Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En las sombras de una residencia de monjas y las aulas de Medicina, Alba, una joven estudiante, se enfrenta a la decisión que le cambiará la vida. Con el apoyo secreto de cuatro compañeras de la residencia sufrirá el peso de las expectativas de su entorno familiar, la dura realidad social que la rodea y sus propios deseos. ¿Podrá la protagonista definir y seguir su voluntad?
Mo Hergueta (Madrid, 1972). Durante diez años, se ha dedicado a investigar y a especializarse en Inteligencia Afectiva, apoyando a centros educativos y formativos a implantar estrategias alineadas a sus valores. Paralelamente, ha guiado a mujeres en su autoconocimiento. Como alumna del Máster en Narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid crea la obra Los colores se rompen y debuta como escritora.
«Sumérgete en la lucha interna de Alba, una joven estudiante de Medicina atrapada por un embarazo inesperado. Rodeada del silencio y las expectativas de su entorno familiar, encontrará el apoyo que necesita en un grupo de compañeras de la residencia de monjas donde se aloja, mientras se enfrenta a la decisión que definirá su futuro. ¿Podrá imponer su voluntad ante la presión social y familiar? Una historia intensa de autoficción en el límite entre el deber y el deseo ambientada en los años noventa, donde su protagonista de diecinueve años, hará frente a la vorágine de sus emociones.
Alba, en primera persona y con su forma peculiar de nombrar lo que la rodea, te contará su historia repleta de simbolismos y metáforas. Con una narración depurada, en Los colores se rompen, te adentrarás en la mente de su protagonista.»
«El viento golpea en la persiana de mi ventana. Me despierta. Una de sus lamas de plástico se inclina hacia la derecha y obliga al resto a permanecer abiertas y torcidas. Rota no puede dejarme a oscuras.
Por los agujeros inclinados entra el destello del rayo y también el sonido del trueno, que se prolonga en el tiempo. Lo veo entrar.
La tormenta ilumina mi habitación. En ocasiones, su resplandor se detiene unos segundos en el crucifijo de la pared contigua a la ventana. En otras, descubre los clavos vacíos de los que colgaban los cuadros de la Anunciación del Arcángel San Gabriel y del rostro de la Virgen María. Ambos descansan en mi armario, bajo las mantas que me sobran. No temo tocarlos.
Pero al crucifijo… No, no puedo ni limpiarle el polvo. La tormenta lo ilumina una y otra vez esta noche. La luz del rayo y el sonido del trueno le dan la realidad que entiendo para él y que, cualquier otra, me parece ficticia: nadie puede descansar clavado en una cruz.
Y esta noche, Él, podría estar de acuerdo conmigo.
Por la mañana, la luz que penetra por los agujeros e ilumina mi habitación es otra, casi verde.
Levanto la persiana, abro la ventana y, al respirar la humedad del bosque, siento náuseas. Son tan repentinas y bruscas, que me doy cuenta de que no voy a llegar al baño. Me coloco la mano sobre la boca para evitar mancharlo todo, pero provoco que el vómito salga como un estornudo que aumenta las náuseas. Arcadas vacías, por fin, sobre el lavabo.
Me enjuago las manos y la cara con agua fría. Y, sin secarme las gotas, me cuestiono frente al espejo el porqué, pero no obtengo respuesta. Me acerco despacio de nuevo a la ventana. Me coloco frente a ella y respiro aliviada el verde. Espero que no sea este clima el que ha provocado mi malestar. Nublado. Con una asidua lluvia fina, a la que le dicen meona. Así es el otoño en Santander y me gusta.
Con calma me visto con ropa cómoda y me preparo para el inicio del día: bajar a desayunar.
Cierro mi habitación con llave, pero la dejo puesta en la cerradura.
Es una norma de nuestra residencia.
Las monjas nos instan a que así sea para que muestren, de un solo vistazo, quienes de nosotras estamos presentes y, de este modo, acompañarnos en nuestro día a día. Pero sé que es control, una manera más de invadir nuestra intimidad.
Paredes blancas. Puertas blancas. Cerraduras doradas penetradas con llaves que, de sus extremos, cuelgan anillas con placas metálicas, redondas y rojas, con el número de nuestras habitaciones grabado en negro. Balanceándose a nuestro paso. Anunciándonos.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Mo Hergueta os lo agradeceremos.