En el s. XVIII, Hedera, la última descendiente de un poderoso linaje de brujas, vive en las montañas con su madre y su tía, tratando de pasar inadvertidas para la Inquisición. Una fatídica tarde, después de que unos cazadores vieran a Hedera usar sus poderes mágicos, una muchedumbre se presenta en su casa exigiendo su muerte. Para salvarla, su madre la encerrará en un objeto mágico con un poderoso hechizo.
En el s. XXIV, Iris, una joven universitaria, prosigue con la investigación sobre el paradero de sus padres, que fueron desterrados de las cúpulas por ser opositores al régimen gubernamental. Para ello escapa secretamente de la civilización, adentrándose en el mundo salvaje, un lugar contaminado y peligroso donde la lucha por la supervivencia es un reto diario.
Durante su última aventura, Iris cae en un lugar oscuro donde, atraída por un misterioso sonido, rompe accidentalmente el conjuro que mantiene cautiva a Hedera.
Tras salvarse la vida mutuamente, la bruja decide ayudar a Iris en su peligrosa búsqueda, mientras intenta adaptarse a ese nuevo mundo, cruel y peligroso, en el que se siente sola y perdida. Juntas harán frente a todo tipo de retos, se encontrarán con humanos y seres mágicos, lucharán contra grupos de saqueadores y tratarán de descifrar una magia antigua y poderosa que oculta el destino final de la madre de Iris.
J. Shelley Adan nació en Barcelona en 1982, aunque reside actualmente en la ciudad de Igualada situada a unos kilómetros de Barcelona. Estudió Comunicación audiovisual en la Universidad de Girona y actualmente se dedica al marketing y el diseño gráfico. Sus principales aficiones son la literatura, el mundo del cómic, el cine, la música metal y la brujería. Desde pequeño le han atraído las brujas y los vampiros, lo siniesto y oculto. Escritor de relatos cortos desde el instituto, tras conseguir algunos reconocimientos, decició pasar al mundo de la novela, esta es su primera novela, aunque pronto llegarán más.
«Iris & Hedera — Despertar, está especialmente indicada para cualquier persona que, independientemente de su edad, sexo, raza y condición, padezca alguno de los siguientes síntomas:
— Afición a las historias fantásticas, llenas de aventura, acción y magia, con litros de sangre derramada y cierta cantidad de miembros cercenados.
— Gusto por los futuros postapocalípticos, distópicos y peligrosos que, muy probablemente, aguardan a la humanidad de los próximos siglos.
— Pasión por los mundos fantásticos, que, sin dejar de ser lógicos, detallistas y creíbles, resultan mucho más interesantes que aquel en el que vivimos la mayoría.
— Empatía por los personajes femeninos fuertes, indómitos y luchadores, que no toleran la misogínia, la desigualdad, las injusticias sociales y, mucho menos, que un tío les diga lo que tienen que hacer o cómo deben vestirse y comportarse.
— Adoración por las brujas poderosas, algo siniestras y oscuras, que no dejan por ello de sanar a los necesitados y luchar contra el mal».
«Tras unos minutos de concentración, las manos de Hedera se movieron lentamente hacia el cielo formando un cuenco, como si estuviese recogiendo agua de un chorro. Las bajó sin prisa, cerrándolas como si sujetase algo entre ellas y las dirigió hacia la gema de su ombligo. Allí, con mucho tacto, las abrió, como si vertiese el agua recogida sobre ella, poco a poco. Seguidamente, hizo lo mismo con el resto de las gemas.
A Iris le sorprendió la gran ceremonia con que Hedera realizaba cada uno de aquellos gestos. Estaba muy claro que, para ella, aquel ritual y su relación con la luna eran algo realmente importante. Iris adoraba a Hedera, la chica, pero, en aquel momento, sintió nacer en su interior un gran respeto por la magia y por la otra Hedera, la bruja que tenía delante. Entonces la escuchó. —Diosa Madre, regenerad mi débil cuerpo, aligerad mi pesada alma, agudizad mi obtusa mente, expandid mi mermada aura y desatad mi reprimido poder. Canalizad la energía que fluye por el mundo, dirigidla hacia estas gemas y acelerad la sanación de esta criatura de la noche, que es a la vez vuestra hija y vuestra sierva.
Iris no se atrevía a respirar ni parpadear. Ante su atónita mirada, las gemas habían comenzado a brillar. Al principio se iluminaron con una débil pulsación de luz, como si se encendieran y apagasen al ritmo de los latidos del corazón de Hedera. Poco después, como si contuvieran una diminuta bombilla en su interior, cada gema retuvo su propio brillo y lo fijó, cada una con su propia intensidad.
Pasaron varios minutos, en los que ninguna de las chicas se movió, ni habló. De pronto, Hedera sufrió un pequeño espasmo que la sacudió de los pies a la cabeza. Tras unos segundos de quietud, en los que Iris estaba demasiado preocupada como para atreverse a tocar a la bruja, Hedera dejó escapar el aire de sus pulmones, muy lentamente. Con la misma parsimonia, retiró las gemas de su cuerpo y se incorporó para volverse a arrodillar en el centro del pentagrama. Cuando abrió los ojos, Iris pudo ver aquel hermoso brillo de sus pupilas verdes, más potente que el de todas las gemas juntas. Aquello y la dulce sonrisa de Hedera la hicieron calmarse y respirar de nuevo».
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