Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Todo lo que odiamos puede arder. En el año 2525, en ChongQing, la vida ha cambiado para volver al mismo sitio. Enlai, un científico, trata desesperadamente de encontrar la inmortalidad con experimentos ilegales de transferencia de conciencia en humanos, pero se enamora de Imaga, una de las cobayas. Al mismo tiempo su mujer, su jefe, Los Validos y un grupo de insurgentes neoluditas conspiran para intentar llegar al poder formando una bola de electrones y odio que hará volar todo por los aires.
Mikel Ruiz de Gopegui es de Bilbao, un ingeniero atípico, y escritor de madrugadas. Ha vivido en China, en Tianjin, en Grenoble (Francia) y actualmente reside en Vejle (Dinamarca), junto con su mujer y sus dos pequeñas hijas.
No tiene aún obra publicada, pero sí un buen puñado de cursos de escritura a sus espaldas y bastantes cuentos, así como dos novelas cortas. Lo más cerca que ha estado de hacer algo que se vea fue una final de los microrrelatos de la SER hace tantos años que tenía un apellido diferente.
Le gustan demasiadas cosas, además de escribir. Un buen concierto en una sala llena. Una conversación sobre cine con una cerveza en la mano. Correr (poco) por la nieve. Hasta la comida de avión. Salúdalo si lo ves en un aeropuerto.
«La Belleza Eléctrica es una obra de ciencia ficción distópica que transcurre en el Chongqing del siglo XXVI y habla de la deshumanización, la desesperación, el control totalitario, la locura que no cambian por más que transcurran cientos de años, al igual que la necesidad humana de seguir adelante, buscar el amor y la inmortalidad, aunque sea a través del dolor y el fuego.
Una historia de 101.241 palabras, en la que caben la realidad virtual y los zeppelines, los robots para cubrir todas las necesidades pero que no pueden limpiar bien las esquinas, los asesinatos con las manos desnudas y la carne sintética. Un viaje, como lo son todas las historias, pero para volver al mismo sitio. Hoy».
«Una pequeña placa indicaba:
Puente XiJi 238 03, antiguamente conocido como Puente de las Miradas, anteriormente bautizado como Puente de EGongYan. Construido en 2388. Tengan un día lleno de frutos.
Aquella expresión tan siglo XXIV casi hizo reír a Imaga, pero inmediatamente después se volvió a quedar vacía, como si un enorme gusano negro hubiese consumido todo su interior, atrapando con sus fauces llenas de colmillos desgastados cada pensamiento nuevo, para después engullirlo sin ruido. Saltó una valla metálica con un cartel de prohibido el paso y caminó por el casi inexistente arcén, con los plaustros pasando a pocos centímetros, en trayectorias perfectamente rectas, todos a la misma velocidad. Por un breve instante pudo vislumbrar alguna de las personas dentro de los automóviles, construidos en su totalidad por materiales transparentes, señalándola con cara de extrañeza. Realmente se sentía extraña. Se paró tras unos centenares de metros, aún lejos de la mitad del puente.
El YangTse era una masa oscura muchos metros más abajo, bajo sus pies, a través de los bloques de meiji-cemento acristalado. Oscuro pero tranquilizador, era el olvido. Imaga se subió con dificultad a la barandilla reforzada, agarrada a uno de los tensores. Finalmente consiguió ponerse de pie sobre el borde y mirar el fondo. Se sintió liberada después de semanas sufriendo, y sonrió. El gusano devoró ese pensamiento inmediatamente. Ni siquiera eso le iba a dejar. A su espalda, el tráfico ronroneaba indiferente. Se soltó de la malla de vibro-tensores a la que estaba agarrada, cerró los ojos y se dejó vencer hacia el lado del río.
Algo la agarró de ambos antebrazos y la devolvió al puente de un solo tirón. Cayó al suelo, Se quedó allí paralizada, inerte, sin esperar nada. Dos personas de hombros extraordinariamente anchos, con diademas de alta seguridad de XiJi, de las que solo se veían en los documentales de promoción, se abalanzaron sobre ella y la lanzaron dentro de una plaustro-furgón de cristales opacos. Arrancaron. Imaga se mantuvo postrada, en el suelo de la zona de carga del vehículo, sola, a oscuras, sin ni siquiera intención de moverse: por ella, aquello bien podría ser su ataúd».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Mikel Ruiz de Gopegui os lo agradeceremos.