Los quilombolas son descendientes de esclavos (mayormente africanos) que huían y se refugiaban en la selva u otros lugares aislados, en algunos casos mezclándose con indígenas amazónicos. Su lucha histórica por la libertad es sin duda un ejemplo de resilencia, de resurgir en la adversidad. Actualmente esta lucha se expande a la protección del territorio y la conservación de la selva. Sus necesidades son entonces paralelas a las de muchas sociedades indígenas, pero su visibilidad internacional y el apoyo institucional que reciben son por desgracia mucho menores.
Con este proyecto busco recabar apoyos para ayudar a los quilombolas del río Erepecurú (Estado de Pará, Brasil) a salir del círculo vicioso de la industria maderera. Más de 10 años de trabajo en la región como antropólogo (crítico con muchas iniciativas de desarrollo) me permiten afirmar que se trata de un proyecto adaptado a las necesidades económicas, ecológicas y culturales de los beneficiarios. Y además es muy sencillo.
En el año 2011 una industria maderera logró el permiso para talar árboles de las tierras quilombolas del río Erepecurú. Como contrapartida para los quilombolas, se les prometió un ingreso mensual de 3000 reales brasileños por mes y por familia (1000 euros aprox.). La realidad ha quedado sin embargo muy lejos de eso. Como media han recibido de la maderera una compensación de 1200 reales anuales.
Algunos quilombolas descubrieron hace un tiempo que la carretera abierta por la maderera, que atraviesa 20 kilómetros de selva, lleva hasta unas tierras llamadas terra preta (tierra negra), que se caracterizan por su escasez en la Amazonia y por su fertilidad. El contrato de la maderera termina en 2016 y se plantean renovarlo, pero los quilombolas quieren usar la carretera abierta por la industria para llegar a zonas de plantío que antes eran inaccesibles. La pregunta para ellos es cómo traer las frutas y los tubérculos hasta la orilla de río, desde donde se pueden llevar fácilmente a las comunidades de la región o a una pequeña ciudad (Oriximiná), donde vender el excedente.
Los quilombolas solo necesitan un vehículo para el transporte de frutas y tubérculos hasta la orilla del río Erepecurú. Desde ahí pueden usar sus canoas y barcos comunitarios para redistribuir el producto por vía fluvial.
El dilema es el siguiente: sin vehículo, la maderera tiene muchas más posibilidades de convencer a los quilombolas de renovar el contrato por otros 5 años. Con vehículo, los quilombolas verán en la carretera que cruza sus selvas una ventana de oportunidad, una manera de aprovechar esa “fisura ecológica” para poner en práctica sus técnicas de agricultura tradicional en tierras remotas y fértiles. La partida ya está ganada en el terreno intelectual. Han sido listos en ver la forma contrarrestar al expolio de la madera aprovechando la propia inercia destructiva de la industria. La carretera, abierta para la devastación, será reapropiada y utilizada para una forma de producción resilente y sostenible. ¡Solo falta poner este proyecto sobre ruedas!