Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Sumérgete en un viaje apasionante donde cada relato revela secretos, deseos prohibidos y emociones al límite. Personajes intensos luchan contra miedos, prejuicios y destinos impuestos, desafiando todo por amor y libertad. Desde encuentros furtivos en calles iluminadas hasta batallas internas que desgarran el alma, estas historias te atraparán con su fuerza y vulnerabilidad. Prepárate para sentir, sufrir y vibrar con personajes que rompen cadenas y se atreven a vivir sin miedo, dejando una huella imborrable en tu corazón. ¿Estás listo para dejarte llevar?
Daniel López Pizarro nació el 7 de junio de 1998 en Cerdanyola del Vallès. Apasionado por la montaña y la naturaleza, encuentra en el aire libre su lugar de paz. Romántico y profundamente sensible, Daniel vive las emociones con intensidad, lo que le impulsa a volcarse en la escritura. Para él, escribir es mucho más que un pasatiempo: es su manera de escapar del ruido del mundo, un refugio donde puede explorar su interior y transformar sus sentimientos en palabras que conectan con el alma. Su obra refleja esa pasión y búsqueda constante de armonía y belleza.
«Este libro nace de mi necesidad de encontrar refugio en medio del caos cotidiano. A través de la escritura, he descubierto un mundo donde el romanticismo y la sensibilidad transforman la realidad, ofreciéndome un escape honesto y profundo. Las historias que comparto exploran la conexión íntima con la naturaleza y las emociones humanas, invitándote a un viaje donde la pasión y la melancolía se entrelazan. Leer este libro es abrir una puerta a la introspección, a sentir cada palabra como un susurro que calma y despierta al mismo tiempo. Te invito a acompañarme en esta aventura literaria que nace del corazón y busca tocar el alma.»
«Javier solía sentarse siempre en el mismo banco del parque. No era un banco cualquiera, sino aquel en el que pasó incontables tardes junto a Clara, entre conversaciones y silencios llenos de vida. Allí, bajo el sol amable de la tarde, dejaba que los recuerdos lo envolvieran, acariciando con la mente cada instante compartido con el amor de su vida.
Pero los años, implacables, comenzaron a desdibujar esos recuerdos. Primero olvidó la fecha de su aniversario. Luego, el sonido de su risa efusiva. Más tarde, el contorno delicado de su rostro.
El olvido se fue instalando en su pecho como una sombra creciente, hasta que un día se encontró dudando si Clara había sido real o solo un dulce delirio tejido por la soledad.
Su hogar era ahora un lejano suspiro del pasado. Vivía rodeado de ancianos con historias similares, pero ninguna compañía lograba llenar el vacío que le había dejado Clara. La extrañaba como las amapolas ansían la primavera.
Un día, en un arranque de desesperanza y nostalgia, revolvió en sus viejas cajas, aquellas donde guardaba las pocas pertenencias que el tiempo aún no le había arrebatado. Y entonces la vio.
Una fotografía gastada, amarillenta por los años, pero aún vibrante en su significado: dos jóvenes enamorados fundiéndose en un beso eterno. Al verla, un torrente de emociones lo envolvió, y las lágrimas rodaron por su rostro, pero esta vez no eran solo de tristeza, sino de alivio. Clara había sido real. Su amor había existido.
Desde aquel día, Javier siguió yendo al mismo banco, bajo el mismo sol, con la fotografía en sus manos. Y allí, con la brisa susurrando entre los árboles, esperó pacientemente a que el tiempo lo llevara de regreso con su amada.»
«Se mudó a la ciudad por trabajo.
El apartamento, aunque pequeño, tenía algo especial, algo que lo hacía sentir conectado con ese espacio, aunque aún no se acostumbraba a la idea de estar solo en un lugar nuevo.
El vecino de enfrente se había mudado, y los ruidos de cajas y puertas entreabiertas a la hora tardía de la noche lo delataban.
Fue al cabo de unos días cuando, al escuchar el sonido metálico de unas llaves al caer sobre la cerradura, sintió una inquietud que lo llevó a asomarse a la mirilla.
Lo que vio lo paralizó:
Era una mujer imponente. Morena, con una falda que se movía como si fuera una extensión de su propio ser, y unos tacones que marcaban el ritmo de su caminar con una elegancia que parecía desafiar la gravedad.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Daniel López Pizarro os lo agradeceremos.