Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En una sociedad futura —anestesiada, acomodada, banal y en el cénit del progreso humano — ya no se cometen crímenes premeditados. El Algoritmo, el ente que la gestiona y controla, es capaz de predecirlos y alertar para que no se produzcan. En esa sociedad aparece el cadáver de un cuerpo calcinado. Jarvis, un agente de policía, deberá resolver el caso que le llevará a un descenso a los infiernos en el que aflorarán las miserias, la estupidez y los horrores de la humanidad.
Una historia de investigación que se inicia en la vigilada ciudad de MegaCity3 y termina en un salvaje y frondoso espacio natural. Un viaje desde la brutalidad civilizada, ejemplificada con los androides como esclavos sexuales o simplemente esclavos, hasta la brutalidad del instinto de supervivencia.
J. J. Lorente, nacido en Barcelona y de la cosecha del 63. Boomer hasta la médula. Profesional de la publicidad con 25 años dedicados a crear conceptos, textos y guiones, y a lo que ahora denominan storytealling. Esto es lo que más le gusta, contar historias. Crear mundos, personajes, tramas, conflictos y darles forma. Siempre con la intención y el criterio de ofrecer el máximo entretenimiento con un pizca de crítica reflexión.
Autor también de una novela breve y autoeditada, La Cueva del Humo. El relato, apasionado y trepidante, sobre un hecho histórico del siglo XII. Una sangrienta batalla que enfrentó a hombres del norte y piratas sarracenos, en Formentera. Y del guion cinematográfico Elektron, finalista en dos concursos internacionales.
«Una historia de ciencia-ficción sin amenazantes extraterrestres. El escenario es la Tierra y el peligro somos nosotros.
Con un objetivo claro: no aburrir, el autor propone un bizarro crisol de temas y estilos en el que aparecen los algoritmos, la inteligencia artificial, el momento de la singularidad, las cajas negras, la teoría del valle inquietante, el scroll infinito, las redes neuronales, el Big Data y un puñado de reflexiones éticas. No trata del antagonismo entre el hombre y la máquina. Es un relato entre la civilización y los instintos primarios. Narrado con un estilo seco, salvaje y trepidante, con destellos de humor absurdo. En el que los lectores más cinéfilos encontrarán referencias a Predator, Westworld, Minority Report y Soylent Green.
Nunca el futuro había dado tanto miedo».
«En los límites de MegaCity3 y de cualquier otra ciudad está: la frontera. No tiene un nombre oficial reconocido, ni demarcación precisa, pero todos saben y asumen que existe. Es el lugar en que la ciudad se desdibuja, por donde termina o por donde crece. Es el espacio que hay antes de llegar a las zonas industriales y de procesamiento o las destinadas a la agricultura y la ganadería. Es el lugar de los despojos. Humanos y artificiales. Allí malviven los que están pero no son. Los individuos que no saben o no pueden adaptarse a la Era del Infinito. Aquellos que han perdido sus lazos sociales, que poco a poco, sin querer, han desaparecido del manto protector y vigilante del Algoritmo; por descuido, por incompetencia, por fatalidad, por errores burocráticos, se han convertido en fallos del sistema. Enfermos y discapacitados mentales, drogadictos, analfabetos digitales, y puede que hasta algún voluntario sin arraigo alguno por nada ni nadie. Los parias, que ni desesperanzados se sienten, porque nunca volverán a tener esperanza. A todos los que malviven en ese lugar se les denomina marginales. No son ciudadanos de ninguna ciudad, son los marginales. Y por allí también deambulan androides abandonados, perdidos y estropeados, a los que se conoce como makizombis.
Aquella tarde, la típica tarde al salir del centro de educación, Jarvis y sus amigos fueron con sus patinetes eléctricos, conduciendo por el lateral de servicio de la avenida M2. Una vía de comunicación rápida que en una especie de meandro elevado pasa sobre una parte de la frontera. Llegaron a la amplia curva suspendida. Desde allí miraban la ruina que se abría a sus pies. Chabolas improvisadas, materiales de derribo, tuberías sin destino ni principio, zanjas, enormes ovillos de cable de todos los colores, basura indescifrable. Y entre ese fondo gris, vieron la figura erguida de un makizombi caminando con penuria. Este era uno de segunda generación, con el rostro y las manos de aspecto humano. Por su indumentaria, un mono de color verde, era de suponer que era un maki que se había perdido o que habían «soltado» de una de las granjas de cría de insectos que quedaban cerca de allí. Cuando un androide se estropea o no rinde lo suficiente es más fácil, y menos burocrático, pedir a los servicios centrales otra unidad nueva y «soltar» al defectuoso. Con una descarga eléctrica se le fríe el sistema de navegación y de reconocimiento, y después se le abandona hasta que se convierte en una quincalla más del terreno.
Justo en la misma curva estaban apiladas unas losas de piedra, anchas y gruesas, utilizadas para pavimentar los laterales de la vía rápida. Un amigo del grupo agarró una de aquellas pesadas losas y la lanzó desde lo alto de la curva. La pieza cayó a unos quince metros del androide. Lo suficiente cerca para que este oyera y detectará el estruendo al impactar contra un montículo de chatarra. Eso les animó a todos a coger más losas y lanzarlas contra el montículo de runa. Recuerda, sí, que era placentero hacer el esfuerzo por cargar la piedra y dejarla caer a peso por encima de la baranda. Contemplar cómo descendía a toda velocidad para incrustarse contra la basura del suelo provocando una explosión de fragmentos de la misma. Con cada espectacular bombazo el makizombi seguía avanzando hacia el lugar, no sin esfuerzo porque se apreciaba bien que una pierna le fallaba. Y llegó el momento. El makizombi se sitúo justo en la perpendicular de la zona de lanzamiento. Jarvis no recuerda quién fue el primero, pero sí sabe que él fue el segundo. Una, dos, tres, cuatro y hasta cinco losas fueron arrojadas sobre el makizombi. Una tras otra impactaron como bombas sobre su estructura. La cabeza aplastada. El hombro hundido y un brazo descolgado. Ya de rodillas una le partió la pierna por el muslo. Las dos últimas le destrozaron la espalda. Fue divertido, sí, hasta que desde abajo les llegó un desgarrador grito de dolor y agonía. Un grito que les pareció humano, demasiado humano para no serlo. A los chicos se les cortó la risa y la euforia del momento. Se montaron en sus patinetes y se largaron de allí. Por eso Jarvis sí sabe lo que es el remordimiento cuando piensa en lo que pasa en la Zona Oscura. Lo que todavía no sabe es si hay redención».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y J. J. Lorente os lo agradeceremos.