«La apertura de la vida sexual de mi hija, Mariana, significó para mí una liberación; por fin la putita se hacía mayor y se marchaba de casa. Lo hizo con un enamoradito, el tal Pedrito que vive un par de pisos más arriba. Un día los encontré en la parte trasera de su automóvil retozando como dos lombrices desnudas. Yo los vi, ellos no se enteraron así que decidí hacerme el desentendido alegrándome la existencia; pero ya han pasado algo más de tres años desde aquella vez y nada, aún no se independizan… es más, ahora lo trae casi a diario a almorzar y el muy hijo de puta ha resultado ser un tragaldabas capaz de comerse hasta las servilletas y a mí no me queda más que esbozar una sonrisita de beneplácito y arreglármelas con las cuentas».
Juan Olivera Monteagudo nació en Lima en 1,969, pero radica en Arequipa desde los tres años de edad. Egresa de la Escuela de Artes Plásticas y emigra por causa de la crisis económica a España en el 2,003 donde egresa de la Escuela de Artes Gráficas de Valladolid. Vuelve a emigrar a Alemania en el 2,012 (otra vez por causa de la crisis). Ha ganado algunos certámenes de literatura en Arequipa y diversidad de menciones honrosas en diferentes certámenes por otras novelas.
Actualmente radica en Arequipa donde se dedica a escribir.
«Mi nombre es Jacobo —como mi abuelo— pero en el trabajo me llaman “Job, el silencioso”. No puedo asegurar quien ha sido el del sobrenombre, supongo que ha sido uno de esos oficiales mal avenidos de la Constructora… uno de esos tontos que andan por ahí como hormigas, cargando sus pequeñas existencias como cosa sagrada.
Ellos gozan burlándose de mí. Creen dañarme con sus bromas tontas y murmullos entre cortados… ¡Qué saben ellos del placer de mis maquinaciones! ¡Qué saben ellos del placer que otorga el silenciamiento, la prudencia del aislamiento! ¡Qué saben ellos de mi goce de vidente, de mi sensualidad del monólogo, de mi resignación del mal! Soy un buscador de consecuencias, un disfrutador de los acontecimientos diarios. No soy juez… pero gozo dictando sus condenas. Así como un accidente inesperado no necesita de la luz del día para mostrar su poderío, puede sorprendernos en cualquier lugar y momento…como en la banalidad del hogar o en la rutina del trabajo. O el horror no necesita de la oscuridad, de espectros horripilantes, enormes monstruos o de un tonto adolescente cortándose las venas… le basta cualquier callejón, plaza o la estreches de una habitación; así también yo sólo requiero de mi carácter reflexivo y esta perspicaz observación para ser feliz.
Ya desde niño crecí entendiendo que algo andaba mal, que las gentes vivían sometidas a un rigor inexistente que les hacían bajar la cabeza ante unos cuantos. Es por eso que mi primera meta fue borrar ese peso que significa estar atado a una moralina boba a la que todos temen. Borrar la maldición de pertenecer a un sistema hipócrita para poder ser Yo y exigir lo que por derecho me pertenece. Así que me hice de una personalidad diferente y establecí mis propias reglas para causar este grado de temor que he alcanzado. No me jode ser el que soy… es más, estoy orgulloso de serlo. Con la fuerza de mi pensamiento puedo derrocar a intelectuales y ordinarios, a buenos y malos; pero mis tiros no van por ese lado… mi objetivo no es más que deleitarme con ser un valiente caradura… práctico, malévolo, solitario… pero siempre en compañía. Un tío depravado que se la pasa el día hurgando en las pequeñas miserias humanas y se va después contento a la cama con la conciencia tranquila de haber hecho lo adecuado para su existencia».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Juan Olivera Monteagudo os lo agradeceremos.