El viaje más largo del mundo narra la historia de un joven maliense, Amadou Koulibaly, desde que sale de su pueblo natal asolado por conflictos bélicos hasta llegar a España. Un viaje repleto de dificultades, en el que la codicia humana hace que muchas personas se aprovechen de la extrema necesidad de los inmigrantes y refugiados, siendo estos robados, apaleados y engañados en muchas ocasiones. Podría ser la historia de muchos de los miles de inmigrantes y refugiados que llegan a Europa tras un largo y duro viaje en el que ponen en juego sus vidas. Es también el relato de la difícil integración de un chico africano en Europa tras su llegada a la Tierra Prometida.
Saúl Sánchez Pedrero nace en Madrid en 1978, es diplomado en Educación Social por la Universidad Complutense de Madrid. El viaje más largo del mundo es la primera novela de este trotamundos, basada en sus experiencias laborales durante siete años como educador en pisos con jóvenes inmigrantes y refugiados. También ha trabajado, entre otras muchas cosas, como coordinador de centros juveniles en Rivas-Vaciamadrid, así como coordinador en campos de trabajo de índole internacional.
En los últimos años, su anhelo de aventuras y experiencias nuevas le ha llevado a vivir por temporadas en diferentes países como Tailandia y Mauricio. Actualmente reside en la isla de Madeira, en la que realiza visitas guiadas por la ciudad de Funchal.
«El viaje más largo del mundo trata de acercar al lector a la dura realidad que hay detrás de los inmigrantes y refugiados. Busca cambiar percepciones y opiniones de la gente hacia estos colectivos de personas. Es una novela de una pasmosa actualidad, que pasa de puntillas en nuestra sociedad, pero que por desgracia sucede en el mundo a cada instante. Sin duda, no defraudará a aquellos que anhelan conocer la verdad del porqué cada vez son más los jóvenes que tratan de alcanzar las costas de Europa».
«La noche estaba ya cayendo sobre Sané, mi aldea de Mali. Mi madre se dirigía con cara aterrada hacia nuestra casa, mi padre permanecía impasible mientras las camionetas se acercaban y yo, por mi parte, corrí a esconderme en la cabaña de los animales, detrás de la casa. Antes metí el sobre con el dinero en la mochila que me había dado mi madre y corrí a toda velocidad hasta allí. Los animales me recibieron con grotescos sonidos, como si mi presencia allí les perturbase e hice todo lo posible por calmarlos, sin preocuparme primero por calmarme a mí mismo.
Una vez que los animales se acostumbraron a mi presencia busqué un sitio donde poder observar lo que pasaba. Desde mi posición apenas veía la puerta de la casa, pero sí era capaz de ver la silueta de mi padre. Allí de pie, Moussa parecía un hombre valeroso y su figura desde mi escondrijo parecía la de un gigante que velaba por la seguridad de su familia. Las furgonetas tardaron un par de minutos en llegar hasta el punto en el que mi padre esperaba.
Se bajaron cuatro hombres armados y estimé que al menos otros seis permanecieron dentro de las cuatro furgonetas que habían venido, aunque desde mi posición no era capaz de distinguirlos con claridad. Mi pulsó se aceleró y llegué a pensar verdaderamente que el corazón se me iba a salir del pecho. Ríos de sudor me chorreaban desde la frente hasta el torso y, pese a tener la cabeza afeitada, el poco pelo que tenía me parecía un gorro de lana que me daba un calor infernal. Pasaba la lengua una y otra vez por el hueco vacío de mi diente, cosa que hacía con asiduidad cuando estaba nervioso, y en aquel momento lo estaba, y mucho.
Escuché cómo le decían a mi padre que les diese el dinero que les debía, que no tenían tiempo que perder. Era una noche en la que apenas había ruido y todo se escuchaba con nitidez. Mi padre insistió en que ya sabían ellos que él no tenía dinero, que por favor les dejasen en paz, que si querían el camión se lo llevasen, pero que les dejasen tranquilos. Los hombres se reían ante las palabras de mi padre. Uno de ellos se le acercó y le cogió del cuello, le dijo que era su última oportunidad, que le diese el dinero o que se preparase para morir».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Saúl Sánchez Pedrero os lo agradeceremos.