Después de sufrir un segundo infarto, los hijos del señor Añez, han decidido que un geriátrico es el mejor lugar para su cuidado. Entonces allí, en el abandono y acompañado por la soledad, descubre que los golpes al corazón no han terminado, y que tal vez, el olvido de sus seres queridos es el más duro de todos. Viendo pasar sus últimos días en aquella residencia, la llegada de Óscar, un hombre que padece de Alzheimer precoz, y quien es nieto de su inseparable amigo Pérez, trae consigo, un recordatorio de que la vida siempre nos dará, lo que merecemos por nuestras acciones.
Jean Matute (Caracas, 1983). Periodista venezolano que, en el año 2014 se traslada a la ciudad de Madrid, después de aceptar una beca para cursar una diplomatura en escritura de guiones de cine y televisión, sin sospechar que aquella invitación, se convertiría en el cambio más grande de su propia historia. Lejos de lo que pertenecía y consideraba suyo, la escritura llegó a su vida para reinventarle y darle sentido a sus días. Deseoso de compartir sus obras, Préstame a tu abuelo, sale de su pluma para mostrarnos un estilo propio y su lado más reflexivo.
«Mas allá de la memoria, nuestros actos dejaran huellas imborrables, y al adentrarte en esta historia, descubrirás que el presente, es el único instante para resistirnos al exilio del olvido, siendo esa, una posibilidad más común, de lo que lo que solemos creer».
«Cuando el silencio reina, se sabe que la niñez está ausente, pero cuando ante tus ojos se retrata la inocencia que, ha caminado de vuelta bajo una piel repleta de arrugas, comprendes que el camino de la vida, termina en parecerse a como ha comenzado todo, dejando en la sospecha, si eso tiene que ver con la preparación a un final, o la bienvenida de un nuevo comienzo. Fue así que, aunque el visitante era un hombre joven, esa fue la simple sensación que dejaba, desde del instante en que sus pasos, comenzaron a escucharse a lo largo de aquel frio y eterno pasillo.
Su presencia hizo que algunos volteasen a verle, y saberle fuera de lo común entre los que allí frecuentaban, fue suficiente para inundar de desacierto las miradas de aquellos que cubrían su turno durante la invernal tarde. Primero, la chica de la recepción, le atendería para preguntarle en qué podría ayudarle, a la vez que, tampoco dudaba en hacer comentarios confianzudos acerca de lo ligero que él iba de ropa para la época, pero el hombre tan solo le observaba al mismo tiempo que parecía no hacerlo, porque su mirada parecía perdida y de su boca no salía palabra alguna que, ayudase a entender su presencia en el geriátrico.
—Perdone señor, pero le estoy hablando. ¿Busca a alguien? —Preguntó por segunda vez la joven recepcionista.
El hombre no daba respuesta, pero en sus ojos se dibujaron oraciones que hablaron de una gran inquietud, entonces la chica supo inmediatamente, que algo raro estaba ocurriendo con el aún desconocido sujeto.
—¡¿Hacia dónde va señor?! —exclamó levantándose de su silla, mientras veía como el hombre se dirigía a toda prisa hacia el vestíbulo que daba al área de recreación de los ancianos.
Entonces sin que nadie lo detuviese, él, de pronto se encontraba justo ahí, en la puerta de una sala con poca claridad, y en la que todo era silencio, porque eran las horas en que cada abuelo, debía estar en su habitación, descansando sobre la cama en la que se tachaba un día menos, o precisamente. en el lugar donde esperaban por un último descanso. Sus ojos se zarandearon de lado a lado, y ante estos, se retrataban aquellas mesas inmóviles donde reposaban distintos juegos, y uno que otro viejo tablero de ajedrez. El espacio era frio, sencillamente, la muerte que rondaba en aquel lugar, no tardaba en erizar los vellos, del hombre cuya respiración se encontraba acelerada, sin embargo, él permanecía inerte mientras continuaba con su observación por cada rincón de aquella tranquila área, cuando de la nada, a un lado del mueble de un enrome televisor, un colorido cuaderno de sopas de letras, hizo que sus inquietos ojos se quedasen viendo fijamente. El objeto le invitó a dar pasos, cuyos ecos, seguro retumbaban en su cabeza, entonces próximo a alcanzar el cuaderno, la luz se encendía justo antes que un agente de seguridad, le tomase del brazo, impidiéndole avanzar».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Jean Matute os lo agradeceremos.