Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Isaac es un camarero encerrado en rutinas de trabajo y ocio compulsivo cuyo contacto con la realidad se da únicamente a través de sus amigos y la clientela más habitual. De entre toda ella, Tobalito, apodado El Murmurador, es el parroquiano más siniestro. A la par que escucha día tras día sus incoherentes monólogos, empieza a charlar con Nonio, un vagabundo apostado a la puerta del supermercado más cercano a su casa.
La novela abarca una sola semana de las andanzas de sus protagonistas; trenzando las juergas, las conversaciones y las reflexiones de Isaac sobre sí y sus vivencias, construye un relato donde paulatinamente entrevemos las fisuras gracias a las que unos monstruos anteriores al Tiempo en busca de alimento amenazan la vida de los personajes.
Un hambre cósmica los está guiando.
Nací el noviembre de 1995 en Málaga, ciudad en la que resido y trabajo mientras estudio a distancia el antiguo CAP. Me gradué en Historia y soy camarero como lo he sido desde los dieciocho, salvo durante una estancia en Madrid para estudiar un máster de Literatura, truncada por la pandemia.
He colaborado en publicaciones como Revista Mercurio y El País Retina, sido entrevistador en Sudor Magazine y corregido artículos para Eikon Imago, entre otras.
Escribir escribo desde siempre. Con seriedad, constancia y ambición diría que desde los diecinueve. Por entonces pretendía hacerlo únicamente en verso, me negaba en redondo a escribir prosa pese a ser lo que más investigaba y leía. Tardé años en reconocer que mi verdadera pulsión era ser novelista, redactar con otros ritmos, y a principios de 2021 terminé mi primera obra, De sombra y salitre.
« Las primeras páginas que escribí de esta novela estaban vagamente orientadas a ser un pequeño relato y el título fue otro durante la redacción, incluso resistió varias correcciones del borrador original. Sea como fuere, el resultado es un testimonio imaginativo profundamente consciente del fondo y de la forma. Fui escribiendo con el mayor de los cuidados, inercia e intuición, atendiendo siempre al pulso de lo que gestaba.
Dicho de otra manera: De sombra y salitre respira.
Aquí vuelco todo lo que aprendí de Krasznahorkai, Casavella, Cela, Morales, Lem, Pessoa y otros tantos. Intento generar una estética y un ritmo acordes a lo mostrado.
Este libro es un bostezo de mi voz narrativa».
«Un momento antes de recibir su llamada, vio con el rabillo del ojo que el hilo retorcido del teléfono, sin que nadie lo tocara, se estremecía lentamente, como una serpiente dormida. Apoyándose en la pared, dejando junto a su hombro izquierdo el aparato, descolgó e inclinó su cabeza al lado contrario adosando así la oreja al auricular.
—Sigues siendo un mierda.
El peluquero, de nuevo, le recordaba que seguía sin perdonarle. Tres meses habían pasado desde el último corte que éste le había hecho. Había dudado de sus manos, decía, ofendiendo su propio lenguaje y priorizando un local a seis euros el trabajo donde una cuadrilla de árabes esquilaba sin descanso, a diario, barracones de clientes. Llevó los ojos al oscuro anverso de los párpados descargando quedamente un suspiro que no fuese perceptible en la línea.
—Los moros están muy bien para un apaño, lo entiendo. Puede que a veces tenga la agenda bastante saturada y no pueda cogerte. Pero creo que no es justo, hermano. Mi trabajo vale lo que te cobro porque yo hablo con las manos.
El comodín se reiteraba. Dejando a un lado el precio, quizás lo mejor de la peluquería era su ubicación dado que, pese a casi compartir pared con una comisaría de Policía Local, era un templo esquinado cuya cara sur creaba, al topar con un edificio de viviendas, el recoveco perfecto para atorbellinarse la basura. El poco peso, la oquedad de los paquetes de patatas, el inerte envoltorio del tabaco, la hojarasca de árboles baratos plantados por el Ayuntamiento, se mecían intermitentemente permitiendo la salida y la entrada de diversos elementos según la fuerza de la corriente tomada. Allí se reunían, después de bajar la persiana, para un maqueo privado en el que Carlos podía rociarte con la ceniza de su propio porro mientras te rasuraba las sienes. La navaja, como un corchete vaivenoso rondando alrededor de las cabezas, iba crepitando suavemente según segaba los capilares. La espuma de afeitar hacía el mejunje perfecto para ir aglutinando a cada pasada de la hoja todos los pelos retirados en una masa que iba otoñándose sobre la palma ahuecada del peluquero hasta cubrirla por completo, aunque a veces optaba por un trozo considerable de papel higiénico pinzado en el falso cuello donde untaba constantemente con movimientos templados el cabello sobrante».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Aarón M. Cruz os lo agradeceremos.