Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Lucía está deprimida y desencantada: jamás habría imaginado que su novio y su mejor amiga serían capaces de traicionarla. Y para colmo ha suspendido el curso y se queda sin vacaciones.
Una tarde, mientras pasea por el parque, tropieza con un joven que actúa de manera extraña. Su aspecto es distinto al de cualquiera que haya visto y se comporta como si estuviera fuera de lugar. Sin embargo, y en contra del sentido común, siente el impulso de ayudarle y lo lleva a su casa. A partir de ese momento, la realidad adquiere otra dimensión.
Gracias al desconocido, Lucía descubre que el mundo es más grande de lo que parece, se embarca en un viaje del que depende la vida de alguien imposible y se enamora de un ser que no puede existir. Y mientras tanto, en el mundo del que procede el extraño, la vida se complica…
Paloma Ruiz-Rivas ha sido lectora apasionada desde que tiene memoria. Nació en Madrid, ha vivido en México y actualmente coordina los talleres de escritura creativa que imparte en la biblioteca de San Juan y en la Comunidad de Escritores Fabulario, ambos en Burgos.
Ganó la Mención de Honor del premio Leer es Vivir de Editorial Everest por El mundo de Ayub, en México publicó Historia de la papisa Juana y después la novela fantástica Samarana.
Su formación en Historia y Patrimonio proporciona una base sólida a las novelas históricas, pero le encantan la fantasía, las aventuras y las tramas con intriga. También escribe cuentos para adultos y novela infantil.
«Rastivere apareció sin pedir permiso mientras escribía otro libro, y no dejó de dar la lata hasta que me convenció de que tenía que contar su historia. Por eso Cómo me enamoré de un elfo no es solo una novela de amor; va de retos y superación, y te sumergirá en mundos que creías familiares pero descubrirás desconocidos.»
«¡Qué sitio tan asqueroso! ¿Cómo lo aguantan?, pensó Rastivere. Llevaba varios días en Madrid, y no sabría decir si le molestaban más los ruidos o los olores. El primer día fue el peor. Llegar solo a una ciudad nueva, donde no conoces a nadie ni entiendes la forma en que se relacionan unos con otros, es un reto enorme. Y eso que venía más o menos preparado. La verdad, si en algún momento de su pasado alguien le hubiera dicho que iba a verse en semejante situación, se habría reído.
Pasó la primera noche en el parque. Se sentó bajo un sauce viejo de ramas largas que le escondía de la vista de los demás, y se dejó llevar por la depresión. Espió a los viandantes y llegó a la conclusión de que la realidad superaba con creces lo que le habían contado: las diferencias eran enormes. Tanto, que estuvo a punto de rendirse de antemano. ¡No iba a conseguirlo! Había oído contar historias, como todo el mundo, pero ese lugar bullía en prisas, miedos y agresividad. Incluso bajo el árbol se notaban.
Al día siguiente caminó hasta encontrar el lugar que le habían recomendado. La luz de la figura que flotaba sobre la puerta emitía una señal reconocible. Nada más entrar, pensó que tenía que ser un error: aquel hombre llevaba la avaricia pintada en la mirada. Pero como no le quedaba otra opción, suspiró y se acercó al mostrador.
—¿Cambias oro?
—¿Qué es lo que traes? —Se frotó las manos.
Rastivere sacó una bolsa y puso una pepita grande sobre la mesa. Esperó en silencio mientras el hombre contenía la respiración. Luego la pesó en una balanza.
—Son doscientos gramos —mintió descaradamente—. ¿Lo ves?
—¿Y cuánto me das por ella? —El joven se sabía en desventaja.
El comprador no pudo ocultar la satisfacción. Había acertado: ese pazguato no sabía ni leer la báscula. Podía pagarle lo que quisiera.
—¿Cuánto necesitas?
—Tengo que buscar un sitio donde dormir y comprar algunas cosas.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo? —Tanteó.
—Lo menos posible.
El tasador sacó unos billetes y los contó con calma.
—¿Ya tienes dónde quedarte?
—No, buscaré un sitio cuando tenga el dinero.
—Ve aquí —le tendió una octavilla—, y di que vas de mi parte. Te tratarán de manera especial. —Mostró los dientes amarillentos al pensar en su comisión.
De repente, un hombre barbudo y muy bajito salió de la trastienda y se puso a hacer aspavientos.
—¡Vete de aquí, rata de alcantarilla! —Pateó al tasador tras arrancarle los billetes de las manos—. Discúlpame, joven. Mi empleado es muy torpe y no ha valorado bien tu oro. Esto es lo que en justicia te corresponde. —Le tendió el triple de dinero—. No dudes en volver si necesitas más.
El hombrecillo se quedó un rato mirando la puerta por donde el desconocido acababa de salir y acarició la pepita de oro. No recordaba cuándo fue la última vez que le traían oro de esa calidad y por un momento sintió nostalgia. No obstante, tenía mucho trabajo y se deshizo de ese sentimiento tan poco práctico. El chico no era su problema.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Paloma Ruiz-Rivas os lo agradeceremos.