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Un emigrante español hizo un juramento en México, que marcó y ensombreció a su familia. Reirán, o se asombrarán con la forma en que frustró las anécdotas amorosas de sus cinco hijas al rechazar a los pretendientes con argucias o a balazos.
Cuando en 1910 la Revolución pasó por Morelia el guardián de la honra ideó un minúsculo escondite y emparedó a sus mujeres.
Las hijas se enteraron tarde del juramento. No crea el lector que la amargura anidó en sus corazones. Para nada. Al percatarse de su realidad, fueron inteligentes y sacaron ventaja de su desventaja: eran libres.
Un viento proveniente de España se llevó a las cinco novias del altar mexicano. Nadie les puso una sortija en su dedo a cambio de un sí.
Esta historia parecería de ficción, pero no es así. La autora reconstruye lo que le contaron sus cinco tías abuelas y completa el relato con los recuerdos de su madre y sus tíos —hijos del único varón de la familia—, agregando algo de su intuición e imaginación.
Nació en México. Es Licenciada en Relaciones Internacionales, por la UNAM. Fue catedrática en esa universidad y en el Tecnológico de Monterrey. Representó a México en Uruguay ante la ALALC.
Ha vivido la mayor parte de su vida en Europa. Domina el inglés, francés e italiano.
En España cursó la licenciatura y el doctorado en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, obteniendo un CUM LAUDE.
Implementó Centros de Formación y promovió actividades culturales en programas televisivos, como 300 Millones y en la radio en la Cadena SER y en La Voz de Madrid. Impartió conferencias en el Club Pueblos del Mundo y para el Grupo Lidera.
En México ha publicado en el periódico Excelsior y en revistas. En España en Historia 16. Hasta que decidió relatar la historia de sus tías abuelas. Convirtiendo esas memorias en su primera novela: La Sombra del Juramento, quedando como una de las cinco finalistas del I Certamen Literario Del Muro.
En la actualidad imparte conferencias en la Tertulia Literaria de Valdemorillo y en el Ateneo Escurialense.
«Pretendo involucrar al lector en la vida de cinco mujeres, hijas de padres españoles exiliados en México. Recorriendo parte de la historia de los dos países a principios del siglo XX.
Los invito a entrar en el minúsculo escondite en donde el guardián de la honra de sus mujeres las escondió mientras pasaban las tropas de la Revolución de 1910 por Morelia.
Un juramento paterno proyectó su sombra alargada y llena de aristas filosas y alcanzó a todas sus hijas durante su juventud. En plena madurez se enteraron y entendieron, resignadas, por qué los pretendientes eran ahuyentados con argucias o a balazos.
Habrá situaciones dramáticas y también cómicas. Este relato parecería de ficción, pero no es así. Es un guiño a la memoria de unas mujeres que contaron su vida a sus descendientes. Son recuerdos de la niñez de la escritora y de las historias susurradas por su madre, otros parientes y las protagonistas: sus cinco tías abuelas. Enriquecidas con algo de su intuición e imaginación».
«Vientos huracanados con nubes cargadas de odio arrastraban negros fantasmas de guerra que volaron sobre toda la República Mexicana en 1910. Había estallado la Revolución. Se instaló en sus vidas y las cambió para siempre.
La madre preguntó alarmada en dónde se esconderían del paso de los revolucionarios por Morelia, a lo que el padre respondió:
—En la cocina.
—No, no puede ser —se dijo el único varón de la familia, chasqueando la lengua—, porque la incredulidad va siempre antes que el miedo. Se llevó una mano a la boca ahogando la exclamación de horror que de ella se escapaba. Abrió los ojos como platos frunciendo el ceño. Lleno de angustia comprendió lo que el padre pretendía; sin darse cuenta, negaba con la cabeza tratando de ahuyentar la idea que se sentía incapaz de verbalizar y balbuceó:
—¡Las vamos a emparedar!
A la semana del encierro, Lupe, la pequeña, se incorporó de la cama y exclamó:
—Me asfixio, mamá, ya no puedo más. Me voy. Prefiero la muerte —y corriendo hacia las puertitas se agachó e intentó abrir las tres cerraduras. Las hermanas la detuvieron y Lola le dio una cachetada y la detuvo jalándola de su larga cabellera. Las demás trataban de calmarla y le tapaban la boca, ya que con un ataque de histeria gritaba como una demente.
La enérgica madre, domadora del caos, sacó del baúl una pañoleta y amenazándola le increpó. —¡Te callas o te amordazo! —Las hermanas reprimieron su susto llevándose una mano a la boca, con los ojos desorbitados; solo Conchita corrió a abrazar a su hermana menor, apapachándola para calmar su arranque de locura, como denominaron más tarde, al episodio. Llorando y moqueando, Lupe pidió perdón a su madre y hermanas por el espectáculo. Mimí la increpó:
—Idiota, ¿que no ves que pueden oírnos y matarnos a todas? ¡Burra, tarada! —la regañaba, indignada— ¿Crees que eres la única nerviosa por el encierro? ¡Boba, piensa, razona! Todas estamos mal y nos tenemos que aguantar.
—Niña, ¿qué modales y vocabulario son esos? —le dijo la severa madre a Mimí con una mirada iracunda. Cogiendo y blandiendo la vara de obediencia, domadora de voluntades, continuó—: Me traje esto por si había que impartir disciplina. Creo que Lupe y tú seréis las primeras en probarla.
Las hermanas abrieron sus ojos descomunalmente y protestaron diciendo que ya no eran unas niñas; pero la matrona, con autoridad, agitaba en el aire la amenazadora caña flexible.
—Os digo en serio que no toleraré otro ataque de histeria, por el bien de todas. En ello nos va la vida —dejó la vara de lado y siguió con su labor, sin dejar de verlas de reojo, de vez en cuando, con cara de disgusto. Lupe, poco a poco, se fue calmando en los brazos de Conchita, que no cesaba de acariciarle el cabello, ofreciéndole un consuelo fraternal.
La madre, sin dejar su bordado, le daba vueltas en su cabeza al episodio de histeria de la menor de sus hijas, ponderando algunas soluciones. Finalmente, se decidió por la alternativa que supuso más prudente. Sonriendo, complaciente, les dijo:
—Cada noche de madrugada, siempre y cuando no oigamos nada, podremos salir al jardín a estirar las piernas.
—¡Sí, por favor! —Rogaron todas al unísono, uniendo las manos, en señal de súplica. Con semejante aliciente, entre suspiros, continuaron con el entretenimiento que cada una tenía, esperando ansiosas la noche».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Teresa G. Castro os lo agradeceremos.