«La señal que conduce a Najma, hijo mío; solo un niño cada dos generaciones tendrá el privilegio de poder seguirla… Tu abuelo lo hizo, y tus hermanos ya están demasiado creciditos para semejante fortuna. El problema es que el viaje será de ida y vuelta, por lo que el paraíso visitado será el peor de tus tormentos durante lo que te quede de existencia en la Tierra».
¿Qué haría cualquier niño somalí ante la posibilidad de huir a un mundo como Najma, donde las personas danzan entre las nubes, ningún mar es cementerio y todo puente está construido con amor?
Qadir se había quedado sin familia, estaba siendo entrenado para ser niño soldado y acababa de hacer algo que no tiene perdón de Dios; de ningún Dios. Entonces, la señal le llamó. Y pensó que podría vivir en Najma para siempre.
José A. Navarro (Valencia, 1981) no puede hacer gala de titulaciones académicas; de hecho le apasiona el autodidactismo, por lo que a lo largo de su vida nunca ha dejado de practicarlo: diseño de logotipos, cómics, pinchadiscos en distintos locales de la comarca, colaboraciones en programas radiofónicos… Su pasión por el cine y la lectura le llevó a escribir sus propias historias de ficción y cuentos de terror, hasta que por fin, en 2018, vio publicada su primera novela fantástica Cantos a la Órbita del Hado I: Las Nueve Sombras, bajo el pseudónimo de Jan Pitas. Ahora, con Ida y vuelta de Najma, el autor pretende dar continuidad a su labor como escritor, situando al lector en un contexto de crisis humanitaria y realidad casi desdeñada, para luego transportarlo a un mundo de fantasía en donde la aventura sabe a cucharaditas de ayuda alimentaria.
El mundo no es solo lo que a diario nos rodea. Cada mañana nos levantamos de la cama con aspiraciones a tener un día fantástico: desayunamos antes de ir al trabajo o de llevar a nuestros hijos a la escuela; cogemos el coche o tomamos el transporte público tarareando las canciones de la radio o del tracklist de nuestro teléfono móvil; interactuamos con infinidad de amigos ya sea por motivos laborales, yendo de compras o en la barra del bar de la esquina; alardeamos de nuestro estatus y comentamos las desgracias de los demás, tal vez con regocijo; y al cabo de la jornada cenamos, bien conversando en familia o ante las noticias del televisor, para luego recoger la mesa, tirar los alimentos sobrantes a la basura y apoltronarnos en el sofá al disfrute de una buena película o del reality show del momento. De modo que vuelta a la cama y a soñar con que al día siguiente nos toque el Euromillón.
Mientras tanto, lejos de nuestra zona de confort, millones de personas sufren sin descanso el asedio de la guerra. Afganistán, Sudán del Sur, Irak, Siria, Yemen, Somalia… En estos países, las familias raramente desayunan, raramente van al trabajo, raramente llevan a los hijos al colegio; se camina descalzo, se lleva puesta siempre la misma ropa y la única música que suena es el estallido de las bombas; se llora más que se habla, se bebe agua contaminada y a nadie se le ocurre tirar al suelo ni una sola miga de pan; disponer de un sillón o una cama en la que descansar es todo un privilegio. Eso sí, se sueña como en ningún otro rincón del planeta; se sueña con las historias que llegan desde el mundo civilizado, con huir del infierno y, tras la larga marcha, sentir en brazos de una sociedad ajena toda la amabilidad y el cariño del que ningún ser humano debería verse privado jamás en su tierra natal.
«Los adultos somos responsables de todos los conflictos bélicos que castigan a la humanidad —asegura el autor—, ya sea mediante la participación directa o por nuestra total indiferencia ante los hechos. ¿Y quiénes salen peor parados en todo esto? Los niños, tanto los que sufren la maldad en sus carnes como los que no son debidamente educados fuera del egocentrismo».
Ida y vuelta de Najma es una novela para todas las edades, pero en especial para ese público joven que algún día se lanzará a cambiar el rumbo de las cosas. Una historia narrada en ojos de Qadir, un niño somalí que, atiborrado de horror, alcanza a pisar el paraíso prometido. A partir de ahí, y arrastrado por el viaje y dilemas del protagonista, el lector no dejará de captar infinidad de cuestiones dignas de reflexión.
«Acto seguido, sus hombres —sin boinas ni uniformes pero armados hasta los dientes— comenzaron a repartir dichas herramientas entre los veinte chicos de mi clase.
Había tres alumnas, todas ellas un poco más pequeñas que yo.
Todavía no lloraban.
—¡A ver, tú! —Hombre Malo me señaló nada más verme con el fusil—. Sí, tú, el de la última fila de pupitres… ¿Cómo te llamas?
El sudor manó de mi cabeza como fuente de perlas. Por un momento miré a través del cristal de la ventana situada a mi izquierda, atraído por el jaleo impuesto bajo el sol de aquella mañana. Más asaltantes saqueaban nuestras viviendas, sobre todo haciéndose con las reservas de agua potable; niños enfermos eran examinados y devueltos a los brazos de sus madres cual armamento defectuoso; los lugareños que se atrevían a protestar, incluido el respetado núcleo de ancianos que constituía la orden consejera en la comunidad, eran tratados a patadas; Said, el ganadero que unas semanas atrás vino desde el sur con su tienda portátil a cuestas, lloraba al ver cómo sus seis cabras eran degolladas sin piedad; y a mi mente acudió el doctor de aquella organización humanitaria que una vez por semana nos era enviado bajo escolta militar, suma que bien podría haber ahuyentado a los malos espíritus de no ser porque acabó recogiendo bártulos en la tarde del día anterior. Luego vi mi cara de negrito asustado reflejada en el cristal y justo el soldado que acababa de privarme del lápiz me lastimó en la espalda a golpe de culata. No articulé quejido, pero las gotas de sudor saltaron de mi frente y emborronaron los apuntes de mi cuaderno de notas. Eso sí que dolió.
—Qadir, señor —musité—. Me llamo Qadir.
—Qadir… —repitió Hombre Malo—. Pues a partir de ahora pasarás a llamarte Bazofia, ¿estamos?
Otro golpe de culata, en el mismo sitio. Chillé».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y José A. Pastor os lo agradeceremos.
