En esta etapa la novela se encuentra en proceso de corrección de estilo. Iniciamos esta campaña con el fin de publicar en formato fìsico la primera edición de Manifiesto ContraDigital, consistente en la impresión de 200 ejemplares. Nos hemos propuesto alcanzar cerca de 40 reservas para cumplir el sueño de ponerla en manos del público.
Manifiesto ContraDigital es una novela que narra la vida cotidiana de un puñado de personajes en medio del nacimiento de una dictadura basada en el control de los marcadores biométricos del individuo. El texto, ambientado entre los años 2009 a 2034, fija su atención en el imparable desarrollo de la inteligencia artificial y se adentra en la raíz de los cambios sociales y tecnológicos de las últimas décadas para jugar con la posibilidad de un futuro incierto en el que la ilusión del control absoluto se ha convertido en una siniestra realidad.
El día en que Amelia, una joven marcada por la ambigüedad de su cuerpo¸ se apresta a cumplir los veinticinco años, su padre, un escritor enfermo y perseguido, ha decidido poner fin a su vida. Estamos a 31 de diciembre de 2034, el mundo ha cambiado, la inteligencia artificial permea la vida cotidiana, y la tiranía de los algoritmos mide y configura cada roce e interacción humana. Todo ello mientras Los Blancos, un movimiento político extremista, se encuentra a las puertas de instaurar un sistema de “crédito social” en el que la seguridad y el bienestar se consiguen, al igual que en un videojuego, en función de la puntuación obtenida de acuerdo al grado de fidelidad al régimen. ¿Puede nuestro mundo convertirse en una pesadilla?
Estamos viviendo la imparable transición hacia una sociedad de control y vigilancia digital. En pocos años dejaremos de ser sujetos de derecho y pasaremos a ser cuerpos sometidos a la tiranía de los algoritmos. ¡Debemos prepararnos!
Lo dice uno de sus personajes:
«Nuestro mundo ya no se parece al de las dos primeras décadas de este siglo. Las luchas que antes se movían en el campo de los valores: la democracia, la libertad, etc., ahora son un requerimiento real, la gente ya no pelea solo por un sistema de gobierno, sino por acceder a recursos básicos como el agua. El cambio climático, la disrupción tecnológica, el estallido demográfico y la narrativa extremista, han hecho saltar por los aires nuestro modelo civilizatorio y nos hablan a la cara de lo mal que lo hemos hecho durante este siglo XXI. Por ingenuidad o simple pragmatismo la democracia liberal, que era la narrativa a la que nos habíamos confiado tras la caída del Muro de Berlín, se ha desplomado sin atenuantes, al tiempo que otros países, la mayoría de ellos regímenes cuasi totalitarios, se reconfiguraban con décadas de anticipación para asumir el liderazgo tras el más que predecible colapso de la democracia a la usanza norteamericana –decadente y aliada del poder financiero–. Lo cierto es que estos regímenes ofrecen un modelo de convivencia que ya nada tiene que ver con nuestra ingenua visión del reparto del poder político, de los pesos y contrapesos entre las instituciones, y han optado, más bien, por el incesante análisis de datos con el fin de obtener las herramientas necesarias para controlar la conducta de las masas, eligiendo, además, decantarse por el permanente control de los marcadores biométricos del individuo con el propósito de conocer, como nunca antes había hecho sistema de gobierno, partido político o servicio de inteligencia alguno, el comportamiento del ser humano. Esta capacidad de gestión les ha permitido anticiparse, a través del big data y la inteligencia artificial, alojados en el espacio etéreo, pseudo-real, de la nube, al manejo de los eventos que tienen lugar en nuestra triste época trágica.
Y es, precisamente, la consciencia de lo devastador e irreversible de esta situación lo que se ha apoderado de las calles. Es ese malestar el que corroe nuestras instituciones. Es esa desesperanza la que hiela la sangre de millones de personas. No importa hacia dónde dirijamos la mirada, todo está iluminado por pantallas que parpadean al unísono y se sincronizan al instante. Miles de aplicaciones virtuales observan y controlan nuestros actos. Nos ha vencido una marea incontenible de algoritmos que nos conocen mejor que nadie. Sobre los escombros del viejo mundo, lleno de cascotes que contienen fragmentos de los antiguos valores, se yergue ahora un proyecto que amenaza con cambiar el significado de lo humano. Huyas cuanto huyas, corras cuanto corras, siempre tendrás en frente una cámara de reconocimiento facial que jamás olvidará tu rostro.»
«–Hay épocas en las que suceden grandes cosas sin que la gente les preste la atención debida –remarcó Francesca–, es el inconveniente de vivir demasiado cerca del objeto de estudio. Sucedió con la pandemia de hace unos años, de repente el mundo se digitalizó casi al completo, los que quedaron al margen de esa transformación ya no pudieron recuperarse. Poco antes del inicio de los años veinte de nuestro siglo, cuestiones como el teletrabajo eran prácticas minoritarias, luego, en menos de doce meses, casi todas las labores de oficina podían realizarse desde casa, casi todos los cursos escolares podían impartirse en línea, las fiestas y reuniones familiares se llevaban a cabo en el espacio cibernético de la red. Si, como Estado aliado a una corporación tecnológica lo conoces todo sobre tus ciudadanos, por qué no invitarlos a comportarse bien, a que sean personas honorables, a que cumplan y velen por el cumplimiento de las normas, otorgando valores numéricos a su comportamiento de forma tal que el compromiso con la ley se mide por los puntos que ganas o pierdes según tu disposición a seguir los lineamientos del sistema…
– ¿El sistema de crédito social? –preguntó ansioso Tomás.
–¡Exacto! Y hay que decir que funciona bastante bien. Que en el marco de lo que propone: mantener a la población bajo un permanente control digital con el propósito de premiar los comportamientos honorables y castigar las conductas incívicas, creando un sistema de
puntos que se otorgan o retiran en función de su comportamiento; ha logrado un éxito resonante.»