Tras ofrecerse como kamikaze y ajeno al golpe de estado que planea el mayor general Hatanaka, el comandante Honda Kimitaru, un héroe de la aviación nipona, viaja a su Iwama natal el día previo a la caída de la bomba atómica sobre Hiroshima, para despedirse de su Sensei. Aquel y su íntimo amigo Ishisaka, con quien practica aikidô en el dôjô, intentarán disuadirlo de sus planes suicidas, sembrando en él la semilla de la duda, lo que le hará debatirse entre la sumisión a la tradición y el respeto al emperador y a Japón, y su deber para con el resto de la humanidad. En dicha reflexión ahondará el escritor Hara Tamiki, a quien le liga una estrecha y vieja relación, que por las vicisitudes de la guerra se mantiene a través de una profusa y periódica correspondencia, a pesar de los horrores del conflicto armado.
Lorenzo Algar, nacido en Granada, es licenciado en Dirección y Administración de Empresa y ejerce en el Cuerpo Superior de Inspectores de Trabajo y Seguridad Social en Huelva. Titulado en inglés por Cambrigde, First Certificade (B2), y en italiano por la Dante Alighieri (B" y C1). 5º Dan aikidô por la Federación Española de Judo y Deportes ASociados, 4º Dan Aikikai Tôkyô. Es autor de la trilogía Sit tibi terra levis: Los días de la alegría, Los días de la esperanza y Los días de la aurora.
«¿Quién no ha practicado alguna vez artes marciales? ¿Quién no se vistió con el kimono rato antes de la clase, ardiendo por el deseo de comenzar, como si de ese modo el tiempo pudiera transcurrir más rápido? Muchas son las personas que empiezan, pocas los que continúan, y aun menos aquellas que logran trascender las técnicas y convertir las enseñanzas en un modo de vida que va más allá de los confines del tatami. En tal encrucijada se encuentra el comandante Kimitaru Honda, un laureado aviador, en un tiempo tan apasionante como el de la Segunda Guerra Mundial, en su escenario del Océano Pacífico».
«—Kimitaru, mi buen Kimitaru —le susurró visiblemente emocionado. Allende cualquier técnica que te haya enseñado hay algo más. Dime, ¿qué hay para ti? ¿Qué sientes cuando practicas aikidô?
—Paz, Sensei, una inmensa paz que me colma de felicidad —le contestó y acto seguido el anciano le apretó con fuerza los hombros.
—Eso, es eso Kimitaru. No es la proyección, tampoco la inmovilización o el hacer una técnica u otra, es la armonía del movimiento al vencer una fuerza superior, la nobleza de tratar con cuidado a tu compañero, la felicidad de ayudar y ser ayudado en la progresión, es el arte de vivir disfrutando con lo sencillo y cotidiano lo que quiero que entendáis. ¿Me comprendes?
—Sí, lo entiendo.
El Sensei expiró el aire aliviado. Su querido alumno parecía entender, aunque la alegría duró poco.
—Usted también me ha enseñado que en ocasiones hay que ser duro como un diamante.
El anciano dejó caer los hombros desalentado. Kimitaru se empecinaba en sus dementes intenciones y tergiversaba sus palabras para excusarse con ellas.
—Te quedas solo con la parte que te interesa, Kimitaru —le reprendió —También os pido a continuación que seáis vacíos como el aire, flexibles como una pluma o generosos como el agua. Lo divino es como el agua, Kimitaru, pues sabe beneficiarlo todo sin luchar contra nada, está en todas partes, incluso en sitios que los hombres repudian, es sencilla y pura, no vale nada y a la vez lo vale todo pues nos es imprescindible. El agua es paz.
Kimitaru sonrió con amargura.
—¡Vive, Kimitaru! ¡Vive y deja que otros vivan! No cometas un acto de crueldad ni contra ti ni contra otros seres humanos. Ayer me hablaste con odio de nuestros enemigos, afirmaste estar resuelto a tu destino de kamikaze, pero del mismo modo que sobre el tatami practicas con todos porque ello te enriquece, has... hemos, todos, de aprender a relacionarlos los unos con los otros, pues es en esa relación pacífica y universal entre hombres que creceremos espiritualmente. Mizu no yô ni naru toki de aru, Kimitaru. Sé generoso como el agua, no contestes al teléfono, te lo ruego.
—Posiblemente hoy haya perdido un buen amigo en Hiroshima, no quiero perder más, y para ello debo actuar.
—Pues si no quieres perder más... da de lado a esta tropelía, pon fin a la brutalidad, Kimitaru, no contribuyas a que otros vivan el horror que ha sufrido hoy tu amigo».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Lorenzo Algar os lo agradeceremos.