Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Íñigo visita a su madre —el padre falleció hace poco y ninguno parece superar la pérdida y la soledad—. En el camino, se encuentra a un anciano extraviado y lo lleva consigo. En el vacío de la casa, y ante la irrupción de Antonio, el pasado y el presente se entrelazan para contar cómo han sido sus vidas: Antonio llega del pueblo y construye su vida sobre el éxito laboral y la esperanza de una familia feliz. Íñigo busca calmar la culpa, superar el papel marginal que adoptó en su familia y entender la pérdida de su pareja. La madre ansía retomar su papel y olvidar las heridas del tiempo.
Ahora los mayores se han convertido en los hijos que hay que cuidar, e Íñigo se enfrenta al miedo de cometer los mismos errores que vivió en el pasado. Sin darse cuenta, las piezas rotas de su caleidoscopio acaban encajando.
Aitor Barrondo Agudín nace en Bilbao y siendo niño se traslada a Pozuelo de Alarcón, en Madrid, con sus siete hermanos. Estudia Derecho y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y en el Institut Catholique de Paris. Posteriormente se especializa en la Enseñanza de la Escritura Creativa en la Universidad de Alcalá y la Escuela de Escritores. Trabaja como Tripulante de Cabina de Pasajeros durante más de treinta años. Su vida transcurre en un viaje constante, el de sus vuelos y el de la literatura.
En la actualidad escribe, e imparte talleres escritura creativa en varios municipios de la zona noroeste de Madrid. En diciembre de 2023 publica su primer libro de relatos La piel de un momento (Esstudio Ediciones).
«Días sin nombre es una novela profundamente humana que aborda temas universales: la vejez, la pérdida, los vínculos familiares y el silencio emocional. Nos invita a mirar de frente el paso del tiempo y la fragilidad de la memoria. Escrita con un estilo íntimo y sutil. Su prosa delicada y cargada de emoción combina la sensibilidad poética con la crudeza de lo cotidiano. La voz narrativa, melancólica y honesta, nos sumerge en escenas que todos podríamos haber vivido o temer vivir.
En una sociedad que envejece y en la que las relaciones familiares se tensan entre obligaciones y ausencias, esta historia actual ofrece una mirada que incomoda, pero necesaria. Una lectura con alma, conmovedora, que interpela y nos remueve.»
«Un calor me recorre los huesos de la pierna como cuando me ponían las inyecciones en el hospital. Tengo once puntos en la rodilla. Para la operación tuvieron que abrirme toda la articulación y para cerrarla no eran suficientes los puntos de sutura y me colocaron unas grapas más resistentes. Esta oruga que camina entre el muslo y la pantorrilla forma parte de mí, cada cierto tiempo me recuerda que yo soy, sigo siendo, aquel chico que se la pegó en la bici. La cicatriz no es más que el testimonio escrito en mi piel para que no olvide que las heridas curan, la sangre forma una costra que cubre el destrozo, oculta la evidencia del dolor, aunque el hecho de que no esté a la vista no quiere decir que no exista. La piel se regenera y disimula lo mejor que puede la señal que ha dejado el golpe. A menudo creo que la herida ya no existe, parece que mi cuerpo no es capaz de seguir la pista hasta aquella brecha, que se han borrado las señales y han desaparecido para siempre. Pero no es cierto, están ahí, no son algo accesorio de lo que me pueda deshacer, soy yo. Igual que tengo ojos o intestinos tengo heridas, me las he ganado. Es más, creo que tengo heridas que nunca ha visto nadie. Supongo que sus cicatrices están en el hígado, en los pulmones o en cavidades perdidas que solo siento yo. Cada vez estoy más convencido de que la vida es un cúmulo, no pasamos por ella instante tras instante, superando el anterior, sino que cada momento se une al precedente y vamos cargando con todos ellos hasta el final. Por eso la vida se le hizo pesada a papá, igual que mamá no quiere seguir cargando más, y por eso cada vez las cosas se me clavan más, me duelen más, hasta que llegue el momento en el que no pueda manejarlas todas.
Aquella noche, en el coche de camino al hospital agradecí el silencio. Mi padre conducía con la mirada fija en la carretera, mamá miraba hacia el asiento de atrás cada dos por tres. Yo no quería moverme por miedo a que el dolor acabara arrancándome la pierna y no abrí la boca ni una sola vez a sabiendas de que, a la mínima, me caería la gran bronca. Santi iba dormitando a mi izquierda y Cecilia apretaba los labios respirando por la nariz, con los brazos cruzados sobre el pecho. Ceci también guarda una herida de aquel día en algún lugar.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Aitor Barrondo Agudín os lo agradeceremos.
