Los seres del caos, con su poder y su magia, buscan tentar a los incautos para alejarlos del luminoso camino de la rectitud marcado por los Dioses. Al menos, eso es lo que Arisse ha oído durante toda su vida. Sin embargo, tras ser acusada de brujería, se verá obligada a elegir entre morir en las llamas o renunciar al mundo que conoce y hundirse en la oscuridad de la mano de un hechicero para sobrevivir. Y, quizás, encontrar una nueva luz.
Me llamo Leticia Goimil García (Marín, Pontevedra, 1991) y soy farmacéutica, pero la literatura, junto con el dibujo, siempre ha sido una de mis grandes pasiones. En especial el género fantástico, aunque en los últimos años la ciencia ficción y los zombis se han ido colando en mi estantería con intención de quedarse.
Actualmente, escribo fanfics en Fanfiction, Wattpad y AO3, y también tengo publicados cuatro relatos: «Uadi» (Fernweh: rumbo a lo desconocido, Literup, 2019), «La valkiria de hielo» (Por el Fólkvangr y el Valhalla: una antología vikinga, Ediciones Freya, 2019), «Torres en el mar» (Herstoria I, LES Editorial, 2020) y «Los cuatro caballeros» (Katana: una antología samurái, Ediciones Freya, 2020).
«Aquella no era la cama que quería, por muy cómoda que fuese, aunque oliese bien y no le picasen los bichos. Stara no era su madre, aunque la tratase con suavidad y le abriese las puertas de su hogar. Y Orithel la había rescatado y protegido, pero una parte de ella quería volver a ver a Libbe, aunque la hubiese acusado de brujería, la misma parte que era incapaz de desterrar el odio hacia los brujos. Que se aferraba a las enseñanzas de la Iglesia: seguir la luz de Glanz, recibir el cálido aliento de Hitze y venerar la creación de Urheber. Cerró los ojos con fuerza y rezó a Weise, la Sierva que encarnaba la sabiduría y la prudencia, para que la ayudase.
No salió de su trance hasta que Stara la llamó para que bajase a comer algo. Arisse se forzó a sonreír cuando la mujer le preguntó si estaba cómoda en su habitación, y procuró sonar debidamente agradecida cuando le dijo que había encargado ropas nuevas para ella a la costurera. La hechicera se mostraba igual de amigable que el día anterior, pero a Arisse le costaba estar en su presencia, en parte por la aprehensión hacia la magia de la que no podía desprenderse, y en parte por no ser capaz de confiar en las personas a las que debía la vida.
Pasó los siguientes días así, rogando por una respuesta, sin atreverse a poner un pie fuera de la casa; todo el pueblo debía de estar hablando de «la chica rara» a aquellas alturas.
—No puedo seguir así.
El alba despuntaba en el cielo entre las brumas del bosque. Una noche en vela, otro amanecer sin una señal, sin una guía. Quizás los Dioses y sus Siervas la hubiesen abandonado del todo. Pero, si los Dioses y sus Siervas los conducían hacia el bien, hacia la justicia y la verdad, ¿por qué la abandonaban en sus horas más oscuras? ¿Por qué sus fieles mentían y castigaban a inocentes? Y si los brujos eran personas corrompidas por la oscuridad, ¿por qué protegían a la gente que los necesitaba?
—Tengo que hablar con Orithel, se dijo. Antes se había negado a escucharlo, pero ahora quería… necesitaba saber».
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