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Aquí ya todo es luz

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La Campaña



Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.



La Novela



En una historia íntima y evocadora, Aquí ya todo es luz nos sumerge en la memoria, la tradición, el duelo y la forma en la que los traumas de la infancia inundan la vida adulta. Un relato sobre la necesidad de nombrar lo que duele, sobre el peso de lo oculto y sobre cómo, a veces, la única manera de seguir adelante es dejar que entre la luz.



El Autor



Belén Flores Cid (Madrid, 1996) ha explorado diversos lenguajes creativos a lo largo de su vida, como la fotografía, la pintura o la música, pero ha sido la escritura la que se ha impuesto como una necesidad vital, una forma de mirar y decir el mundo. Socióloga e integradora social, su trabajo ha estado siempre ligado a lo humano, lo vulnerable y lo profundo. En 2021 auto publicó Voces, un libro que recoge 111 testimonios de mujeres que han vivido abuso, vejación, violencia y maltrato por parte de hombres, dando espacio a lo que muchas veces se silencia. Aquí ya todo es luz (2025) es su primera novela de ficción.





«La protagonista de esta novela no tiene nombre, y tal vez sea porque podría tener el de cualquiera. ¿Quién no ha escondido alguna vez algo, no solo de la luz ajena, sino también de la propia? Aquí ya todo es luz propone hablar del trauma, de aquello que nos atraviesa y dejamos sin nombrar. Es una novela sobre el dolor y la ternura, la infancia y el deseo, el silencio, la tradición y la memoria. Un libro para quienes sintieron que crecían y que el dolor crecía también dentro; para quienes hallaron en la amistad, la familia y el amor un lugar seguro, o para quienes aún hoy se preguntan de qué está hecha la herida. Leer esta historia es, en parte, reconocerse.»



Una Muestra



«Llevaba toda la tarde en la piscina celebrando el décimo tercer cumpleaños de Pollo. Estaba cansada y un poco quemada, pero espiritualmente me acababa de despertar de un sueño muy reparador. Esa noche venía el chico del que estaba absolutamente colgada desde hacía ya más de un año.



 Nos habíamos visto cuatro o cinco veces desde entonces, casi cada vez que iba al pueblo. Digo casi porque, alguna que otra vez, iba a buscar a Pollo llorando y gritando:



 “Pollo, no va a venir. Me voy mañana y no va a venir.”



 Después, cogíamos las bicis y nos íbamos, campo a través, al pueblo de al lado para ver si me lo encontraba por la calle, a escondidas de nuestros padres.



 “Anda, que casualidad, fíjate, tú por tu pueblo. Venía a comprar unas chuches, que curioso habernos encontrado.¿Te apetece que hablemos de lo mucho que te gusto?”



 Me pasé todo el curso en el colegio pensando en él y dibujando su nombre en el libro de religión, en el de biología, en el de mates. Soñaba despierta con volver al pueblo y volverle a ver, sin necesidad de constatar nada más importante que su mera existencia. Si volvía del pueblo y no le había visto, me tiraba todas las clases empapando de lágrimas el libro de religión, el de biología, el de mates. La tinta de su nombre se emborronaba y a veces el papel se rompía.



 Pero esa noche venía y yo no estaba nerviosa. No conocía los nervios, no conocía el temor, no conocía el dolor. Cruzaba de noche sin luz de luna por los campos que llevaban a la charca de mi pueblo.  Hubiese ido más pronto porque habría habido más luz y, me encantaba la luz que había en la charca de mi pueblo cuando estaba anocheciendo, pero habría tenido que quedarme allí esperándolo hasta que se hiciera de noche.



 Estaba sentada en el poyo de piedra, a oscuras, feliz.



 A oscuras, miraba el cielo y contaba las estrellas, sin saber siquiera encontrar el carro. A oscuras, ponía música en mi móvil, con los ojos medio cerrados de lo que deslumbraba la pantalla. De repente, algo más fuerte que la luz de mi móvil me deslumbró y, con los ojos todavía más cerrados, intenté ver lo que era aunque, por el ruido que hacía, me lo imaginaba. Aparcó lejos de donde yo estaba así que, apagué la música y me puse a andar, guiada solo por las luces de los faros del coche. Por la ventanilla del piloto me dijo:



 “Entra atrás mujer.”



 Yo obedecí y entré dentro. Le pregunté qué tal,  mirándole a través del espejo retrovisor. Sus ojos, romboides y  amarillos me acechaban mientras, con una voz dulce y redonda, dijo solo bien. Salió del coche y se sentó detrás, conmigo. Con la mirada fija en el asiento delantero le pregunté qué tal el fútbol. Qué tal la tienda de sus padres. Qué tal las clases. A duras penas podía pronunciar palabra mientras me besaba y me tocaba, sin dar respuesta. Pensé:



  “Cuánto me quiere.”



 Empecé a contarle que ese trimestre me habían puesto un parte en el cole por fumar en los baños del vestuario. Que había llorado mucho de arrepentimiento. Que este año las recuperaciones seguro que me irían mejor porque estaba estudiando todas las mañanas antes de ir a la piscina. De repente, sentí algo que me incomodó.



 Su mano, grande y caliente, se había acomodado en mis bragas. Abrí los ojos mucho, como si no me estuviera deslumbrando absolutamente nada y, me aparté despacio mientras seguía contándole que ese día habría sido el cumpleaños de Pollo. Mientras él me besaba y yo hablaba, me desabrochó las calzonas rojas de mi conjunto de sandía.



 Camiseta verde, calzonas rojas y manoletinas verdes. Bolso rojo cruzado a juego. Cuando me quise dar cuenta, estaba tumbada, con él encima y sin bragas. Me dijo:



 “¿Quieres?”



 Y yo dije sí, con una boca muy, muy pequeña, tan pequeña como un botón. Dolía. Me dolían las piernas de tenerlas tan para arriba. Me dolían los tobillos por lo fuerte que me agarraba. Me dolía la cabeza porque me daba con el tirador de la puerta. Me dolía sobre todo dentro, como por el vientre.



 Un dolor agudo que parecía querer salir por mi boca. No recuerdo nada más que salir del coche desnuda, con una botella de plástico vacía y llenarla de agua en la fuente que había al lado de donde había aparcado. Las ventanillas del coche estaban empañadas así que al volver no veía nada del interior. Abrí la puerta y él ya no estaba atrás. Me dijo desde el asiento del conductor:



 “Vístete y te acerco a la calleja.”



 Cuando llegué a casa esa noche, toda mi familia estaba en el fresco, riéndose como gallinas, saltando como liebres, palmeando como monos.



 “Hombre cariño, qué pronto hoy, ¿ no? ¿Ya se han ido todos?”



 Me senté en el suelo, al lado de la silla de playa de mi madre, escuchando las historias de mi abuela, viendo a mis tías reírse. Acabé apoyando la cabeza en las piernas de mi madre.



 Yo también me reía aunque había muchas bromas que no entendía. No entendía por qué mi madre tenía las piernas tan suaves y frías. No entendía por qué hacer el amor dolía. No entendía por qué mi abuela se reía tan alto. No entendía por qué todo el mundo hacía el amor.»



Media



Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Belén Flores Cid os lo agradeceremos.                                          


Bunker Books

location Córdoba, España
Bunker Books irrumpe en 2019 con el propósito de convertirse en un sello editorial de referencia en narrativa literaria, contando con Distrito 93 (sello especializado en género negro y denuncia social en lengua española) y Malas Artes (juvenil, fantasía, sci-fi y terror). Nuestro fondo se nutre de autores que, con independencia de si arrastran una dilatada carrera literaria o aún están dando sus primeros pasos en estas lides, ofrecen una innegable calidad narrativa que aguardamos satisfaga a propios y extraños.
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LA NOVELA
Seleccionando este tipo de reserva recibirás un ejemplar del libro con tu nombre incluido en un texto de agradecimientos redactado por el autor.
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