Un colapso. Un hambre anciana despierta de su letargo en un rincón perdido de la civilización de Lenthe. Una certeza de que al fin dará con la llave que lleva tanto tiempo buscando. Así pues, la niña se levanta y, llamando a su jauría de bestias, se prepara para cazar.
Ariadna, la protagonista de esta historia, se ve envuelta de manera precipitada en un atropello de extraños descubrimientos acerca del mundo que la rodea en el día en que las temibles bestias, ya casi olvidadas, regresan con la sexta campanada para encontrar algo que es de vital importancia. Sacudida por los acontecimientos, su camino va tomando rumbo a la Torre Azabache, lugar de estudio de los extraños eruditos, gente que inspira más temor que confianza, en busca de una verdad que muchos ocultan en las sombras.
Nací y crecí en Madrid Sur, concretamente en Orcasitas, un 5 de enero de 1995. Sí, tengo regalo de cumpleaños y Reyes. La mayor parte de mi vida que puedo recordar la he pasado con un libro bajo el brazo o en la mochila para poder leer en el sitio que se terciase. Zambullirme entre las líneas de tinta y conocer historias siempre ha sido uno de mis pasatiempos favoritos. Y decir pasatiempos se queda corto. De ahí me vino mi certeza de que algún día escribiría un libro. Qué digo, todos los libros que pueda. Actualmente profesor de Primaria, en el aula aplico la filosofía de «con una historia, todo llega mejor al corazón».
«Un día 6 de abril de 2020 comencé algo a lo que le había estado dando vueltas: una historia interactiva en la red social de Instagram. En parte para hacer algo que distrajera a la gente, en parte para yo distraerme también en la cuarentena. Pero seamos sinceros: lo que subyacía eran las ganas de escribir que tenía. Probé un par de comienzos con varios personajes, pero ninguno me convencía. Fue entonces cuando pensé en Ariadna. No os engañaré, llevaba tiempo conociéndola. O al menos su historia. Y esta historia, la historia del Fin del letargo le queda como un guante.
Así que la empecé, estructurándola de manera que cada parte acabase en una decisión entre dos caminos. Era la gente la que tenía que decidir qué camino tomaba Ariadna, y yo construía la historia en base a eso. Era genial ver cómo algunas personas me comentaban lo que habían votado, y para mi sorpresa… Les gustaba. Es probable que sea imperfecta, yo lo soy y me queda un largo camino por recorrer para asemejarme remotamente a Patrick Rothfuss. Sin embargo, puedo decir que a día de hoy, esta es una historia que me ha encantado escribir. Y a la gente, como os decía, le ha gustado.
Esta no es la mejor historia que has leído, ni que vas a leer. Pero te reto a no sumergirte en ella tras el primer capítulo. Te desafío a no sentirte como en casa junto a Krim, ni desear reencontrarte con Yilian de una vez para protegerle y mantenerle a salvo. Y, por supuesto, a no sospechar que algo raro pasa en Lenthe. Algo demasiado raro, y que trasciende la voluntad de todos aquellos que viven ahí. Sobre todo, la de Ariadna, dispuesta a luchar por la verdad».
«En el valle hay un pueblo.
En el pueblo huele a humo, a pan, a risas.
Cerca hay un bosque.
En el bosque hay un campanario.
La campana es negra, pesada y guardiana.
En algún lugar lejos de ahí, donde no muchas personas han logrado llegar, una ciudad antaño profanada descansa.
En el centro de la ciudad, una niña duerme.
La ciudad tiene pesadillas, y la niña despierta con hambre tras percibir su olor.
Sonríe. Ha llegado el momento de volver a cazar.
Durante décadas, el reino de Cirsheth había gozado de paz. Aunque sombrías y oscuras, la gente del reino vivía en prosperidad, y dejando a un lado las cada vez más largas noches y la lúgubre atmósfera que embriagaba hasta el último rincón de aquella civilización, cualquier extranjero de las tierras de Lenthe que hubiera llegado a Cirsheth habría visto un reino como otro cualquiera. Y en parte podría parecerlo: sus habitantes vivían sus vidas de manera normal y corriente. Podías escucharse risas en las calles, canciones en las tabernas, oraciones en los templos.
Pero, si escuchabas bien, podías ver, oír, una nota oculta en aquella sinfonía aparentemente alegre. En las sonrisas de los ancianos las comisuras se torcían; las canciones tenían un tono preocupado y las plegarias de los templos estaban avivadas por el fuego del temor. Efectivamente, el miedo invadía, silencioso, los corazones de la gente. Miedo a que volviera aquello que auguraban los vientos».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Sergio Gálvez os lo agradeceremos.