, ¿recuerdas? Lo tengo anotado en mi teléfono, así que, ve a mear y deja que pague.
María José aceptó, con una sonrisa. Caminó hasta el servicio y al entrar, un gran espejo le dio la bienvenida. Ahí estaba ella, lo más elegante y bonita que pudo ponerse. Y no lo hacía por ningún hombre («diablos, no, eso lo último»), sino por Mari Cruz. Se había puesto su vestido invernal más vistoso y estaba esplendorosa. Madre de Dios, ¿cuánto tiempo hacía que el reflejo era su enemigo? Había logrado vencer su bulimia, había logrado acabar con la idea de que estaba repulsivamente gorda. Aquellas ojeras que parecían sempiternas habían desaparecido sin necesidad de maquillaje. Pronto, ni siquiera precisaría una manicura que tapase las microheridas de sus cutículas o los daños en la piel de los dedos debido a los ácidos estomacales. Solo necesitaba comer bien y mantenerse activa.
—Y matar gente —murmuró, entrando al cubículo.
Se deslizó los pantis y las bragas hasta debajo de las rodillas, cerró la puerta y esta sonó: blom, blom. Nunca se libraría de ello. Oiría ese ruido todo lo que le quedase de vida».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Perseus Roig os lo agradeceremos.