La Primera Guerra Mundial deja devastada la ciudad de Londres y Fig tiene que sobrevivir en ella. Un huérfano que experimenta el dolor profundo del hambre y que logra desenvolverse en un tiempo cruel. Encuentra en su camino trampas, amistad, castigo, sexo, y lo más preciado: a su querida hermana abandonada, Rebecca, por la que lucha de forma imparable. Su vida da un giro inesperado cuando es llamado a filas para acudir a la Segunda Gran Guerra. En su intento de huida es atrapado por la Inteligencia Británica y obligado a vivir una falsa identidad en España, como marido de Carmen, una espía de familia noble, tan bella como despiadada. En esta nueva vida conoce una España en tiranía, violenta y rota. Trabaja como falso economista en el Banco do Espíritu Santo, donde revisa cuentas de interés para la Organización e informa puntualmente a su esposa y carcelera, hasta que es descubierto y enviado a África, tierra de la que se enamorará, tan locamente como de Fatma, su profesora de árabe. Marruecos es la patria que le acoge, pero la vida da un nuevo giro: su mejor amigo del orfanato se convierte en un jefe inesperado y traidor.
Dos son mis pasiones: las personas y los libros. La primera la vivo día a día en mi profesión como responsable de recursos humanos en una empresa multinacional. He tenido la gran suerte de poder conocer gente maravillosa gracias a haber trabajado en muchos lugares: Méjico, España, Alemania, Inglaterra, Túnez, Italia…Mi formación como director de hotel y abogado me ha permitido recorrer un mundo lleno de seres increíbles. La segunda de mis pasiones, los libros, concretamente la novela, son mi sangre y mis venas.
Como lector, por recorrer ciudades, personajes, momentos absolutamente únicos. Como escritor, porque fluye dentro de mí, las historias están ahí, y necesitan salir. He escrito diversos libros, Animación Turística, libro técnico sobre esta profesión que ha sido utilizado en escuelas de formación profesional de hostelería, La Escuela del Yo, Mind-Do y otros ensayos aún no publicados.
«Una vida es suficiente, casi demasiado se cimienta sobre cuatro características a lo largo de todo su desarrollo para lograr engancharnos y mantener la tensión y coherencia en todo momento. La combinación permanente de estas características hace que, esta sí, sea una novela distinta».
«Nunca fui un zorro, más bien un ratón.
Me di cuenta de esto cuando oía a mi tutora, la señora Harris, que se empeñaba en decir, a todo el que visitaba el orfanato, que yo era el más inteligente de los chicos de los que allí esperábamos unos padres soñados que jamás llegarían.
Desde luego, la señora Harris no perdía la oportunidad de intentar vender a quien posiblemente fuera uno de los chicos más... digamos… complicados de aquella institución que, si bien no era el paraíso, logró hacer que los que allí convivíamos saliéramos adelante con mayor o menor grado de éxito, lo que para aquellas fechas podría considerarse prácticamente un milagro.
Londres en la postguerra no era el mejor lugar del mundo para vivir.
La Primera Gran Guerra, que se llevó por delante a casi treinta millones de almas, había dejado en nuestra ciudad cicatrices que parecían imposibles de cerrar. En mi cabeza aún resuenan, y mi sudor se congela al recordarlos, los cuatro motores del Zeppelin-Staaken, un maldito bombardero biplano que era capaz de excrementar setecientos kilos de bombas en pocos minutos en lo que los alemanes, sin duda, consideraban la cloaca enemiga.
La ciudad, después del conflicto, estaba arrasada y, aún años después, murieron centenares de personas por aplastamientos de casas y edificios que se venían abajo debido a que su estructura había quedado irreversiblemente dañada.
Pero no solo los edificios estaban a punto de derrumbarse; la sociedad londinense padecía una sobrecogedora pesadumbre, en la que la falta de alimentos y de las cosas materiales más esenciales, convirtieron durante esos primeros años de postguerra —a la que posiblemente había sido la ciudad más social y cosmopolita de Europa— en una escuela de supervivencia, en la que lo individual prevalecía sobre lo demás. No faltaban manos para apoyar, construir o enseñar; pero a la hora de hablar de comida no existían amigos, ni tan siquiera familia; por un mendrugo de pan duro podía darse una agresión y, siempre, un robo. Al menos así lo viví yo».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y David Pena Castro os lo agradeceremos.