Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Martín, despedido inesperadamente del banco donde ha trabajado durante años, se ve arrastrado por su hermana Laura a volver a su antiguo hogar en la isla de Vidriera. El objetivo: restaurar y vender la casa familiar. Sin embargo, este retorno despierta preguntas enterradas sobre su pasado. ¿Por qué su madre huyó de la isla con sus hijos hace más de treinta años? ¿Qué papel jugó su padre, el pescador Lucas Domènech? Y al tratar de responderlas, Martín y Laura descubrirán lo que quizás ya sospechaban: una red de corrupción y abuso que involucrará a casi todos. Irse y quedarse y volver sumerge al lector en la historia de los Godoy, una familia salpicada por secretos oscuros y decisiones imposibles: una conmovedora exploración de la traición, la violencia y la memoria en el ámbito familiar.
Jordi Juncà ha compaginado durante los últimos cinco años sus labores como escritor, coordinador académico y docente universitario. Actualmente trabaja en los centros de IES Abroad y CAPA-CEA de Barcelona (centros adscritos a las universidades de Minnesota y Rochester, respectivamente) donde imparte cursos de escritura creativa y literatura de viajes. Asimismo, diseña y dirige seminarios que reflexionan sobre la relación entre los diferentes contextos sociológicos y culturales dentro de la historia más reciente de España con la literatura producida en cada uno de esos contextos, dirigidos a estudiantes internacionales. Además, Jordi ha viajado a más de treinta países repartidos por los cinco continentes, empujado por la convicción de que no se puede entender el viaje sin la literatura ni la literatura sin el viaje.
«¿Te has preguntado alguna vez cómo afectarán tus acciones a tus hijos, o a los hijos de tus hijos? Esta es la pregunta central que rodea a los Godoy, cuya historia demuestra la importancia de afrontar los problemas y cómo adherirse a ciertos valores familiares sin hacerse preguntas puede resultar en contradicciones con consecuencias irreconciliables.
Irse y quedarse y volver es también un llamado a romper con el presente y reimaginar un futuro más sostenible y acorde a tus principios. ¿Es posible un mundo sin las garras de las grandes corporaciones? La novela desafía al lector a considerar esta posibilidad, invitándonos a soltar y retroceder hacia una vida más rural para poder avanzar hacia un futuro mejor. Una historia que, en definitiva, te desafiará a reconsiderar tu lugar en el mundo».
«Sabía que ahora encontraría una rotonda con tres salidas, que cogería la segunda y, después de unos cincuenta metros, torcería a la derecha. Que no mucho más tarde, me encontraría con una calle sin salida que acababa por diluirse en un círculo hecho de asfalto. Y que, desde allí, caminaría hacia los acantilados que se encontraban a apenas quince o veinte metros del círculo. Y entonces vería el mar Mediterráneo cabalgar libre por la superficie de la tierra, ininterrumpidamente hasta aterrizar en las lejanas costas de Cerdeña; el sol empezaría a dejarse caer como un trapecista, acercándose peligrosamente al abismo que era el horizonte.
Lo conocía muy bien, porque aquel era uno de nuestros lugares favoritos.
Y cuando digo nuestros me refiero a los míos y a los de Michelle.
Qué tiempos aquellos en los que cogíamos la moto sin decirle nada a nadie y nos íbamos a ver el atardecer y a besarnos sin parar y tocarnos lo que nunca nadie nos había tocado. Siempre bajo el cobijo de aquel mismo sol que yo ahora veía, montado en mi moto, mirando el horizonte a ochenta metros por encima del nivel del mar. Y sí. Había estado allí cientos de veces, por no decir miles. Era la primera vez, sin embargo, que estar en aquel sitio dolía.
Dolía porque por momentos me parecía que me invadía la misma felicidad que me invadió al sentir cómo la cabeza de aquella inglesa desconocida se reclinaba sobre mi hombro. Dolía porque recordaba la vez en que ella, Michelle, se había tropezado con una piedra del camino que llevaba al borde del acantilado y fingió que se había hecho mucho daño para que yo me acercara a ayudarla y entonces tirarme del brazo para hacerme caer junto a ella.
Yo no soy una damisela en peligro que necesita que la rescaten, pedazo de imbécil, me dijo, con su delicioso acento inglés, mientras los dos mirábamos unas estrellas que todavía no estaban allí.
Dolía porque también me acordaba del día en que se acabó aquel verano del 87, y ella me dijo que esperaba verme al año siguiente. Y yo le dije que sí, que claro, que por supuesto, que yo también la esperaría. Pero lo que yo no sabía en aquel entonces es que una madrugada cualquiera de abril mi madre nos cogería a mi hermana y a mí para no volver jamás. Y cómo iba a saberlo.
Dolía porque pensaba en lo que me habría dicho el Martín de catorce años si me viera ahora, y cuando digo ahora me refiero a entonces, aquel verano de 2020. Dolía porque sabía perfectamente que me diría que mi mujer no era más que una réplica casi exacta de mi madre y mi hijo un gilipollas sin remedio, fiel reflejo del banquero en el que me había convertido. Dolía porque aquel yo adolescente me habría dicho que por qué no me había quedado para siempre con Michelle. Y a mí no me habría quedado más remedio que responderle que eso era muy fácil decirlo ahora, pero ¿cómo se suponía que tendría que haberlo hecho a trescientos kilómetros de distancia, recubiertos de agua y de arena y de roca y sobre todo de nostalgia?».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Jordi Juncà os lo agradeceremos.