En el barrio de Arenales, en Las Palmas de Gran Canaria, una modesta familia monoparental recibe un inesperado y desconcertante regalo en forma de ayuda económica. Al cabo de un mes vuelve a recibir el mismo regalo, y así en adelante, todos los meses. Lo que parece ser una bendición resulta ser lo contrario cuando la ayuda deja de llegar. Todos los miembros de la familia, de una manera o de otra, verán sus destinos fatalmente truncados.
Un poco más allá, alguien ha ocupado la casa al final de la calle de las putas. Según se comenta, Rosa, la nueva inquilina, no parece estar del todo bien de la cabeza, sospecha que se confirma tiempo después, cuando la casa arde...
Pedro Hernando Menchaca nació en Madrid en 1977. Cursó estudios de Historia del Arte y de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. En el año 2002 se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria, ciudad en la que reside desde entonces y en la que ha desempeñado diferentes oficios, ninguno relacionado con la escritura. Ha cursado un par de talleres de escritura creativa impartidos por el escritor canario Alexis Ravelo. Su producción literaria consta, hasta el momento presente, de un relato recogido en Taller de cuentos, recopilación de relatos de varios publicada por Beginbook en 2009, y de la obra de teatro Más allá de tu mirada, representada por la compañía teatral Hermanos Thioune, y que se estrenó en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria en el año 2012. Las noches del jardín canario es su primera novela.
«Las noches del jardín canario es una novela coral ambientada en el barrio de Arenales, de Las Palmas de Gran Canaria. Este barrio alberga un par de calles, testimonios vivientes de una ciudad más libertina y menos regulada, en las que el negocio de la prostitución, ante la desidia de las autoridades y la indiferencia de los vecinos, se sigue ofertando a plena luz del día. A lo largo de las siguientes páginas, y a través de diferentes tiempos y técnicas narrativas, acompañaremos a prostitutas, chulos, chonis, indigentes y (presunta) gente de bien en su búsqueda diaria de sustento, de afecto o de un retazo de dignidad, y comprobaremos cómo las decisiones tomadas por unos y otros influirán de manera insospechada en la vida de los demás. Algunas de estas historias son plenamente inventadas, aunque la mayoría se inspiran en hechos presenciados o en testimonios recabados directamente por el autor. En cualquier caso, el autor ha intentado reflejar, con mayor menor acierto, la idiosincrasia de este peculiar rincón del mundo y de la extraña fauna que lo habita. Sea el lector quien juzgue el éxito o el fracaso de dicha empresa».
«No recuerdo cuándo empezamos a verla por ahí. Tenía ese andar crispado de la gente que no está del todo bien. Caminaba como los vaqueros de las películas viejas, con la pelvis echada para delante, con una pierna para cada lado, como si dentro de su pellejo hubiese dos personas, cada una luchando por ir en una dirección distinta. La veíamos pasar a menudo, siempre urgente, como si tuviera prisa o le fueran a cerrar no sé qué, meneando el culillo de manera exagerada, con esas patitas de pollo, por el medio de la calzada, haciendo mogollón de ruido con las cholas, tupa-tupa-tupa-tupa, algo así.
Vino a pedir trabajo como si tuviera derecho a él, como si nos estuviese haciendo un favor. Veintipico años, cara de treinta y muchos, en camiseta de tirantes y shorts —ropa de la Obra Social, se notaba—. Guapa guapa no era, la verdad, y menos con esa mirada de mala leche que echaba para atrás, pero estaba delgada, sin marcas en los brazos, y tenía todos los dientes a la vista. Normalmente, eso solía bastar. Pero Merche, que había sido hombre y mujer, y muchas cosas más antes que puta, primero, y madame, después, y que locas como ella las había visto a cientos, la despachó rápidamente:
—No te ofendas, cariño, pero llevas un cartel luminoso en la frente que dice "problemas".
—¡Pues lo haré por mi cuenta!
—Pues vale, mi niña.
—¿Os creéis mejores que yo? ¡Putas, que sois todas unas putas malfollás!
—Que sí, mi niña, que lo que tú quieras.
Consiguió, no se sabe cómo —sí se sabe cómo; bueno, se sospecha—, que le alquilasen o le dejasen un piso terrero de los del final de la calle, uno que llevaba años trancado. Cómo debía de oler eso a pis de gato. No estaba en nuestra zona, estaba un poco más para allá, así que tampoco nos hacía la competencia directa, por lo que nadie la molestó. Anduvo un par de días sacando trastos y mierda al contenedor, que lo tenía al lado, como una abejita febril, como un pájaro llevando ramitas al nido, pero al revés, y barriendo y fregando y lanzando baldes de agua sucia a la calzada. La muchacha tenía energía, eso estaba claro. También pintó el exterior de blanco reluciente. Le ayudaron un par de individuos con muy mala pinta. Si eran primos suyos o clientes intercambiando trabajo por servicios, vete tú a saber; el caso es que, al cabo de una semana, la vivienda presentaba un aspecto exterior infinitamente más respetable que antes.
Con el paso de los días, su casa se convirtió en un elemento más del paisaje. Estaban los chinos del Mercaoriental; la gorda del veinticuatro horas; Abdul el maricón; Macu la del polígono; la señora esa africana de los vestidos llamativos que no se hablaba con nadie y que siempre iba con sus seis hijos detrás, como patitos en fila; nosotras, por supuesto, y luego estaba ella, la loca de la esquina».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Kepa Hernando os lo agradeceremos.