Lala y su hermano, Jero, regentan el bar CasaDores, situado en una tranquila localidad Tenerife. Todo parece normal a ojos de los clientes, entre cortados y bocadillos. Sin embargo, en la trastienda se cuecen otros platos a fuego lento: cacerías organizadas con finales aparentemente previsibles para las presas. Pero a veces lo previsible se alía con la casualidad para dar un giro inesperado al guion escrito, haciendo que las presas se conviertan en cazadores de sus presuntos verdugos. Lala aprovechará entonces para subir las apuestas y decidir en el camino si seguir hasta el final o escribir un nuevo guion para su vida, donde esta vez sea ella quien elija, sin sorpresas, quién se salva y quién se quema.
Estela Valido es el seudónimo adoptado por los cinco coautores, Miguel Ángel Brito, Teresa Giráldez, Ángeles Jiménez, Ana Joyanes e Inmaculada Vinuesa.
Sus perfiles profesionales son muy diferentes: un farmacéutico, una bioquímica, dos médicos y una fisioterapeuta, unidos por la misma pasión: escribir.
Han escrito varios libros de relatos como Historias del Acojeja y Entrepáginas, junto con otros autores. También han participado en diversas antologías.
De forma individual han publicado varias novelas: El olor de los ausentes (Inmaculada Vinuesa), Lágrimas mágicas, Sangre y fuego, Noa y los dioses del tiempo (Ana Joyanes), y algunas se han embarcado en aventuras de escritura colectiva, la novela Oscurece en Edimburgo o en coautoría El caso de la Pensión Padrón.
«¿Cuánto pagarías por matar a alguien? ¿Cuánto, por verlo morir?
La crueldad más extrema puede encontrarse a la vuelta de la esquina, en las calles de cualquier barrio de una ciudad cualquiera, tras las paredes de cualquier casa, de cualquier bar.
Todos llevamos un voyeur en nuestro interior. CasaDores te permitirá ver a través de la rendija de la puerta de un almacén o el visor de un fusil las pasiones más abyectas que esconden personas corrientes, el coraje que pueden mostrar seres humillados y acorralados. A través de sus páginas vivirás en primera persona la emoción de la caza, el dolor del desarraigo y la pérdida, el desprecio al extranjero, el terror ante la muerte inminente, la embriaguez que proporciona la venganza. Sentirás el frío de aquellos para quienes un ser humano es solo una presa más».
«El americano ajusta el binocular de visión nocturna al arnés de cabeza y este a su enorme cráneo rasurado. Debe utilizar un apretado barboquejo si no quiere que todo el sistema oscile y ruede de su cráneo al suelo. Sube la cremallera del chaleco, comprueba por enésima vez la carga del fusil, reclama a su compañero la botella de güisqui con un gesto imperioso de la mano, la agarra por el gollete y da un largo trago antes de ponerse en marcha, todos los poros exudando impaciencia.
Su colega le arrebata la botella, da apenas un sorbo, apoya el cristal sobre su frente como un signo supersticioso y la arroja con fuerza contra el suelo. Trota tras el otro, que ya se ha puesto en marcha y con un gesto le indica el camino que debe tomar para abarcar entre los dos el mayor terreno posible. No puede reprimir un aullido exaltado. La caza comienza.
Mukhtar corre sin rumbo, en amplios zigzags, cambiando la dirección. No sabe adónde dirigirse, qué va a encontrar tras el siguiente paso, solo quiere perder a los que le persiguen y tras los primeros metros ha sido capaz de darse cuenta de que lo que seguramente pretenden es que vaya cuesta abajo. Por eso se desvía, incluso se atreve a subir por algún repecho.
Resbala, la maleza abre brechas en su piel desnuda. Solo le han permitido conservar las viejas botas que llevaba y los calzoncillos. Los yanquis son muy escrupulosos con la decencia. Recuerda que había escuchado decir a la mujer que uno de sus clientes insistió en que no lo dejaran completamente desnudo. Incluso recuerda a través de la bruma estupefaciente el tono irónico con que lo dijo.
Se levanta, toma aire, sus ojos se han acostumbrado a la oscuridad, le parece vislumbrar un sendero y a él se dirige. No es consciente de que la sangre resbala por su torso herido.
Pone atención, cree escuchar los pasos de sus perseguidores, cambia de nuevo de rumbo.
Ve un voluminoso matorral que no identifica, pero se dirige a él y se agazapa, abriéndose paso a través de sus hojas, húmedas de rocío. Se cubre con el follaje y contiene como puede la respiración. El corazón quiere delatarlo.
No se equivoca, uno de los cazadores pasa cerca, sigiloso, removiendo la breña con el cañón. Se aleja.
Mukhtar deja pasar unos minutos antes de atreverse a salir. Repta, se incorpora con cautela, da unos pasos indecisos.
Un estrépito lo obliga a mirar atrás. El cazador se encuentra a su espalda, encañonándolo con su arma. El moro intenta alzar los brazos en señal de rendición, pero su enemigo susurra: "¡Run!".
Mukhtar se lanza cuesta abajo, entre los árboles, tropieza, resbala, cae, se levanta, corre, intenta desviarse, pero a su izquierda aparece el otro cazador, que lo apunta con un fusil de asalto.
Al contrario que su compañero, este hace ademán de enfocar y disparar.
Mukhtar cambia de dirección y sigue corriendo, siempre hacia abajo, hacia donde lo van dirigiendo.
Llega a una zona abierta desde donde puede adivinar una explanada y lo que en la distancia parecen siluetas de toscos tejados. Tal vez pueda conseguir llegar hasta ellos, gritar, pedir ayuda.
Las botas le han formado llagas. No las siente, solo siente el dolor en el pecho con cada bocanada de aire que entra, el latido frenético de las arterias del cuello, el bombeo del corazón...».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Estela Valido os lo agradeceremos.