Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Vincent Montenegro, un veterano redactor de Cultura del periódico valenciano El Independiente, acaba de ser despedido víctima de la crisis galopante que sacude a los medios de comunicación como otros muchos compañeros. A sus casi cincuenta años y un expediente de crápula empedernido, el esnob Montenegro se siente acabado, hundido, un perdedor, por lo que decide pasar a la acción y emprender una disparatada venganza contra los principales accionistas del grupo mediático multinacional que lo ha enviado a la cola del paro como chatarra humana. Su desquite personal contra aquellos a los que considera culpables de todos los males de la humanidad, llevará a Montenegro por tres grandes ciudades (Roma, París y Nueva York) en un peligroso viaje al término del cual ya no será la misma persona.
José Antequera es escritor y periodista. Nacido en Valencia en 1968, durante casi dos décadas trabajó en medios de comunicación del Grupo Editorial Prensa Ibérica, donde se dedicó al periodismo de Sucesos y Tribunales. Colaborador de la revista Newsweek en Español y corresponsal en los conflictos bélicos de Kosovo y Afganistán, ha escrito una trilogía sobre los años de la corrupción en España formada por las novelas La extraña querella del señor Villa, Montenegro y su venganza y El lacayo del diablo, así como un volumen de cuentos donde entremezcla el relato social con el género fantástico a menudo bajo un marcado estilo periodístico. En los últimos años ha ganado, entre otros certámenes literarios, el Concurso de Relatos Cortos de La Felguera, uno de los más prestigiosos del país en su género. En la actualidad es subdirector de Diario16.
«La mayoría de las personas se sienten intocables hasta que la fatalidad se cruza en su camino. Entonces caen en la cuenta de que son vulnerables, mortales, poca cosa. Creemos que tenemos una posición social, un trabajo, una existencia ordenada y estable. Un futuro seguro y para siempre. Dinero. Sin embargo, de la noche a la mañana llega la crisis, el sistema nos aparca como chatarra humana, lo perdemos todo y aparece la sombra de la Oficina de Desempleo, el comedor social, la marginación. Esta novela trata de la rabia, la desesperación y el deseo de venganza que sienten los corderos cuando son injustamente manipulados por los verdugos que, desde allá arriba, mueven los hilos del mundo. De eso habla esta historia, de cómo muchos de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido Montenegro».
«Nunca antes en la historia de la humanidad había sido tan fácil para alguien tener una obra maestra de la pintura universal colgada en la pared del cuarto de baño. Ese sueño nunca había estado tan al alcance de la mano como hoy. Para lograrlo se exigía una cosa por encima de todas: saber moverse en los circuitos clandestinos. En cierta ocasión había visto en las noticias que un reconocido político español detenido por corrupción y blanqueo de capitales tenía un Picasso colgado junto al retrete. A Montenegro esa noticia le pareció la culminación perfecta del proceso de degradación en el que había caído Occidente. La mafia se había convertido en el mayor mecenas de los artistas y el arte en sí mismo no era más que una inversión económica. Unos invierten en bonos del Estado, otros en acciones de grandes compañías petrolíferas y los hay que se juegan el dinero en la ruleta del arte. Montenegro recordaba sus primeros días como becario en el periódico, cuando apenas tenía veinte años y el redactor jefe lo enviaba a cubrir exposiciones como la de ARCO en Madrid, la feria del arte contemporáneo más importante de España. Él nunca llegó a entender los fundamentos del arte moderno ni hacía nada por comprenderlos. Todos aquellos fraudes estéticos le parecían una broma pesada. Una pantera rosa de trapo valorada en diez mil euros, una bicicleta de carreras pintada de blanco, una caja de frutas vendida a un precio desorbitante. Y luego estaban todos aquellos culturetas de medio pelo que se llamaban artistas a sí mismos, toda aquella camarilla a la que tenía que entrevistar por obligación, por orden del redactor jefe de turno. En cierta ocasión, un cursi de barbita desgreñada, librito en el sobaco y gafas de pasta le hizo un ensayo completo sobre el arte contemporáneo. “Todos tenemos una bici en nuestra casa pero el secreto está en pintarla de blanco, en hacerla única. Es cosa de un par de horas de Titanlux y luego a vender la obra. Eso es lo difícil. Colocarla”».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y José Antequera os lo agradeceremos.
