Estel es de pueblo, de pagès, como se dice en su tierra. Siempre ha sido feliz viviendo en el campo. En setiembre de 1999 comienza a estudiar en Barcelona, donde experimenta por primera vez la soledad en medio de la multitud.
Entre el barullo y el estrés, un curioso personaje, Manuel, se cruzará en su camino. Estel irá descubriendo quién es y el porqué de su encuentro, y todo ello marcará un cambio radical en su vida, en su forma de ver la realidad y en lo más profundo de su persona.
Nació en Barcelona la víspera de Reyes de 1965, cuando se preparaba la cabalgata. Su primer regalo llegó al día siguiente, un pequeño tren de madera que, desgraciadamente, se perdió para siempre. Una tarde cualquiera, cuando tenía catorce años, decidió que quería ser poeta y se sentó ante la máquina de escribir, aquel piano fantástico que en lugar de la música hace la letra, e hizo su primer poema serio, en verso libre y blanco.
Ha visto publicados algunos de sus poemas en antologías temáticas, escrito cuentos y relatos que han sido premiados en varios concursos, ilustrado obras literarias propias y de otros autores, tanto poesía como prosa. Estudió caligrafía de la mano de Keith Adams, lo cual le ha permitido exponer muchos de sus poemas y textos de otros autores, en forma de obra pictórica.
Estudió teología en Palma de Mallorca, Barcelona y Girona, y es licenciado en Ciencias Religiosas; la teología y la espiritualidad han influido profundamente en su obra. Ha dirigido e interpretado obras teatrales, algunas de creación propia, otras escritas en colaboración y también de otros autores. Ha vivido en Barcelona, Palma de Mallorca y Palamós (Costa Brava, Baix Empordà), y los paisajes, los pueblos y sus gentes han pasado a formar parte de su obra.
«¿Te has sentido alguna vez sola, perdida, fuera de lugar, agobiada por un mundo que no es el tuyo?, ¿te hubiera gustado encontrar a alguien que te ayudara a comprender, a sentirte mejor, a ser más tú misma?
Así se sentía Estel hasta que conoció a Manuel. Él revolvió su vida, su mente, sus puntos de vista, su forma de ver a las personas, las cosas y el mundo en sí mismo.
Atrévete a conocer a Manuel, te encantará...»
«Hasta ahora, mi entorno inmediato estaba formado por gente conocida, por amigos, por gente que yo amo; y también algunas palizas, no nos engañemos. Quizás esto sea lo que más echo de menos. En la ciudad te sientes sola, incluso cuando la gente te rodea, cuando no ves más que rostros y más rostros que se cruzan contigo, pero ninguno de ellos esboza una sonrisa, nadie cambia de expresión al verte. Es un sentimiento nuevo para mí, pensar que nunca sabré qué, quién, se oculta detrás de estas caras, qué pensamientos dan vida a sus ojos...
Barcelona es un inmenso desierto de hormigón, asfalto, hierro, vidrio y ladrillo. Pero también está llena de jardines y macetas; de perros, gatos, canarios, periquitos, loros, hámsteres; y, sobre todo, de personas, de gente, de desconocidos. Y lo que me parece más triste es que me iré acostumbrando, y lo mismo que ahora me sorprende y me preocupa, cuando pase el tiempo, con suerte unos meses, formará parte de la normalidad. El desierto humano nos deshumaniza...
El metro es el gran invento del siglo XIX. Como medio de transporte urbano, por su rapidez y eficacia, es insuperable. Es el que con menos obstáculos tropieza, el que permite una frecuencia más regular, aquél en el cual puedes predecir con más exactitud el tiempo que necesitas para recorrer un trayecto. Pero humanamente es terrible. Un amigo mío, cuando viajaba en tren, bromeaba al pasar los túneles diciendo que cambiaban el decorado... ¡El metro es el tren sin decorados!
Otro gran defecto que tiene, que es común al autobús, son las apreturas. Que puedas quedar comprimida, compartiendo el mismo metro cuadrado de vagón con diez o quince personas que te empujan, te aplastan e incluso te manosean, y que son perfectos desconocidos, es realmente asqueroso, y más aún por el hecho de que respiras el mismo aire que ellos ya han respirado, mezclado con los vapores de todos los sudores que han pasado por aquel vagón a lo largo de todo el día.
Es una especie de pasaje secreto o de embrujo que te permite ir de un lado a otro sin pasar por ningún sitio. Eso sí, el tiempo no se para, sino que transcurre igual de rápido o de lento que en el mundo real...
A veces puede volverse insoportable».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Marc Boix os lo agradeceremos.