La vida está llena de detalles que ineludiblemente podemos esquivar. En algún momento de nuestra existencia terminamos chocando con cada uno de ellos, desencadenando así, toda una serie de inexplicables sensaciones que se conjugan con cada fragmento de nuestra historia, pensado que tales recuerdos se encontraban dispersos y ocultos por el pequeño el universo que hasta ahora nos rodeaba.
Cuando nos arriesgamos a tomar en serio el valor de cada uno de esos fragmentos, vemos como el tiempo se detiene y rememora la escuálida cinta de todo lo que ha sido el guion de nuestra vida hasta entonces.
Precisamente, en ese justo y peculiar instante, muchos de nuestros viejos y empolvados recuerdos recobran vida y color y nos transportan al lugar donde yacen intactos nuestros sentimientos, aquellos que quizás yacen apagados en el baúl existencial de nuestra memoria.
Arriesgar para merecer, desempolvar para valorar… la inacabable dinámica de una vida que se nos escurre entre las manos como cálida arena seca que es llevada por la imperceptible brisa del tiempo.
Y un poeta de ojos tristes y manos cansadas recita al unísono junto a la brisa del viento: detente… respira…y contempla.
Detente…
Respira…
Contempla…