El libro Trece historias delirantes consta de trece relatos fantásticos salvo «El viejo y la niña» (que, aunque parezca inverosímil, relata una escena que presencié yo mismo) y «El experimento» (que también parece inverosímil, y lo es, pero no es fantástico).
Los demás cuentos, como indica el título, son delirantes. En uno una rata que cuenta su historia en primera persona, en otro hay un cocodrilo que habla, en otro un señor convertido en gato, y en el último, otro señor que convive pacíficamente con un fantasma.
Son historias escritas a lo largo de mucho tiempo, según se me iban ocurriendo. La primera (la de la rata) puede tener más de diez años.
Ricardo Moreno Castillo nació en Madrid, en 1950. En 1955 su familia se trasladó a Santiago de Compostela, en cuya universidad se licenció en matemáticas. En 1975 ganó por oposición una cátedra de instituto que desempeñó hasta su jubilación. Al tiempo que ejercía la docencia, estudió la carrera de filosofía y se doctoró en dicha materia con una tesis sobre historia de la ciencia. En 1993 se trasladó a Madrid, donde vive en la actualidad, y se jubiló en el año 2011. Mientras ejerció en Madrid también fue profesor asociado en la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense
Escribió sobre muchos temas (además de sobre su especialidad de historia de las matemáticas), y ha publicado tres libros de narrativa y varios ensayos sobre educación y filosofía.
Está casado y tiene dos hijos y cinco nietos.
«Descreo de los libros con mensaje, moraleja o admoniciones morales. Decía Oscar Wilde que “un libro no es moral ni inmoral, tan solo está bien escrito o mal escrito”. Solo hay pues una razón para leer un libro: porque le interesa a uno el tema o porque le parece que va a ser divertido. Y solo hay una razón para dejarlo de leer: que esté mal escrito. Si Trece historias delirantes es un libro bien o mal escrito es algo que ha de decidir el lector, y sobre lo que el autor debe mantener un prudente silencio. Con todo, el autor puede asegurar que, aunque eso no sea en absoluto garantía de calidad, a cada una de las narraciones, incluso las más breves, dedicó horas y horas a rehacerlas, pulirlas y retocarlas. A falta de virtudes de mayor fuste, el autor es un gran lector y un gran admirador de la obra de Borges. Le gustan los relatos breves y bien limados, en los que no hay coma ni palabra superflua. Pero hay otros ídolos literarios presentes en las narraciones. Una de ellas está muy remotamente inspirada en un cuento de Chejov, otra es una recreación de La isla del tesoro de Stevenson desde el punto de vista de un personaje que no sale en la novela y otra, mediante el mismo procedimiento, recrea la Odisea. De estas dos últimas que introducen un personaje ficticio en un relato ficticio, podríamos decir que son “ficciones sobre ficciones”, o “ficciones de segundo grado”.
No sé si Trece historias delirantes gustará a los amantes de los grandes novelones decimonónicos, de esos que tratan de pasiones desatadas, amores imposibles y personajes atormentados. Si creo poder asegurar que gustará a los aficionados a las narraciones fantásticas cuyos protagonistas son seres inverosímiles, cómicos o disparatados, capaces de adoptar un cocodrilo, convivir con un fantasma o encontrar ciudades que no existen en ningún sitio. Y en cualquier caso, si el lector de estos cuentos se lo pasa tan bien leyéndolos como se lo pasó el autor escribiéndolos, éste se sentirá sobradamente recompensado».
«Me asomé por la ventana de mi buhardilla y salté sobre un tejado que hay un metro largo más abajo. Caí muy bien sobre mis cuatro patas, y fui a buscar a una minina que me tiene el corazón destrozado pero que no me hace ni caso. Soy un gato, pero no siempre lo fui, hasta hace muy poco fui un hombre. Y curiosamente, como gato soy muy distinto del hombre que fui. Aparte de las obvias diferencias entre cualquier gato y cualquier hombre, claro. Soy un gato corriente, atigrado, pero de buena planta, ágil y con pelaje denso y tupido. En cambio, como hombre, era calvo, patoso y barrigón. Llegué a esta situación por culpa de una bruja que me tiró los tejos y a la que no hice caso, y entonces me convirtió en gato. Yo no sabía que era bruja, cuando me di cuenta que lo era ya estaba yo transformado. Si lo llego a saber, hubiera intentado un arreglo, pero al perder la condición humana perdí también el habla y con ella la posibilidad de un intercambio civilizado de pareceres.
Quien se imagine a la bruja como una vieja horrible con una verruga en la nariz se equivoca. Es una chica joven, menuda, preciosa, alegre y de buen carácter, y hasta entonces buena amiga mía. La conocía desde que era pequeña. ¿Qué vería en mí y por qué se encapricharía conmigo? Esa niña ha de tener detrás de ella, es imposible que no sea así, un montón de chicos más jóvenes, agraciados y simpáticos que yo. Tampoco es posible que la guiara el interés. Vivo razonablemente bien en una buhardilla muy agradable y tengo un modesto pasar que me permite vivir sin preocupaciones dedicado a mis libros y mis cosas y, administrándome bien, podría compartir mi vida con otra persona, pero desde luego esa persona tampoco habría dado el braguetazo. Ya sé, ya sé que si por un azar improbable alguien lee estas reflexiones, al llegar a esta altura del relato estará pensando que me está bien empleada mi situación por capullo, y que lo más inverosímil de esta historia no es que la chica se decantara por mí ni que me convirtiera en gato, sino que yo rechazara sus favores, como si eso de que una monada de niña se te ofrezca fuera algo que sucediera todos los días. Ya me advirtió un amigo común, mío y de la bruja, unos días antes de mi metamorfosis, que esa chica se estaba interesando por mí. Le contesté que yo no tenía el menor interés por ella, y me dijo que yo era un capullo. Pero este punto, el por qué la rechacé, el único que estaba en condiciones de aclarar, preferí dejárselo a oscuras. Cosas de mi vida privada».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Ricardo Moreno Castillo os lo agradeceremos.